—¿Listo, chicas? —la sonora
voz de Rolando apuró la despedida y recomendaciones de Vilma.
Las jóvenes treparon a la casa
rodante y agitaron las manos hasta perder de vista a la atribulada mujer que
desconfiaba de las ventajas de pernoctar en medio de los caminos. La
delincuencia alimentaba diariamente los matutinos con asaltos, arrebatos y
muertes. El ataque a los turistas era noticia corriente en zonas poco pobladas
sin olvidar los grandes centros urbanos. Aunque Rolo era un experto en artes
marciales por haberlas practicado desde niño y tenía licencia para portar
armas, su madre esperaba que nunca tuviera que recurrir a una u otra para
defenderse.
Julia se tendió en el asiento
situado tras el conductor. Cerró las celosías de la ventanilla y anunció, a piloto
y copiloto, que iba a retomar el sueño. La despertaron en Villa María para
tomar un café. Descansada como estaba, reclamó guiar el vehículo hasta la
ciudad de Córdoba, primera escala del viaje, pedido al que se negó rotundamente
su hermano por considerar que no estaba entrenada en el manejo del utilitario.
Para conformarla, prometió instruirla cuando arribaran a Córdoba. Llegaron a la
ciudad pasado el mediodía y, después de dejar el vehículo en un
estacionamiento, buscaron lugar donde almorzar.
—Les hago una propuesta —dijo
Julia mientras esperaban ser atendidos—: Pasemos esta noche en Córdoba porque
me gustaría recorrer el centro y algunos lugares característicos. Mañana
podemos salir para Mina Clavero después de almorzar. Son sólo dos horas de viaje.
—Creí que tu opinión
antagónica te privaría de reconocer la ciudad —rió su hermano—. ¿A qué se debe
el cambio?
—A que para polemizar hay que
conocer —dijo altanera—. Cuando vuelva, tendré más argumentos para sostener que
Rosario es la segunda ciudad del país.
—O no… —deslizó Rolo.
—Ya me las arreglaré para
transformar los aspectos negativos en favorables —retrucó con gesto malicioso.
Mari y Rolando rieron
francamente ante la desfachatada confesión de la muchacha que anticipaba su
retorno de la melancolía.
—Para agradecer su buena
disposición los invito a que esta noche nos alojemos en un buen hotel ya que
han corrido con todos los gastos de la casa rodante —agregó generosa.
—¿Vamos a desairar a mi
hermana? —preguntó Rolo rodeando los hombros de Marisa con su brazo.
La chica rió gozosa. Pensó que
el viaje prometía momentos venturosos. Cuando Rolando se ausentó para ir al
baño, paseó la vista entre las mesas hasta detenerla en un individuo que las
observaba con fijeza. En realidad, se dijo, observaba a Julia. Como él no
apartó la mirada, se sintió con derecho a estudiarlo. Más de treinta, fornido,
varonil. La dejó explorarlo hasta que truncó el examen con una sonrisa. Mari
desvió los ojos sobresaltada.
—¿Qué te pasa? —indagó su
amiga.
—No mires a tu derecha —le
susurró—. Pero hay un tipo que no te saca los ojos de encima.
Julia se volvió como si el
pedido de su cuñada fuera una orden para escrutarlo. Sostuvo la mirada de unas
pupilas claras casi extemporáneas en el rostro curtido y después enfocó a
Marisa:
—Dejalo —dijo encogiéndose de
hombros—. Es un sitio público.
—¡Mirá…! — apremió ahora Mari.
Rolo se había detenido junto a
la mesa del sujeto quien se levantó para estrecharle la mano. Los vio
gesticular en una charla muda para sus oídos y luego dirigirse hacia ellas.
—¡Chicas, les presento al
ingeniero Alen Cardozo! —dijo su hermano con efusión—: mi novia, Marisa —la
señaló— y mi hermana Julia.
El ingeniero les dio la mano y
Julia constató que sus ojos eran grises. Una combinación provocadora en
contraste con su piel morena.
—El ingeniero estuvo a cargo
de la cátedra de Recursos Hídricos adonde presenté un proyecto de investigación
—continuó Rolo con entusiasmo.
—Ah… —dijo Julia con
displicencia—. ¿Y te lo aprobaron?
Su hermano hizo un gesto de
reconvención ante la mirada divertida del catedrático:
—No es tema para conversar
fuera del ámbito académico —masculló con sequedad. Se recompuso e invitó a
Cardozo a compartir la mesa. Él agradeció con una sonrisa y se sentó frente a
Julia.
