Marisa miró a su
cuñada con preocupación. Aunque Julia intentara disimularlo, la herida de la
traición aún no estaba restañada. Evocó con rabia al incalificable individuo,
no porque hubiera desertado dos meses antes de la boda, sino porque el abandono fue una excusa para
encubrir la infidelidad. Poco después del plantón, se lo vio acompañado por
otra mujer con la cual se casó al poco tiempo. Marisa decidió que un año era
tiempo suficiente para concluir el duelo y en su mente comenzó a pergeñar un
plan para sacarla de su apatía. Julia, además de ser la hermana de su pareja,
era su mejor amiga. Extrañaba a la joven vivaz con la que habían compartido
horas de estudio y esparcimiento y al nudo afectivo que se apretó cuando se
descubrió enamorada de Rolo. Se volvió hacia el nombrado y pronunció
persuadida:
—Vamos a ir con Julia.
Rolo la miró sorprendido. La
expresión de su novia era inapelable. ¿Qué se traía entre manos?
—¿Adónde vas a ir, linda? —la
interrogó con una sonrisa.
—¡Vamos, dije! A Traslasierra.
—¿En casa rodante? No me
parece —contestó el hombre torciendo el gesto.
—Hay que sacudirla de su
inercia. Y nada mejor que unas vacaciones —insistió Marisa.
Si había algo que Rolando
había aprendido era la inutilidad de oponerse cuando su novia tomaba una decisión.
No obstante, intentó una tibia resistencia:
—En un lugar tan reducido no
tendremos privacidad, Mari —dijo en tono insinuante.
—No seas desalmado. Tu hermana
nos necesita y es lo bastante ubicada como para respetar nuestra intimidad —su
certeza rechazaba cualquier objeción. Señaló a la muchacha que parecía estar
ajena al bullicio de la fiesta de fin de año—. ¿No te parte el corazón verla
tan indiferente?
Rolo coincidió en que la
inanimada expresión de su hermana no condecía con el carácter impetuoso que la
distinguía. Las palabras de Marisa lo retornaron al territorio negado de la
impotencia frente al desengaño de Julia. De buena gana hubiera golpeado a Teo
si su arranque no hubiera aumentado el desconsuelo de la joven. Reconoció que
había ocultado tras el escudo de la indiferencia la incapacidad de resolver el
conflicto de su hermana y ya no le pareció desatinada la propuesta de Mari.
—Está bien, querida —aceptó—.
Pero a vos te toca convencerla.
—¡Sos un portento, Rolando! —Lo
abrazó con ímpetu—. Sabía que no me desoirías…
—Lo de portento te lo voy a
demostrar esta noche… —le susurró con una mueca disoluta.
—Te lo voy a recordar —dijo
ella bajamente.
—º—º—º—º—º—º—º—º—º—º—º—º—º—
El primero de año Marisa se
presentó en casa de Julia a las diez.
—Todavía no se levantó —le
informó su suegra.
—Yo la despierto, Vilma —dijo
al tiempo que subía hacia el dormitorio.
Golpeó la puerta hasta que
escuchó la voz adormilada de su cuñada:
—¿Quién es?
—Yo. Mari —dijo entrando a la
estancia.
—¿Qué hora es?
—Las diez. Vestite y
desayunamos juntas.
—Despiadada —balbuceó Julia—.
Me acosté a las cuatro de la mañana.
—Y yo —afirmó su amiga aunque
sin aclarar que se durmió a las seis después del intercambio amoroso con
Rolando—. Vamos, holgazana, que el parque nos espera.
—Estás piantada —rezongó la
aludida—. Nadie abre el boliche en año nuevo. Dejame dormir, ¿sí?
—Don José prometió que
atendería su carrito, así que levantate y vayamos a oxigenarnos — exhortó
Marisa levantando las persianas.
