sábado, 23 de marzo de 2013

VACACIONES COMPARTIDAS - I



Marisa miró a su cuñada con preocupación. Aunque Julia intentara disimularlo, la herida de la traición aún no estaba restañada. Evocó con rabia al incalificable individuo, no porque hubiera desertado dos meses antes de la boda, sino porque el abandono fue una excusa para encubrir la infidelidad. Poco después del plantón, se lo vio acompañado por otra mujer con la cual se casó al poco tiempo. Marisa decidió que un año era tiempo suficiente para concluir el duelo y en su mente comenzó a pergeñar un plan para sacarla de su apatía. Julia, además de ser la hermana de su pareja, era su mejor amiga. Extrañaba a la joven vivaz con la que habían compartido horas de estudio y esparcimiento y al nudo afectivo que se apretó cuando se descubrió enamorada de Rolo. Se volvió hacia el nombrado y pronunció persuadida:
—Vamos a ir con Julia.
Rolo la miró sorprendido. La expresión de su novia era inapelable. ¿Qué se traía entre manos?
—¿Adónde vas a ir, linda? —la interrogó con una sonrisa.
—¡Vamos, dije! A Traslasierra.
—¿En casa rodante? No me parece —contestó el hombre torciendo el gesto.
—Hay que sacudirla de su inercia. Y nada mejor que unas vacaciones —insistió Marisa.
Si había algo que Rolando había aprendido era la inutilidad de oponerse cuando su novia tomaba una decisión. No obstante, intentó una tibia resistencia:
—En un lugar tan reducido no tendremos privacidad, Mari —dijo en tono insinuante.
—No seas desalmado. Tu hermana nos necesita y es lo bastante ubicada como para respetar nuestra intimidad —su certeza rechazaba cualquier objeción. Señaló a la muchacha que parecía estar ajena al bullicio de la fiesta de fin de año—. ¿No te parte el corazón verla tan indiferente?
Rolo coincidió en que la inanimada expresión de su hermana no condecía con el carácter impetuoso que la distinguía. Las palabras de Marisa lo retornaron al territorio negado de la impotencia frente al desengaño de Julia. De buena gana hubiera golpeado a Teo si su arranque no hubiera aumentado el desconsuelo de la joven. Reconoció que había ocultado tras el escudo de la indiferencia la incapacidad de resolver el conflicto de su hermana y ya no le pareció desatinada la propuesta de Mari.
—Está bien, querida —aceptó—. Pero a vos te toca convencerla.
—¡Sos un portento, Rolando! —Lo abrazó con ímpetu—. Sabía que no me desoirías…
—Lo de portento te lo voy a demostrar esta noche… —le susurró con una mueca disoluta.
—Te lo voy a recordar —dijo ella bajamente.

—º—º—º—º—º—º—º—º—º—º—º—º—º—

El primero de año Marisa se presentó en casa de Julia a las diez.
—Todavía no se levantó —le informó su suegra.
—Yo la despierto, Vilma —dijo al tiempo que subía hacia el dormitorio.
Golpeó la puerta hasta que escuchó la voz adormilada de su cuñada:
—¿Quién es?
—Yo. Mari —dijo entrando a la estancia.
—¿Qué hora es?
—Las diez. Vestite y desayunamos juntas.
—Despiadada —balbuceó Julia—. Me acosté a las cuatro de la mañana.
—Y yo —afirmó su amiga aunque sin aclarar que se durmió a las seis después del intercambio amoroso con Rolando—. Vamos, holgazana, que el parque nos espera.
—Estás piantada —rezongó la aludida—. Nadie abre el boliche en año nuevo. Dejame dormir, ¿sí?
—Don José prometió que atendería su carrito, así que levantate y vayamos a oxigenarnos — exhortó Marisa levantando las persianas.
Julia se cubrió los ojos con la almohada que arrojó contra su cuñada cuando ésta le hizo cosquillas. Las dos terminaron riendo tendidas en la cama. Mari se deleitó con la risa de Julia que raras veces escuchaba en los últimos tiempos. Miró con afecto a su amiga admirada de su porte juvenil que no desmerecía sus veintinueve años al lado de los veinticuatro de ella. Se habían conocido en la Facultad de Humanidades adonde Julia decidió tardíamente comenzar la carrera de Antropología. Una espontánea simpatía las acercó y no tardaron en convertirse en compañeras de estudio. Se reunían para preparar las materias alternando las casas de ambas adonde ella conoció a su hermano. Él era tres años menor que Julia y tres mayor que ella. En esa época estaba en pareja y poco se fijó en la jovencita deslumbrada por su presencia. Aunque nunca le confesó a su amiga el sentimiento que Rolo le despertó, no dudaba de que Julia lo presentía. Hacía un año y medio que Rolando había terminado su relación y ella no desperdició la ocasión de hacerse notar. A la sazón, llevaban conviviendo medio año y soportando las presiones de ambas familias para que se casaran. Ellos tenían un pacto: si la vida en común funcionaba más de un año, cumplirían con los requisitos sociales. Se incorporó del lecho y le dijo a su cuñada mientras salía:
—Te espero abajo.
Poco después salían hacia el parque. El día era soleado y caluroso. Como Marisa había adelantado, el carrito de Don José estaba abierto y concurrido. Las ubicaciones alrededor del lago, ocupadas. Julia hizo un gesto de contrariedad que fue captado por un joven que le sonrió e hizo ademán de ofrecerle el lugar.
—¡Aprovechemos! —urgió Mari.
Se acercaron a la mesa: Marisa con una amplia sonrisa y Julia con ese gesto de misteriosa reserva que la hacía tan seductora.
—Estoy solo —dijo el muchacho, levantándose—. ¿No quieren acompañarme?
—Gracias —respondió Mari y se volvió hacia su amiga—: sentate mientras voy a buscar el desayuno.
—¡Yo se los traigo! —se ofreció él—. ¿Qué desean tomar?
—Café con leche y dos medialunas saladas —encargó Julia por las dos.
Apenas se perdió de vista, dejaron escapar la risa.
—Y yo creía que tu encanto estaba en decadencia —jaraneó Marisa—. Salió como un tiro a complacerte. Está interesante el vago, ¿no?
—¿Tanto te gustó? —se burló su amiga—. Mal pronóstico para un tal Rolo…
—Para vos, ridícula. Los hombres no se agotaron con un tal Teo —remarcó.
—Agradezco tu preocupación, pero el reemplazo me lo voy a buscar solita.
Marisa se congratuló por la respuesta de su amiga que abría la puerta al comienzo del olvido. Observó la larga cola y estimó que su anfitrión tardaría bastante en regresar. Decidió arriesgarse con la invitación:
—Ya te conté que dentro de dos semanas nos vamos con Rolando a Traslasierra en motorhome. Nos pareció una idea fantástica que vengas con nosotros —le participó con desenvoltura.
Julia entrecerró los ojos y un gesto divertido le animó las facciones:
—¡No te puedo creer! ¿Es una prueba de abstinencia?
—No tiene por qué serlo —rebatió Mari—. Viajaríamos con una persona despabilada. Además hace dos años que no te tomás vacaciones y sería la conclusión perfecta de una etapa de tu vida. ¡No me digas que no, amiga! —suplicó en tono lastimero.
La respuesta de Julia llegó después del paréntesis abierto por el retorno del oficioso que les alcanzó el desayuno y la despedida con la promesa de una llamada telefónica:
—¿Por qué no? Si a mi me arruinaron la vida, no veo por qué no he de arruinárselas a otros.

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