—Me disculpo por mi indiscreción
—declaró la joven— y espero que me faciliten una guía para no invadir su ámbito
académico —Rolo la fulminó con la mirada y el invitado lanzó una franca
carcajada.
—Tu hermano recibirá la
evaluación por la vía establecida y no tenías por qué estar al tanto del
protocolo —afirmó el hombre conciliador.
—No me dijiste nada de tu
propuesta —intervino Marisa.
—Es que si la rechazaban ni te
ibas a enterar —arguyó su novio—. Quería ahorrarte una decepción.
Mari le dedicó una mirada
amorosa y se inclinó para besarlo.
—Mmm… —murmuró Julia
sonriendo. Después le espetó al ingeniero—. Tu nombre es mapuche.
—Así es —asintió él.
—Es un nombre muy
significativo.
—¿Te interesa su cultura?
—Estudio Antropología e hice
un estudio de campo en una de sus comunidades. Pero vos, a pesar de tu tipo
nativo, no tenés signos de ascendencia mapuche.
Alen la miró regocijado. La
chica tenía un surtido de salidas espontáneas que despertaban su buen humor. Y
además era hermosa.
—No sé por qué imaginás que mi
origen es mapuche. ¿Y si tuviera una madre afecta al significado de los
nombres? Estuve a punto de llamarme Pancracio, por ejemplo.
Julia se atragantó con la
risa. Él la miró con deleite impregnándose del sonido cristalino que ella no
pudo contener. Cuando se calmó le dijo:
—Con semejante nombre
terminarían diciéndote Pancho o alguna simpleza parecida. ¿A qué alude
Pancracio?
—“Al que es totalmente
fuerte”.
—Veo que tu mamá se inclina
por nombres que celebran las virtudes masculinas. Alen es más poético: “La luz
que hay en medio de la oscuridad”. Me gusta —afirmó con llaneza.
Y a él le gustaba ella cada
vez más. Se felicitó por haber adelantado la entrevista con las autoridades de la Facultad de Ciencias
Exactas de la UNC
programada para la semana entrante por escoltar a su madre que debía asistir a
una reunión de su promoción. Esa tarde volverían a Nono y esperaba convencerlos
de que aceptaran alojarse en su casa.
—¿Adónde están parando?
Rolando se ocupó de responder:
—Aún no elegimos hotel. Nos
ocuparemos de eso después del almuerzo. A propósito, nos encantaría que
comparta la comida con nosotros —ofreció a su colega.
—Te agradezco, pero debo ir a
buscar a mi madre. Estaríamos complacidos de que acepten nuestra hospitalidad.
Nono está a dos horas de Córdoba y podrán disfrutar de un paisaje espléndido
—propuso ocultando su ansiedad.
Lo que le quedó claro fue que
la pareja se interesó por la oferta, pero sus miradas convergieron en la
responsable de su invitación que contestó en nombre del grupo:
—Agradecemos tu generosidad,
pero sólo pasaremos una noche en el hotel. Vinimos en motorhome y mañana
empezaremos a recorrer la zona.
Rolo y Marisa dejaron
traslucir su decepción pero no se sintieron con derecho a modificar el proyecto
original ante la firme oposición de Julia. Cardozo hizo un gesto de
asentimiento y se despidió de las mujeres. Rolando lo acompañó hasta la salida
del restaurante:
—Creeme que habría sido un
placer —dijo—, pero también este viaje está planeado en función de mi hermana y
no queremos contrariarla. Si me das tu dirección pasaremos a visitarte.
—Agendemos nuestros celulares
—indicó Alen.
Después de que ambos
ingresaron los respectivos números, Cardozo observó con aire preocupado:
—No es recomendable estacionar
en lugares poco concurridos para pasar la noche, y menos con dos mujeres
jóvenes. Buscá los camping que estén custodiados y equipados.
—La casa tiene alarma y llevo
una pistola —explicó Rolo—. Y no soy un improvisado. Hace años que me entreno
en un polígono de tiro y tengo licencia para portar armas.
La aclaración pareció no
satisfacer a su colega que se permitió hacerle una pregunta:
—¿Tenés experiencia en
acampar?
—Como boy scout —se encogió de
hombros—. Pero estaremos en un refugio sólido e inaccesible y dotado de todas
las comodidades.
Rolando sintió un incómodo malestar
ante las apreciaciones de Cardozo. Bien estaba que él admirara al profesional
idóneo, pero su recelo acerca de su destreza para una rutina tan simple como
acampar lo disgustaba. El hombre leyó el fastidio en su rostro y se alejó con
una última petición:
—Cuídense, ¿sí?
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