jueves, 22 de mayo de 2014

CONFLICTO AMOROSO - XVI



No le contesté. Miré sin fingimientos su figura acomodada en postura de yoga, el semblante esperanzado por ese silencio que no otorgaba pero tampoco negaba. Me pregunté por qué no le había dado una respuesta contundente que le extinguiera la ilusión… Supongo que exigía una refutación comprometedora y por el momento no estaba en condiciones de asumirla, de modo que me incorporé e inquirí: —¿Podemos volver, Guille?
Estuvo de pie al instante.
—¿Estás bien? —se interesó.
—Sí. Nada más que un poco cansada —disimulé mi ambigüedad.
Me contempló con inquietud. Su mano apretó mi brazo con delicadeza: —Martina… —murmuró— No quiero que te sientas presionada ni perseguida, querida. Prometo no perturbar tus vacaciones con ninguna alusión que pueda molestarte, ¿vale? —formuló con ansiedad.
—Te tomo la palabra —dije con una sonrisa apagada.
Antes de soltarme, sus ojos me interrogaron. ¡Ah, no, gurka!, pensé. Ni yo sé lo que quiero, ¿cómo decírtelo a vos? Me separé con suavidad y fui a llamar a Sami.
Guille se había vestido cuando llegamos a la camioneta y esperó afuera hasta que estuvimos listas. Fuimos nula compañía para el conductor, adormecidas por el tibio interior del vehículo y la sorda vibración del motor. Entre la bruma del sueño advertí que Guillermo había detenido la camioneta delante de la casa. Se volvió hacia mí y me observó con una expresión que excedía lo puramente amistoso. Presumo que ese fue el comienzo de mi capitulación y no, como supuse en ese momento, por estar debilitada por el letargo sino por lo que leí en su mirada trascendente. El deseo de ser besada me avasalló y él debió leerlo en mi rostro sofocado porque se inclinó para alcanzar mis labios entreabiertos. Cubrió mi boca con la suya como si quisiera devorarme y deslizó su lengua en una caricia que me estremeció como un torbellino. Estaba conmocionada, jamás nadie me había besado con ese poderío que oscurecía mi raciocinio. Reaccioné cuando me encuadró la cara entre las manos apremiado por la pasión.
—¡No! —impugné apartándolo. Y acusé con un mohín de reproche—: Aprovechaste que estaba dormida…
Del estupor pasó a la hilaridad. Apoyó la espalda contra la portezuela y declaró aún risueño: —Sos deliciosa, milady. ¡En todos los aspectos…! —enfatizó.
No quise averiguar a qué otros aspectos se refería porque era obvio que “deliciosa” estaba relacionado con el sentido del gusto; aún así estaba por echarle en cara que esa aclaración podía considerarse una indirecta, cuando irrumpió la voz de Samanta: —¿Llegamos? —preguntó aturdida.
Respingué y sentí que estaba colorada hasta las orejas. ¡Me había olvidado de que ocupaba el asiento de atrás! Rogué porque no nos hubiese escuchado… ¡Ni visto!
—Así es, marmota —confirmó su hermano con celeridad—. Ya pueden bajar y darse una ducha refrescante.
Salí del auto y le abrí la puerta a Sami. Una ojeada me bastó para comprobar que seguía teniendo el sueño pesado. La tironeé de la mano para ayudarla a bajar.
—¡Gracias, amiga! —Rió— ¿Qué te parece despabilarnos con una buena ducha?
—¡Fantástico! —aprobé.
Me desnudé antes de entrar al cuarto de baño y me miré en el espejo grande. Mi piel estaba perdiendo el tono rojo de la insolación y mutando a un saludable cobrizo. Recorrí mi cuerpo minuciosamente, con la atención que pocas veces le prestaba y sentí que bien podía ser deseable para cualquier hombre. Pero yo era algo más que un cuerpo bonito. Tenía inquietudes y deseaba realizarme en alguna actividad que me significara, así como la habían encontrado Noel y Guillermo.
Bueno, Martina. Dejá de recostarte en la relación cómoda con Noel y abandoná tu papel de víctima del destino. Esforzate para terminar en tres años la licenciatura que abandonaste y podrás concursar para un cargo en la Facultad de Lenguas Modernas.
Evoqué a mi profesora de francés que me auguraba una carrera exitosa dada la facilidad que tenía para los idiomas y decidí, frente a mi imagen tan desnuda como la admisión de mi apatía, que se habían agotado las excusas. La demanda de docentes, intérpretes y traductores justificaba cualquier sacrificio. Premié mi entusiasmo con una amplia sonrisa y tomé un largo y reparador baño.
