miércoles, 27 de marzo de 2013

VACACIONES COMPARTIDAS - II



—¿Listo, chicas? —la sonora voz de Rolando apuró la despedida y recomendaciones de Vilma.
Las jóvenes treparon a la casa rodante y agitaron las manos hasta perder de vista a la atribulada mujer que desconfiaba de las ventajas de pernoctar en medio de los caminos. La delincuencia alimentaba diariamente los matutinos con asaltos, arrebatos y muertes. El ataque a los turistas era noticia corriente en zonas poco pobladas sin olvidar los grandes centros urbanos. Aunque Rolo era un experto en artes marciales por haberlas practicado desde niño y tenía licencia para portar armas, su madre esperaba que nunca tuviera que recurrir a una u otra para defenderse.
Julia se tendió en el asiento situado tras el conductor. Cerró las celosías de la ventanilla y anunció, a piloto y copiloto, que iba a retomar el sueño. La despertaron en Villa María para tomar un café. Descansada como estaba, reclamó guiar el vehículo hasta la ciudad de Córdoba, primera escala del viaje, pedido al que se negó rotundamente su hermano por considerar que no estaba entrenada en el manejo del utilitario. Para conformarla, prometió instruirla cuando arribaran a Córdoba. Llegaron a la ciudad pasado el mediodía y, después de dejar el vehículo en un estacionamiento, buscaron lugar donde almorzar.
—Les hago una propuesta —dijo Julia mientras esperaban ser atendidos—: Pasemos esta noche en Córdoba porque me gustaría recorrer el centro y algunos lugares característicos. Mañana podemos salir para Mina Clavero después de almorzar. Son sólo dos horas de viaje.
—Creí que tu opinión antagónica te privaría de reconocer la ciudad —rió su hermano—. ¿A qué se debe el cambio?
—A que para polemizar hay que conocer —dijo altanera—. Cuando vuelva, tendré más argumentos para sostener que Rosario es la segunda ciudad del país.
—O no… —deslizó Rolo.
—Ya me las arreglaré para transformar los aspectos negativos en favorables —retrucó con gesto malicioso.
Mari y Rolando rieron francamente ante la desfachatada confesión de la muchacha que anticipaba su retorno de la melancolía.
—Para agradecer su buena disposición los invito a que esta noche nos alojemos en un buen hotel ya que han corrido con todos los gastos de la casa rodante —agregó generosa.
—¿Vamos a desairar a mi hermana? —preguntó Rolo rodeando los hombros de Marisa con su brazo.
La chica rió gozosa. Pensó que el viaje prometía momentos venturosos. Cuando Rolando se ausentó para ir al baño, paseó la vista entre las mesas hasta detenerla en un individuo que las observaba con fijeza. En realidad, se dijo, observaba a Julia. Como él no apartó la mirada, se sintió con derecho a estudiarlo. Más de treinta, fornido, varonil. La dejó explorarlo hasta que truncó el examen con una sonrisa. Mari desvió los ojos sobresaltada.
—¿Qué te pasa? —indagó su amiga.
—No mires a tu derecha —le susurró—. Pero hay un tipo que no te saca los ojos de encima.
Julia se volvió como si el pedido de su cuñada fuera una orden para escrutarlo. Sostuvo la mirada de unas pupilas claras casi extemporáneas en el rostro curtido y después enfocó a Marisa:
—Dejalo —dijo encogiéndose de hombros—. Es un sitio público.
—¡Mirá…! — apremió ahora Mari.
Rolo se había detenido junto a la mesa del sujeto quien se levantó para estrecharle la mano. Los vio gesticular en una charla muda para sus oídos y luego dirigirse hacia ellas.
—¡Chicas, les presento al ingeniero Alen Cardozo! —dijo su hermano con efusión—: mi novia, Marisa —la señaló— y mi hermana Julia.
El ingeniero les dio la mano y Julia constató que sus ojos eran grises. Una combinación provocadora en contraste con su piel morena.
—El ingeniero estuvo a cargo de la cátedra de Recursos Hídricos adonde presenté un proyecto de investigación —continuó Rolo con entusiasmo.
—Ah… —dijo Julia con displicencia—. ¿Y te lo aprobaron?
Su hermano hizo un gesto de reconvención ante la mirada divertida del catedrático:
—No es tema para conversar fuera del ámbito académico —masculló con sequedad. Se recompuso e invitó a Cardozo a compartir la mesa. Él agradeció con una sonrisa y se sentó frente a Julia.
