miércoles, 14 de mayo de 2014

CONFLICTO AMOROSO - XV



Después de tomar un refrigerio en la confitería del Mirador del Sol, enfilamos hacia el balneario El Rincón. Ahora íbamos bajando y Guille mostró una vez más su pericia al conducir. La pileta del balneario estaba alimentada por las aguas de un arroyo y sus alrededores poblados de árboles, especialmente sauces. Cada vez que veía un sauce evocaba el verso de un poema de Fernán Silva Valdez: “el sauce es el afiche de la melancolía…”; me parecía una bella metáfora de ese árbol desgarbado cuyas hojas semejaban una larga melena inclinada sobre la tierra o el agua. Nos despojamos de la ropa en el auto y salimos en malla a recorrer el lugar. Después del embalse que conformaba la piscina, seguimos por la orilla del río hasta la zona arbolada adonde había dispuestas mesas para tomar mate y parrillas para hacer asados. Aunque el sol había perdido su virulencia, Sami –por rubia- y yo –por chamuscada-, nos cubrimos con protector solar y volvimos a la pileta. Era espaciosa y pudimos nadar sin colisionar con nadie, pues eran pasadas las cinco de la tarde y el agua estaba bastante fresca.
—¡Paren de tiritar, muchachas! —ordenó Guille a las seis alcanzándonos los toallones—. Vamos a sentarnos al sol y les cebo unos mates.
Eligió una mesa al borde de la arboleda y después de varias rondas Sami y yo estábamos recuperadas. Mi amiga se desplazó bajo la sombra y se durmió al instante. Yo lo miré al gurka a través de las pestañas entornadas. Estaba tendido sobre el pasto, descansando la cabeza sobre los antebrazos cruzados bajo la nuca. Creí que dormía así que me dediqué a observarlo minuciosamente. Tenía un físico armonioso; los músculos trabajados sin exceso sugerían fortaleza y plasticidad. Me reproché estas consideraciones porque si bien no era inmune a los encantos masculinos era impropio que los evocara ojeando el cuerpo del hermanito de mi amiga. ¿Qué percepciones internas había iniciado el encubierto interés de Guillermo por mí? Al menos, cuestionarme la relación con Noel. Hacía tiempo que era insatisfactoria, pero nadie me había sacudido de esa inercia amatoria por la que me deslizaba. Y no era solo cuestión de sexo, sino de ausencia de pasión, de intereses comunes, de vibrar con la presencia del otro… Recordé la definición de Guille de una mujer enamorada: miradas, actitudes corporales, aproximación física… Noel y yo, sin convivir siquiera, estábamos desgastados. Por un momento me tentó endosarle la responsabilidad, pero terminé aceptando mi complicidad en esa apatía poco comprometedora. Miré el cielo despejado y con un suspiro audible aventé estos pensamientos inquietantes.
—La princesa está triste… ¿qué tendrá la princesa? —la voz grave del gurka se dulcificó en la pregunta.
Incliné la cabeza con una sonrisa: —Pensé que dormías —dije en voz baja.
—Te miraba —expresó.
—¿Y recordaste una poesía? No creí que estaban incluidas en tu formación académica.
Rió por lo bajo: —Te sorprenderían las que evoqué inspiradas en tu rostro melancólico… Aunque estos versos son los más afines a tu nostalgia, ¿me equivoco?
Confieso que me conmovió esa faceta de hombre sensible a pesar de mi respuesta: —Como de aquí a la China —aseguré con descaro y, para cambiar de tema—: Te vi muy entretenido con tu fan del Mirador, ¿qué te proponía?
—¡Ah…! —reaccionó al terminar de digerir mi contestación—. Me invitó a una fiesta que da su padre para inaugurar un complejo de cabañas en Potrero de Funes. Es el sábado.
—El día que Sami cumple años —le recordé—. No querrás faltar al cumpleaños de tu hermana…
—No, inquisidora —se incorporó y me enfocó desde su postura dominante—: Tengo la sensación de que invalidás cualquier cosa que digo —señaló calmosamente.
—¡No sé a qué te referís! —reaccioné con intemperancia.
Se inclinó sobre mí, desafiante, impidiendo que le hurtara la mirada. Sostuve su escrutinio con porfía hasta que cedió con una mueca—: ¿Ves? —alegó en tono condescendiente— Si aceptaras que siempre estás a la defensiva…
Me senté para quedar a su altura: —Es que no puedo disociarte del mocoso que nos hacía la vida imposible hace trece años —reconocí disgustada.
Rió como si conjurara pensamientos adversos a través del sonido. Cuando se aplacó, me demandó sin rudeza: —¿No creés que yo también superé etapas a lo largo de los años? Calculo que mi última chiquillada fue apropiarme de tu pañuelo —sonrió—. Crecí, Martina. Maduré física y mentalmente, interpreté mi vocación de trabajo y perseveré para perfeccionarme y, lo más trascendente, regresé para reclamar a mi dama —su voz adquirió un tono solemne y su rostro perdió todo vestigio de risa. Las pupilas verdosas adquirieron el fulgor de un mar turbulento mientras se aproximaba hacia mí.
—No quiero seguir jugando a este pasatiempo medieval —rechacé con angustia.
—No es un juego, milady —murmuró deteniendo su avance—. Tenés miedo…  ¿De qué, Marti? ¿De mí? ¿De dejarte tentar por mis sueños? ¿O de descubrir que podés compartirlos?
—¡Estás loco, gurka! —reaccioné—. ¿Con qué derecho irrumpís en mi vida pensando que el tiempo se detuvo cuando te fuiste? Mientras vos no te preocupabas más que por estudiar yo luché por mantenerme independiente y forjarme un porvenir. Claro que no con tus ventajas —dije ásperamente—, no tuve familiares que me respaldaran —no le permití interrumpirme—: No sé qué te hizo pensar que participaría de tu delirio y aunque subestimes mi relación de pareja, existe, y nadie más que yo tiene la potestad de juzgar si es adecuada o no —me detuve porque me faltaba el aire.
Guillermo me miró con serenidad. Aguantó mi descarga y manifestó al cabo: —Te voy a responder en orden. No me siento con ningún derecho hacia tu persona y esperar que compartas lo que siento es atributo de cualquier enamorado. ¡No renunciaré a conquistarte, Martina, aunque en esta empresa no tenga las mismas prerrogativas que tuve para estudiar! —dijo con arrebato.
Sentí que estaba frente a un completo desconocido. Este hombre exaltado que pretendía seducirme no se correspondía con el gurka o Guille. Por primera vez lo contemplé despojado del recuerdo y reconocí que me intimidaba.
—¿Y si no quiero? —balbucí débilmente.
—Solo dame la oportunidad —suplicó.

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