Julia y Marisa ingresaron al
mirador en donde estaban instalados los hombres. Rolo se acercó a su novia, la
enlazó por la cintura y le susurró cuánto la amaba antes de besarla. Alen, que
deliraba por la bella mujer que lo observaba con gesto risueño, la envolvió en una
mirada penetrante.
—Estás hermosa —le dijo por lo
bajo.
—Gracias. Y vos muy elegante —repuso
un poco turbada. Desvió los ojos hacia los amplios ventanales advirtiendo que
estaban empañados por la impalpable lluvia: —Parece que seguirá así toda la
noche —manifestó.
—Es probable. Pero estaremos a
cubierto —la tranquilizó Alen—, y el auto está bajo techo de modo que no se
mojarán al salir.
Eran pasadas las nueve de la
noche cuando entraron al restaurante. El ambiente cálido y selecto invitaba a
la charla intimista. Un hombre joven se acercó con la mano estirada hacia Cardozo.
—¡Alen! Sabía que no me ibas a
defraudar —le sacudió la diestra y miró a sus acompañantes con una sonrisa.
—Luiggi es el propietario de
este complejo —le precisó Alen al grupo antes de introducirlos—: Tano, te
presento a unos amigos rosarinos; el ingeniero Rolando Páez, su novia Marisa y su
hermana Julia.
Luiggi apretó la mano de Rolo
y besó a las muchachas en la mejilla. Expresó a continuación: —Vengan que les
haré lugar en mi mesa.
Dos adolescentes dejaron
libres los lugares a su pedido para que el grupo se ubicara. Luiggi se alejó
con Alen prometiendo regresar sin demora. Julia, un tanto incómoda por haber
desplazado a los jóvenes, se dirigió a la mujer que tenía a su derecha: —Me parece
que esos chicos no deben estar contentos por habernos cedido sus asientos…
—¡No creas! —rió la aludida—. Estaban
de seña por orden de su padre y no veían la hora de sentarse con sus amigos. Yo
soy Gina, la esposa de Luiggi —se presentó—. Supongo que serás la novia de
Alen.
—¡Oh, no! —refutó Julia—. Acabamos
de conocernos y estamos parando en su casa, es decir, en casa de sus padres —se
enmarañó.
—¡Ah…! —dijo Gina como si entendiera—.
Así que están alojados en casa de Etel y Alejo…
—Para abreviar —formuló la
joven con humor—: Mi nombre es Julia, soy de Rosario, estoy recorriendo
Traslasierra en motorhome con mi hermano Rolando y mi cuñada Marisa; Cardozo
nos ofreció su predio para acampar dos días en Nono y nos invitó a compartir la
inauguración del restaurante. Es un gusto conocerte, Gina, y me encanta el
estilo del local —concluyó.
—Gracias, Julia, y espero que
mi deducción no te haya molestado. Es que parecen estar hechos el uno para el
otro —se disculpó la mujer con una sonrisa.
—Sos demasiado imaginativa…
—¿Estás comprometida?
—No. Y no pienso estarlo por
mucho tiempo —dirigió su atención hacia los ventanales que daban al parque
exterior—: Supongo que si no estuviera lloviendo la cena sería al aire libre...
Gina aceptó el tácito llamado
a cambiar de tema. A poco regresaron Luiggi y Alen y dio comienzo la comida. El
menú fue degustado y alabado por los presentes después de lo cual el dueño del
restaurante los condujo hacia la discoteca. Se acercaron a la barra adonde un
barman preparaba tragos a pedido.
—¿Qué vas a tomar? —le preguntó
Alen a Julia.
Ella, escarmentada por la
anterior ingesta de licores, eligió uno de frutas con helado. En tanto esperaban,
se dedicó a observar el local y sus ocupantes. Los integrantes de su mesa, en
grupos más reducidos, ya estaban instalados en cómodos sillones. Luiggi
circulaba entre las mesas bajas departiendo con sus invitados y atento a que
nada les faltara.
—¿Vamos a sentarnos? —la voz
grave de Alen la sacó de la contemplación.
Tomó el vaso escarchado que le
tendía y caminó junto a él hacia donde estaban ubicados Marisa, Rolando y Gina.
