viernes, 28 de marzo de 2014

CONFLICTO AMOROSO - XI



—¡Hola, India! —amplió la sonrisa.
—Querido Guille, no solo sos el genio de la computación sino el de la lámpara… ¡Me cumpliste un deseo recién expresado! —atestiguó la voz de mi amiga
—A vuestras órdenes, señora —dijo la deidad—. Y ahora podéis pedir lo que se os cante.
Con esa expresión impropia de un genio, le hizo una reverencia, giró la máquina hacia nosotras y nos encandiló con el foco incorporado a la computadora.
—¡Marti! —India nos sonreía eufórica—. ¡Estás al espiedo! ¡Pero espléndida…! —agregó con generosidad.
Me causó gracia. Me incliné hacia la hermana de Guillermo: —Sami, ella es la gran escultora de la que te hablé —hice un gesto ampuloso—. India, esta es mi amiga de la infancia —terminé la presentación.
—Samanta, me alegro de conocerte —afirmó la artista que lucía un soberbio vestido de fiesta.
—¡Y yo! —exclamó Sami—. Ya me estaba poniendo celosa de la nueva amistad de Marti.
—Perdé cuidado —la tranquilizó India—. Martina es la persona más fiel que conozco.
Para que no siguiera alabando mis cualidades, le pregunté: —¿Adónde vas con ese traje tan elegante?
—¡Ah…! A una reunión que organiza papá. Creo que pretende encontrarme un novio. Le está preocupando mi larga soltería.
Largué una carcajada. De lo que estaba segura es que a ella la tenía sin cuidado. No era la primera vez que Bernardo intentaba vincularla con algún candidato.
—Me parece bien que estés preparada para cualquier imprevisto. ¿Quién te dice que ésta no sea tu oportunidad? —le dije burlona.
—Vos, parece. Pero hablemos de otra cosa. ¿Qué planes tienen?
—Esta noche, ninguno —contestó Sami—, los chicos hicieron un viaje largo. Martina me habló de tus esculturas. ¿Me las mostrarías? Me gustaría llevarme alguna a Toronto —pidió.
—Será un placer. Pero mañana. Mi padre se está impacientando —accedió India—. Estaré en pie a partir del mediodía.
—¡Seguro! —aprobó Samanta—. Guille nos conectará. ¡Qué disfrutes de la fiesta!
—¡Chau, India! Mañana nos vemos —la despedí.
Guillermo cerró el programa y apagó el aparato. Cenamos en la cocina y planificamos hacer una recorrida por Merlo al día siguiente. Darren debía volver al trabajo.
—¡No saben cuánto me alegro de que hayan venido! Primero —dijo dirigiéndose a mí—, por conocer a la famosa milady —yo lo miré inexpresiva—, segundo, para que la mía no se muera de tedio y algún día tenga que salir a rastrearla por los caminos —la connotación de “la mía” quedó flotando en la consideración tácita de quien era “la del otro”.
—Después del paseo podemos ir a tomar mate al Rincón —propuso Sami.
Yo la miré interrogante y aclaró: —es un balneario municipal, está a orillas de un arroyo y tiene una hermosa arboleda. Digo… para que no te sigas flechando —añadió solícita—. Fuimos una vez con Darren.
Él le pasó un brazo sobre los hombros y la besó: —Ya sé que te tengo un poco abandonada, mujercita —reconoció al separarse—. Pero Bill y Marti me darán una mano mientras supero la etapa crítica de la obra.
Samanta miró a su colorado con cara de embeleso. ¡Vaya que estaba enamorada mi amiga! Mis ojos se cruzaron con los del gurka. Él me escrutaba a mí, como queriendo sondear mi pensamiento. Me moví inquieta, porque había imaginado lo excitante que sería una relación adonde me amaran de esa manera. No Darren, por descontado, pero ¿quién? No había evocado a Noel en ningún momento, ya que yo no estaría allí si nuestro vínculo fuera tan apasionado. Aparté la vista y me perdí en  mi copa de helado.
—Los dibujos no, Marti, te podrías indigestar —esta observación de Guille detuvo la minuciosa rascada del recipiente en la que me había abstraído.