—Me disculpo por mi indiscreción —declaró la joven— y espero que me faciliten una guía para no invadir su ámbito académico —Rolo la fulminó con la mirada y el invitado lanzó una franca carcajada.
—Tu hermano recibirá la evaluación por la vía establecida y no tenías por qué estar al tanto del protocolo —afirmó el hombre conciliador.
—No me dijiste nada de tu propuesta —intervino Marisa.
—Es que si la rechazaban ni te ibas a enterar —arguyó su novio—. Quería ahorrarte una decepción.
Mari le dedicó una mirada amorosa y se inclinó para besarlo.
—Mmm… —murmuró Julia sonriendo. Después le espetó al ingeniero—. Tu nombre es mapuche.
—Así es —asintió él.
—Es un nombre muy significativo.
—¿Te interesa su cultura?
—Estudio Antropología e hice un estudio de campo en una de sus comunidades. Pero vos, a pesar de tu tipo nativo, no tenés signos de ascendencia mapuche.
Alen la miró regocijado. La chica tenía un surtido de salidas espontáneas que despertaban su buen humor. Y además era hermosa.
—No sé por qué imaginás que mi origen es mapuche. ¿Y si tuviera una madre afecta al significado de los nombres? Estuve a punto de llamarme Pancracio, por ejemplo.
Julia se atragantó con la risa. Él la miró con deleite impregnándose del sonido cristalino que ella no pudo contener. Cuando se calmó le dijo:
—Con semejante nombre terminarían diciéndote Pancho o alguna simpleza parecida. ¿A qué alude Pancracio?
—“Al que es totalmente fuerte”.
—Veo que tu mamá se inclina por nombres que celebran las virtudes masculinas. Alen es más poético: “La luz que hay en medio de la oscuridad”. Me gusta —afirmó con llaneza.
Y a él le gustaba ella cada vez más. Se felicitó por haber adelantado la entrevista con las autoridades de la Facultad de Ciencias Exactas de la UNC programada para la semana entrante por escoltar a su madre que debía asistir a una reunión de su promoción. Esa tarde volverían a Nono y esperaba convencerlos de que aceptaran alojarse en su casa.
—¿Adónde están parando?
Rolando se ocupó de responder:
—Aún no elegimos hotel. Nos ocuparemos de eso después del almuerzo. A propósito, nos encantaría que comparta la comida con nosotros —ofreció a su colega.
—Te agradezco, pero debo ir a buscar a mi madre. Estaríamos complacidos de que acepten nuestra hospitalidad. Nono está a dos horas de Córdoba y podrán disfrutar de un paisaje espléndido —propuso ocultando su ansiedad.
Lo que le quedó claro fue que la pareja se interesó por la oferta, pero sus miradas convergieron en la responsable de su invitación que contestó en nombre del grupo:
—Agradecemos tu generosidad, pero sólo pasaremos una noche en el hotel. Vinimos en motorhome y mañana empezaremos a recorrer la zona.
Rolo y Marisa dejaron traslucir su decepción pero no se sintieron con derecho a modificar el proyecto original ante la firme oposición de Julia. Cardozo hizo un gesto de asentimiento y se despidió de las mujeres. Rolando lo acompañó hasta la salida del restaurante:
—Creeme que habría sido un placer —dijo—, pero también este viaje está planeado en función de mi hermana y no queremos contrariarla. Si me das tu dirección pasaremos a visitarte.
—Agendemos nuestros celulares —indicó Alen.
Después de que ambos ingresaron los respectivos números, Cardozo observó con aire preocupado:
—No es recomendable estacionar en lugares poco concurridos para pasar la noche, y menos con dos mujeres jóvenes. Buscá los camping que estén custodiados y equipados.
—La casa tiene alarma y llevo una pistola —explicó Rolo—. Y no soy un improvisado. Hace años que me entreno en un polígono de tiro y tengo licencia para portar armas.
La aclaración pareció no satisfacer a su colega que se permitió hacerle una pregunta:
—¿Tenés experiencia en acampar?
—Como boy scout —se encogió de hombros—. Pero estaremos en un refugio sólido e inaccesible y dotado de todas las comodidades.
Rolando sintió un incómodo malestar ante las apreciaciones de Cardozo. Bien estaba que él admirara al profesional idóneo, pero su recelo acerca de su destreza para una rutina tan simple como acampar lo disgustaba. El hombre leyó el fastidio en su rostro y se alejó con una última petición:
—Cuídense, ¿sí?

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