Provocaste una reacción en cadena, gurka, pensé mientras me secaba. Pasé crema por toda mi epidermis, me perfumé y elegí un conjunto blanco que resaltaba el color bronceado. Acomodé mi pelo humedecido sobre los hombros, me iluminé los labios y bajé, una hora después, esperando no encontrarme a solas con Guille. Estaba tan satisfecha con mi determinación que no quería que mi alegría fuese malinterpretada.
—¡Estás bella, Marti! —Se entusiasmó Samanta al verme— ¿No es cierto, Guille? —involucró a su hermano.
Él me echó una mirada intensa antes de responder: —Absolutamente.
Le pregunté para interrumpir esa contemplación suspendida: —¿Nos vas a comunicar con India?
Sonrió como si hubiera descifrado mi pensamiento y se levantó para buscar la computadora.
—¡Lo tenés a tu merced! —rió Samanta.
—No lo creas —le resté importancia—. El gurka es un virtuoso de la actuación.
Ella me miró de hito en hito con una mueca irreverente que daba cuenta de no acordar con mi hipótesis. Yo no quería alimentar la polémica porque no sabía en dónde podía terminar, coyuntura de la cual me libró Guillermo al reaparecer con su máquina. La instaló sobre la mesa, se conectó y, después de saludar a India, se eclipsó.
—¡Hola, chicas! —Dijo mi amiga del otro lado de la pantalla—. ¿Qué cuentan?
—¡Qué contás vos, simuladora! —le espeté.
Se rió con desparpajo. Era buen síntoma.
—Si te referís a mi salida —contestó—, se repite esta noche.
—¡Ay, India! —Exclamó Sami—, ¡No nos tengas sobre ascuas!
Yo la miré sin insistir. Ella nos contaría lo que le viniera en gana.
—Por ahora —manifestó— he pasado un momento muy agradable con un hombre fascinante. No quiero hacer predicciones porque suelo decepcionarme a menudo.
Esta declaración, en franco contraste con el carácter entusiasta de India, le concedía al tal Román varios puntos a favor. Entreví que una charla confidencial le vendría tan bien como a mí explayarme con ella, ya que con Samanta no podía hacerlo. El resto de la conversación fue trivial y acordamos en vernos al día siguiente. Antes de la cena me comuniqué con mamá y, en un arranque, lo llamé a Noel. Tanto su teléfono fijo como el móvil se acoplaban al contestador automático. Me encogí de hombros: había hecho el intento.
Comimos trucha confitada con champiñones en un restaurante que propuso Sami y regresamos a las once de la noche. Darren nos esperó levantado y soportó con estoicismo las filmaciones de nuestra incursión por la tirolesa. Al finalizar la proyección, sentí que el cansancio me ganaba. Demasiadas emociones para un día.
—Me retiro —anuncié.
—Antes de que te vayas —me detuvo Guillermo— resolvamos lo de la invitación —se dirigió a su hermana—: Sami, un seguidor de mi trabajo me invitó a la inauguración de unas cabañas turísticas. Es el sábado. ¿No querrías tener un cumpleaños diferente?
A Samanta le brillaron los ojos. Lo miró a Darren. Él hizo un gesto risueño: —Es tu cumpleaños, querida, y tu elección.
—¿Qué decís, Marti? —buscando mi aprobación.
—Lo mismo que Darren —avalé.
—Te invitó a vos —le dijo al gurka—. ¿Qué dirá si te aparecés con un ejército?
—Para deshacerme de él le aclaré que estaba con mi familia y mi novia —me miró y redundó—: Para sacármelo de encima… Me contestó que todos serían bienvenidos y me estiró la tarjeta.
—¡A ver… A ver! —pidió Sami.
Guille se la tendió y ella la leyó cuidadosamente. Nos miró después con una sonrisa: —Aquí dice de rigurosa etiqueta. ¿Todavía se estila?
—Supongo —le respondí—. Aunque yo voy a desentonar. No tengo traje de fiesta.
Samanta se quedó pensativa. No podía ofrecerme ninguna prenda porque era más alta y corpulenta. Esperé que no me propusiera comprarla porque tendría que confesar públicamente mi insolvencia. El gurka se mantuvo callado, seguramente recordando mis planteos previos al viaje.
—Bueno —dijo al cabo mi amiga—. Si Guillermo viste informal, a nadie le va a extrañar tu estilo casual.
—¿Te atreverías? —lo provoqué.
—Por ti, milady, desnudo si me lo pides —aseguró con una reverencia cortés.
Habló en inglés, para que Darren no quedara al margen de la charla. El colorado largó una carcajada contagiosa ante la sonrisa bonachona de Guille. Yo sacudí la cabeza y le dije en tono condescendiente: —¿Sabés? Esta salida es tan propia de un gurka…

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