Toni se levantó e interrogó al médico con la mirada. El hombre se dirigió
al grupo y en particular a Rodenas: —Según mi evaluación, la señorita Camila
Ávila está en pleno uso de sus facultades mentales y en condición de decidir su
externación, criterio que dejo asentado en un acta con la firma de los
representantes de partes, doctor Julio Berti y doctora Leonora Castro. El
original será entregado al gobernador y una copia al demandado y demandante
para que sean utilizados a los fines legales que correspondan —dicho esto
saludó a los dueños de la propiedad y se dirigió al exterior.
El juez, antes de salir, se acercó a Silva: —Arturo, ahora entiendo el
simulacro de distracción que pergeñaste. He sido testigo de una maniobra para
desnaturalizar la condición síquica de la joven Ávila que ha demostrado estar
muy lejos de la locura que le atribuye su pariente. Pido disculpas por haber
intentado ingresar a tu hacienda.
—No con mi apoderada, amigo —rió Arturo—. Yo me disculpo por haberte
negado, pero tenía órdenes precisas —le tendió la mano, se la estrecharon, y
Berti abandonó el salón.
Afuera, Toni junto a Marcos despedían a la comitiva oficial. Los autos de
Matías y el comisario levantaban polvareda ya cerca de la tranquera.
—Te debo una grande, chango —dijo Antonio abrazando a su amigo.
—Parte de lo que yo te debo —respondió Andrés agradecido de estar vivo
por el auxilio de Toni cuando los alcanzó un alud en cerro
Chapelco—. Si este médico te causa algún problema, no tenés más que avisarme.
Después de que la máquina se elevó, los hombres entraron a la casa. Leo y
Camila estaban compartiendo con Arturo las alternativas de la entrevista.
—No quiso levantar ningún cargo contra él —decía Leonora—. Pero llegamos
a un acuerdo con el juez para pedir una orden de restricción por lo que no
podrá acercarse a ella so pena de incurrir en delito.
El ingreso de los jóvenes interrumpió la charla. Cami le obsequió a Toni
una sonrisa de bienvenida que aceleró el ritmo cardíaco del hermano de Leo:
—¡Gracias, Toni! No olvidaré tu ayuda —expresó con efusión.
El nombrado se le acercó y la tomó de las manos: —Si el siquiatra no te
hubiera dado el alta, ya estaríamos camino a Rosario —le aseguró enfático.
Leo hizo una mueca. Miró a los Silva y declaró: —¡Seguro! Y a nosotros
que nos parta un rayo. ¿Ves, Cleto? —le señaló al risueño muchacho—, la gloria
se la llevan los que no asumieron ningún riesgo…
Padre e hijo sonrieron ante la queja de la chica. Arturo le dijo:
—Vayamos afuera, Leo. Debemos hablar sobre la lectura del testamento.
Salieron al porche sombreado por los árboles y se sentaron en los cómodos
sillones. Irma se acercó para preguntarle al dueño de casa qué deseaba para el
almuerzo.
—Algo fresco y liviano, Nana —intervino Marcos—, que debemos seguir
reparando los alambrados antes de que los voltee la hacienda. Esta noche, asado
en honor a Camila —se volvió hacia Leonora—: ¿estás de acuerdo, linda?
—¡Siempre dispuesta para un asado! —festejó ella. Más seria, se dirigió
al hombre mayor—: ¿Cuándo será la lectura del testamento?
—Como Camila está en plena etapa de recuperación, pensé que podría
fijarse para el viernes, de modo que esté preparada para asumir la paternidad
de Nicanor.
Leonora asintió. Esa parte le correspondía a ella y solo buscaría el
momento más apropiado para decírselo. Arturo se levantó: —Me voy
a visitar a Hernández —declaró—. Tal vez pueda despejarme algunos interrogantes
acerca de la conducta de Matías.
Subió a la camioneta y se despidió con un bocinazo. Marcos fijó la vista
en Leonora quien, para no ceder a los sensuales pensamientos que le disparaba
el hombre, preguntó: —¿Qué espera aclarar tu papá con Hernández?
Él hizo un gesto de complacencia, como si estuviera al tanto de sus
emociones, antes de contestarle: —Confirmar un comentario que le hizo Saverio,
el dueño de la taberna. Si no son habladurías, puede ser la explicación del
proceder de Matías —y siguió inquietándola con la mirada.
—¿Por qué me observás con tanto detenimiento? —dijo al fin, perturbada.
—Porque no hay nada que me produzca más placer que mirarte, porque me
pregunto qué intenciones subyacen bajo tu apariencia reservada y porque aspiro
a tenerte siempre al alcance de mis brazos —manifestó con voz contenida.
No se le acercó, pero sus palabras la rodearon con la misma intensidad
del abrazo implícito. Leonora se dejó dominar por el recuerdo de sus mutuas
confidencias y de las caricias reprimidas que solo esperaban un signo de su
parte para concretarse. Abandonó su cuerpo sobre el respaldo del asiento y sus
ojos en los de Marcos. El poderío de los sentimientos masculinos la colmó de
deseos inéditos que alucinó explorar en su compañía. La presencia de quienes
ocupaban el interior de la vivienda evitó que Marcos la confinara sobre su
pecho. Camila se afirmaba sobre el brazo de Antonio, protegidos sus ojos por
gafas oscuras. Cleto los secundaba seguido por Irma, que venía a pedir
instrucciones a su ahijado.
—¿Adónde comemos, Quito?
Marcos se dirigió a Camila: —Dejo a tu criterio la elección del lugar.
—¡Afuera, por favor! Estuve encerrada mucho tiempo —le pidió con
exaltación.
—De acuerdo —asintió él—. Toni y yo traeremos la mesa y las sillas.
Ambos, junto a Irma y Anacleto, se dirigieron al depósito anexo a la
casa. Cami se acomodó al lado de Leo, se bajó los anteojos de sol hasta la
punta de la nariz, y le lanzó una mirada cómplice: —Algo me contó Toni sobre su
empleador, pero infiero que entre él y vos hay un micro clima muy especial
—dijo sugerente.
—¡Mirá que está locuaz mi hermanito! Y vos, todavía desvariando por
efecto de las drogas —contestó aparentando enojo.
—¡Vamos, amiga! Que estoy muy lúcida y además tengo ojos en la cara. Te
voy a decir mi impresión: si no hubiésemos aparecido, ese tipo te mataba a
besos.
—¡Ah! ¿Y toda esa novela es fruto de tu deducción?
—Y de la observación, tonta. Los estaba mirando mientras caminaba hacia
la puerta que Cleto mantenía abierta. ¡Leo…! —argumentó—, ¡se los veía tan
cautivados! Marcos es el hombre que esperabas.
—Si la memoria no me falla, la que esperabas eras vos. ¿Encontraste lo
que buscabas?
—No te sienta la malicia, amiguita. Pero si querés preguntar si me gusta
Toni: afirmativo. Al menos este Antonio que conocí acá —sonrió—. ¿Pensaste
alguna vez que seríamos cuñadas?
—Ni en estado de ebriedad. ¿No vas muy rápido, Camila? Y no porque no
merezcas a Toni, sino que es muy pronto para afirmar que ha cambiado. Para mí,
como hermana, sería una decepción más, pero para vos…
—¡No sigas! —la interrumpió—. Este Antonio no tiene vuelta atrás. Lo sé,
desconfiada. Y si te dejaras guiar por la intuición en lugar de racionalizar
todo, descubrirías a tu verdadero hermano y al amor de tu vida.
Leonora no le contestó. Ya estaban llegando los varones con la mesa y las
sillas, escoltados por Irma que cargaba la mantelería.
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