Se unieron a la charla cordial cuya informalidad le permitió a Alen enfocar su
atención en Julia. La contempló sin disimulo, saturando sus sentidos con la cadencia
de su voz, el suave perfume que la identificaba, la armonía de su figura. La
risa la embellecía tanto como la atenta seriedad con que escuchaba en ese
momento las palabras de su hermano. ¿Podría alguna vez tenerla en sus brazos y
besar esa boca que lo enardecía? No se iba a permitir perderla cuando ella
tenía su corazón libre. El aterrizaje de Luiggi en la butaca que tenía a su
derecha, canceló su ensoñación.
—¡Uf! —sopló—. No pensé que la
inauguración iba a ser tan fatigosa. Necesito un trago antes de acercarme a la
mesa de los Pérez Trejo.
Alen rió divertido. Conocía a
la tradicional familia famosa por su pedantería y ostentación. En los círculos
sociales se la toleraba por las vastas relaciones que tenían, argumento de peso
para el sostén de cualquier negocio. Se levantó con la intención de satisfacer
a su amigo.
—¿Adónde vas?
—A traerte una copa.
—Acompañane, nomás —pidió
Luiggi.
A medio camino, lo detuvo.
—Ahora me vas a contar por qué
me ocultaste tu relación con esa espléndida joven. ¡No es justo con lo que Gina
y yo nos preocupamos por vos!
—¡Ja! ¿Qué preocupación los
embarga? Estoy sano y con trabajo —se burló.
—Que ya tenés edad suficiente
para tener una mujer y varios críos. Con veintiséis me apadrinaste a Juampi,
¿te acordás?
—Ahora me vas a imputar que no
me acuerdo de mi ahijado.
—Sos el mejor padrino que
pudiera tener, pero es mejor que esa atención se la dediqués a tus hijos —dijo
sentencioso.
—Desacelerate, Tano. Que si
consigo que Julia me acepte vas a ser el primero en enterarte.
—¿Y cómo no te va a aceptar?
—dijo escandalizado.
—¡Sos un amigazo! —rió Alen
palmeándolo—. Vamos a conseguir tu trago así puedo volver a la mesa.
Momentos después, la
iluminación disminuyó y aumentó el volumen de la música. La pista de baile
destelló en colores convocando al baile. Marisa no resistió el llamado: —¡Vamos
a bailar, gente! —exhortó tirando la mano de Julia, quien se levantó riendo.
Los hombres las escoltaron y
los cuatro se sacudieron al ritmo de la música pegadiza. Julia disfrutaba de la
compañía de Alen que la secundaba con destreza. Se movía con alborozo,
reviviendo el placer que le deparaba la danza. Luiggi y Gina se les unieron
poco después conformando el sexteto más ameno que ella recordara. Estaban entremezclados
cuando el compás menguó. Luiggi la enlazó por la cintura y acomodó el paso a la
melodía más lenta.
—Me congratulo de tenerte a
vos y a tu familia en la inauguración del negocio —le dijo con familiaridad—.
Espero verlos por aquí mientras duren sus vacaciones.
—¡Gracias, Luiggi! Si no
siguiéramos viaje tené por seguro que seríamos visitantes asiduos.
—¿No disfrutan de Nono?
—¡Sí! Pero está en nuestro
itinerario conocer otras localidades.
—Instalados aquí todo está muy
cerca, y nosotros tendríamos el gusto de verlos más tiempo —insistió el hombre.
Julia rió de la perseverancia
de Luiggi. Intuyó que deseaba retenerla en nombre de su amigo.
—Es hora de recuperar a mi
pareja —dijo una voz inconfundible.
Luiggi recibió a Gina y liberó
a Julia que quedó enfrentada a su inquietante anfitrión. Él la cercó con su
brazo y la arrimó a su cuerpo. ¿Qué me
pasa? Recién estaba en brazos de Luiggi como si nada y ahora se me aceleró el
pulso. Si no me controlo, me dejaré seducir por él. ¡Y esta música, Dios mío…!
Cerró los ojos y se dejó
llevar por su acompañante. Él la sostenía por la cintura y fue llevando la mano
de ella sobre su pecho. Inclinó la cabeza y apoyó la barbilla contra su sien.
Julia dejó de resistirse y se permitió disfrutar de la cercanía masculina.
4 comentarios:
Gracias por deleitarnos con sus novelas ., esperando con ansias el proximo capitula
Gracias a vos por comentar. Pronto subiré un capítulo. Un abrazo.
Mi estimada Carmen, es un deleite leer cada semana tus novelas, te aseguro que estarè esperando con ansia la siguiente entrega.
Mil gracias. Hoy va un nuevo capítulo. Me gustaría saber desde dónde me escribís. Un abrazo.
Publicar un comentario