domingo, 4 de julio de 2010

LA HERENCIA - XXIII

Siguieron revolviendo el baúl lleno de prendas de los años cincuenta y sesenta. El estado de conservación era bueno pero no vieron nada que se igualara al vestido blanco. Otro arcón contenía prendas masculinas y los restantes, ropa en desuso de niño y niña mezcladas con diversos juguetes. Mariana quedó fascinada por una muñeca de medio metro de altura y la dejó fuera del baúl junto al vestido. Los varones, abocados a la biblioteca, sacudieron los tomos antes de revisarlos.

-¡Vaya que mujer cultivada! –exclamó Luis.- No hay un solo libro escrito en español.

-Ni tampoco en el mismo idioma –agregó Julián.- Algunos en latín, otros en árabe, otros en hebreo… -enumeraba mientras les daba un vistazo.

-¿Cómo podés distinguirlos?

-¡Ah…! Tengo un amigo judío experto en lenguas muertas. He visto cientos de manuscritos en su casa.

-¿Merlin? –Prorrumpió Luis- ¿Leo bien? –le extendió el tomo al joven.

Éste examinó las letras grabadas en el cuero y asintió:

-Yo leo lo mismo.

Fueron repasando las tapas de los libros y descubriendo nombres: Aristóteles, Abul-Casim Maslama Ben Ahmad, Alfonso el Sabio, Artefius, Alberto el Grande, Carlo Magno, Hermes Trismegisto, Platón, Plotino, Dionisio el Aeropagita, Michel de Nostradamus, Johann Wierus, Giordano Bruno, Cagliostro, Paracelso, Cornelio Agrippa. Había muchos tomos más; algunos no revelaban los autores al entendimiento de los hombres. Después de un tiempo, frustrados, abandonaron la exploración. Julián buscó a Mariana con la vista. Estaba parada junto al escritorio y recorría la tapa con la yema de los dedos. Repentinamente, se escuchó el sonido de una cerradura que se abría y una gaveta, en el frente del mueble, se deslizó hacia fuera. La joven profirió un clamor de satisfacción.

-¡Yo sabía que había algo más! ¡Miren! –retiró un cuaderno del cajón.

Emilia estuvo junto a su hija en un santiamén. Le arrebató el hallazgo como si fuera una bomba a punto de estallar.

-¡Mamá!

Los hombres miraron sorprendidos. La madre, con expresión inapelable, lo abrazó contra el pecho.

-Primero lo voy a revisar yo. Tu nueva condición hipersensible te puede llevar a un trance agudo. ¡No voy a correr riesgos!

Luis captó el brillo belicoso de los ojos de la muchacha y el cuerpo preparado para arremeter sobre su madre.

-Emilia, ¿puedo hojearlo? –pidió, tratando de evitar el enfrentamiento.

Ella se lo alcanzó sin dudar. El hombre lo abrió. Después de un momento sonrió y lo devolvió.

-Lo siento, nena. Pero está escrito con los signos que sólo Mariana entiende.

-Entonces, –dijo Emilia- por esta noche se acabaron los misterios. Iremos a dormir y mañana podrá leer el cuaderno. Siempre que no dé muestras de perder la conciencia.

-Te estoy oyendo mamá. No necesitás intermediarios para hablarme – advirtió la hija.

Dio media vuelta y salió de la bohardilla. Julián la siguió preocupado por que el enojo no la hiciera trastabillar. Detrás, bajaron Goliat y el resto del grupo. Ya en el cuarto de Mariana, Emilia siguió dando las órdenes.

-Vas a trasladarte a mi dormitorio. Hay dos camas, así que estarás cómoda. Y a este cuarto lo cerraremos con llave.

La hija no contestó. Estaba totalmente enfadada y no quería perder los estribos delante de terceros. Manoteó un camisón y salió al pasillo rumbo a la alcoba de su madre. Luis miró el reloj y le propuso a Julián:

-También hay dos camas en mi dormitorio. Quedate a pasar la noche.

-¿Por qué no? Me siento un poco fatigado. Llevaré a Goliat afuera –avisó.

Emilia le entregó a Luis el cuaderno.

-Mejor guardalo vos. Estoy tan cansada que si Mariana decidiera leerlo yo no me enteraría. Tengo la sensación de que nos hemos metido en un tiempo distinto al entrar en esta casa. ¿Estaré desvariando?

El hombre se acercó y le acarició la cabeza con ternura. La mano bajó contorneando el rostro y le alzó la barbilla para mirarla a los ojos. Estaban tan cerca que no pudo resistir la tentación de rozar sus labios con un beso. Se separó y le dijo amorosamente:

-Algo de eso hay, querida. Aquí hay misterios que resolver. Lo haremos juntos y prometo velar por tu seguridad y la de Mariana.

La sonrisa confiada de Emilia lo transportó a un mundo sin retorno. Lo besó sorpresivamente en la boca y escapó a su habitación. Los varones durmieron poco esa noche por confiarse las mutuas ilusiones. También Emilia, entristecida por el silencio lapidario de Mariana.

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