—¡No podés con tus modales de gurka! —lo reprendió su hermana.
—¡Le quise evitar un malestar! —se defendió risueño.
—Dejalo, ya estoy acostumbrada a sus chiquilladas —dije abandonando la cuchara con petulancia—. Te ayudo a levantar la mesa y me voy a dormir —le ofrecí a mi amiga—. ¡Estoy molida!
—Ni lo sueñes. Darren y yo la despejaremos y mañana viene Dora para ordenar todo. ¡Andá a descansar!
Me acerqué a Sami y la abracé: —¡Estoy muy feliz por el reencuentro y he pasado un día estupendo! —le expresé emocionada.
Sami prolongó el abrazo y me besó: —¡Y yo, Marti! Vas a ser mi mejor regalo de cumpleaños.
—…¡Es el sábado! —descubrí después de concentrarme.
—¡No te olvidaste! —festejó.
—No me lo hubieras perdonado —reí.
—Buenas noches, Marti —dijo el colorado tendiéndome los brazos.
Respondí a su abrazo y lo besé en la mejilla: —Que descanses, Darren. Buenas noches a todos —formulé y enfilé hacia la escalera.
—¿Y para mí que soy responsable del regalo, no hay beso y abrazo? —reclamó Guille.
—Que te lo dé tu hermana —respondí sin volverme.
Todavía escuchaba la carcajada de Darren cuando cerré la puerta del dormitorio. Me acosté con una sonrisa satisfecha. No había visto la cara del gurka pero me la imaginaba. Me dormí al instante y desperté a las siete de la mañana descansada y expectante por la nueva jornada. Desde la ventana de mi habitación veía un cielo límpido que pronosticaba buen tiempo. Bueno, India me había dicho que Merlo gozaba de un microclima que lo hacía especial. Vestí la malla debajo de la ropa atenta a la propuesta de Samanta de visitar el balneario. Bajé a las ocho y desayuné con Sami y Guillermo. Darren se había ido a las siete y media.
—Podemos hacer un recorrido por la ciudad así la conocen —dijo Sami—. Guille nos convidará con un aperitivo, ¿verdad? —le hizo un arrumaco a su hermano.
Él asintió con una sonrisa: —Partamos que al mediodía tenés una cita con India —le recordó.
—Sentate adelante —propuso Samanta al llegar al auto.
—No. Sentate vos —denegué—. Yo voy atrás.
—No se peleen por ir conmigo. Ambas pueden sentarse adelante —manifestó Guillermo con tono paciente.
Esperé a que subiera su hermana y yo me acomodé última. Llegamos a la Plaza Sobremonte adonde Guille estacionó y recorrimos a pie el Centro histórico. Visitamos una Capilla del siglo XVIII con muros de adobe pintados a la cal, paseamos entre las casas coloniales de los alrededores, admiramos la colección del museo Kurteff, piezas realizadas en distinto metales como plata, bronce, alpaca y cobre esmaltado. Cerramos visitando al algarrobo abuelo, cuya existencia se calculaba en más de ochocientos años según estudio de sus anillos de crecimiento. Se necesitaban seis personas tomándose de las manos para rodear su contorno. Me quedé ensimismada.
—¿Qué se agita en tu cabecita? —la voz grave del gurka me instaló en el presente.
—Solo pensaba en que fue testigo de la vida humana en armonía con la naturaleza y de su posterior destrucción. Las cosas no cambian, Guille. El más fuerte se cree el dueño de la verdad e impone su ideología a quien considera inferior. Ayer, por la violencia física. Hoy, de manera más sofisticada, sojuzgando la inteligencia de la población a través de dádivas que ni siquiera les alcanza para vivir con dignidad. Pero tienen un ejército sometido por la ignorancia de que un mundo mejor los espera.
—¿Eso te entristece, milady? —preguntó casi con pena.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Esperando su proximo capitulo con ansias

Carmen dijo...

Gracias. Acabo de subirlo. Saludos.