Julia se cubrió los ojos con
la almohada que arrojó contra su cuñada cuando ésta le hizo cosquillas. Las dos
terminaron riendo tendidas en la cama. Mari se deleitó con la risa de Julia que
raras veces escuchaba en los últimos tiempos. Miró con afecto a su amiga
admirada de su porte juvenil que no desmerecía sus veintinueve años al lado de
los veinticuatro de ella. Se habían conocido en la Facultad de Humanidades
adonde Julia decidió tardíamente comenzar la carrera de Antropología. Una
espontánea simpatía las acercó y no tardaron en convertirse en compañeras de
estudio. Se reunían para preparar las materias alternando las casas de ambas
adonde ella conoció a su hermano. Él era tres años menor que Julia y tres mayor
que ella. En esa época estaba en pareja y poco se fijó en la jovencita
deslumbrada por su presencia. Aunque nunca le confesó a su amiga el sentimiento
que Rolo le despertó, no dudaba de que Julia lo presentía. Hacía un año y medio
que Rolando había terminado su relación y ella no desperdició la ocasión de
hacerse notar. A la sazón, llevaban conviviendo medio año y soportando las
presiones de ambas familias para que se casaran. Ellos tenían un pacto: si la
vida en común funcionaba más de un año, cumplirían con los requisitos sociales.
Se incorporó del lecho y le dijo a su cuñada mientras salía:
—Te espero abajo.
Poco después salían hacia el
parque. El día era soleado y caluroso. Como Marisa había adelantado, el carrito
de Don José estaba abierto y concurrido. Las ubicaciones alrededor del lago,
ocupadas. Julia hizo un gesto de contrariedad que fue captado por un joven que
le sonrió e hizo ademán de ofrecerle el lugar.
—¡Aprovechemos! —urgió Mari.
Se acercaron a la mesa: Marisa
con una amplia sonrisa y Julia con ese gesto de misteriosa reserva que la hacía
tan seductora.
—Estoy solo —dijo el muchacho,
levantándose—. ¿No quieren acompañarme?
—Gracias —respondió Mari y se
volvió hacia su amiga—: sentate mientras voy a buscar el desayuno.
—¡Yo se los traigo! —se
ofreció él—. ¿Qué desean tomar?
—Café con leche y dos
medialunas saladas —encargó Julia por las dos.
Apenas se perdió de vista,
dejaron escapar la risa.
—Y yo creía que tu encanto
estaba en decadencia —jaraneó Marisa—. Salió como un tiro a complacerte. Está
interesante el vago, ¿no?
—¿Tanto te gustó? —se burló su
amiga—. Mal pronóstico para un tal Rolo…
—Para vos, ridícula. Los
hombres no se agotaron con un tal Teo
—remarcó.
—Agradezco tu preocupación,
pero el reemplazo me lo voy a buscar solita.
Marisa se congratuló por la
respuesta de su amiga que abría la puerta al comienzo del olvido. Observó la
larga cola y estimó que su anfitrión tardaría bastante en regresar. Decidió
arriesgarse con la invitación:
—Ya te conté que dentro de dos
semanas nos vamos con Rolando a Traslasierra en motorhome. Nos pareció una idea
fantástica que vengas con nosotros —le participó con desenvoltura.
Julia entrecerró los ojos y un
gesto divertido le animó las facciones:
—¡No te puedo creer! ¿Es una
prueba de abstinencia?
—No tiene por qué serlo
—rebatió Mari—. Viajaríamos con una persona despabilada. Además hace dos años
que no te tomás vacaciones y sería la conclusión perfecta de una etapa de tu
vida. ¡No me digas que no, amiga! —suplicó en tono lastimero.
La respuesta de Julia llegó
después del paréntesis abierto por el retorno del oficioso que les alcanzó el desayuno
y la despedida con la promesa de una llamada telefónica:
—¿Por qué no? Si a mi me
arruinaron la vida, no veo por qué no he de arruinárselas a otros.
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