domingo, 12 de enero de 2014

VIAJE INESPERADO - XXVI



Arturo se les unió una hora después. No comentó nada delante de los comensales pero habló con su hijo y Antonio en un aparte. Los más jóvenes reanudaron la tarea diaria y Leonora, después de que Cami se retirara a descansar, tuvo una charla con Silva padre.
—No estabas equivocada, hija —confirmó—. Matías está metido en deudas de juego por las que hipotecó la clínica. Y parece que no escarmentó, porque el banco amenaza rematarla si no paga las cuotas.
—¿Pagó al menos las deudas de juego?
—Esas sí, porque son peligrosas. Pero en lugar de usar los recursos de su profesión para enfrentar las mensualidades, siguió jugando. Ahora está a punto de perder el edificio.
—Las adicciones son funestas —reflexionó Leo—. Pueden hundir en la degradación a una mente esclarecida como la que debe tener Matías para haber logrado prestigio entre sus pares. Tal vez este episodio lo salve de la ruina total.
—Hablá con Camila cuando lo consideres adecuado. Yo le pediré al escribano López que organice la lectura para el viernes y notifique a los deudos —indicó Arturo—. Ahora vuelvo con los muchachos y vos debieras descansar.
—Eso haré —dijo Leonora. Se inclinó sobre el hombre y besó su mejilla con cariño—: ¡Gracias, Arturo! Esta habría sido una aventura siniestra sin la colaboración de ustedes.
El hombre sonrió y se llevó una mano al corazón: —Es nuestra la satisfacción por ver alegría en tu rostro.
Anacleto la detuvo en el camino: —Camila solo necesita reposar para recuperarse. Yo vuelvo a casa y si me precisa llámeme al celular.
Leo le agradeció con un abrazo y entró a la casa exultante. Una idea iba tomando forma en su mente. Cami dormía con placidez en el cuarto sumido en la penumbra. Se movió con sigilo para no despertarla y después de una ducha refrescante ocupó la otra cama adonde, a poco, el sueño la alcanzó.

∞ ∞
Camila abrió los ojos sintiéndose descansada y optimista. Ladeó la cabeza y observó el lecho adonde estaba tendida Leo. Se desperezó con languidez y dejó vagar sus pensamientos. Tendríamos que estar frente al Perito Moreno o deambulando por el bosque petrificado en compañía de quién sabe quién o solas. A pesar de su delito no puedo guardarle rencor a Matías porque de no ser por su maniobra no hubiese vuelto a Vado Seco ni conocido la faceta oculta de Antonio. ¡Qué destino bromista! ¿Por qué no encontrarnos en Rosario? Estábamos más cerca… Pero entonces Leo no hubiese conocido a Marcos ni Toni la oportunidad de un trabajo que le entusiasma. Sí… Por algo las cosas convergieron hacia acá.
—¿Estás despierta? —susurró Leonora.
—Sí, amiga del alma. No quise incomodarte —le respondió con afecto.
Leo se pasó a su cama y la abrazó: —¿Dormiste bien?
—Como un lirón. ¿Pero a qué se debe esta demostración de lesbianismo? —preguntó burlona.
Leonora largó la carcajada. Las salidas de Cami siempre la divertían: —Es tu culpa. Anoche me pediste que no me fuera así que me acosté con vos y te arrullé con mi dulce voz hasta que te dormiste.
Camila dijo emocionada: —¡Querida Leo, tu perfume y tu voz fueron más potentes que las drogas! —Después hizo una mueca y la empujó—: Ya te confesé mi eterno agradecimiento, de modo que levantémonos y vayamos en busca de otras cercanías más placenteras.
Leonora se sentó en la cama y la tomó de la mano: —Antes, tenemos que hablar.
Cami estudió el rostro serio de su amiga y se acomodó a sus pies sobre la alfombra: —Soy toda oídos.
—Siempre me dijiste que tu relación con Nicanor fue distante —empezó Leo. Se detuvo buscando la manera de seguir—. Lo que te voy a relatar —continuó—, pertenece al pasado pero afecta tu presente y tu futuro —sin desasir su mano, desgranó la historia de la verdadera filiación de Camila, el complot de su primo, y la convocatoria del viernes para la lectura del testamento. Cuando terminó, esperó la reacción de su amiga que había escuchado el testimonio sin interrumpirla. Cami se tomó un tiempo para asimilar las palabras de Leo, conservando sus manos aferradas como buscando un enlace con la realidad.
—¿Sabés? —dijo por fin—. No me siento hija de nadie. De mis padres tengo un vago recuerdo que mi familia no se preocupó en actualizar, y de Nicanor un trato parco y escaso. No sé si esta revelación me provocará una crisis más adelante, pero ahora no siento siquiera rencor por haberme desconocido —le preguntó a Leo: —¿Pensás que soy un monstruo?
Leonora la abrazó impetuosamente: —¡No, querida! ¡En todo caso los monstruos son ellos por haberte privado de tu verdadera identidad! Lo que no pudieron quebrantar fue tu maravilloso espíritu que te permitió sobreponerte a las carencias afectivas. Tendrás que pensar y asesorarte acerca del uso del legado y resolver el destino de tus parientes.
—No puedo echar a Teresa de la casa. Allí nació y se crió —le confesó con desaliento—. Por otro lado, tampoco levantaré cargos contra Matías, aunque no puedo aprobar su manipulación. ¡Está enfermo, Leo! Él es quien debería estar internado en su clínica.
—Conociéndote —arrancó Leonora—, supuse que la herencia no modificaría tu natural generosidad, aunque insisto en que no debés despreciarla. Es la manera que encontró Nicanor para compensar su falta y te corresponde por derecho propio. Me parece bondadoso permitir que tu tía siga ocupando la casa, pero no pienso lo mismo con respecto a Matías.
—¿Qué puedo hacer, Leo? —dijo desanimada.
—Tengo una idea aproximada, aunque antes debo asesorarme con Arturo y Marcos. ¿Tendrás paciencia?
—¡Lo dejo en tus manos! ¿Esperás a que me dé un baño? —inquirió pasando a otra cosa.
Bajaron a las seis de la tarde. Irma las instó a que se sentaran en la galería adonde les sirvió una infusión con una deliciosa torta casera.
—¡Nos estás malcriando, Irma! —señaló Leo.
—¡Ustedes me hacen rejuvenecer! —sonrió la nombrada—. Volver a la estancia para atenderlas me recuerda la época en que velaba por Quito. Además, esta niña necesita reponerse —agregó contemplando a Camila.
Tres hombres acalorados y sudorosos regresaron a las ocho. Tras saludar a las mujeres subieron a higienizarse para reunirse con ellas media hora después.
—¡Muchachas, hace tiempo que esta casa no resplandecía con el aporte femenino! —requebró Arturo a las chicas que estaban contemplando en el porche el distante resplandor de una tormenta.
Se volvieron con una sonrisa que embelesó a los jóvenes que lo seguían. Don Silva los dejó estar hasta que rompió el clima con una observación: —Marcos, ¿irías a prender el fuego para comer antes de la medianoche?
Su hijo le dedicó un gesto burlón antes de dirigirse al quincho que contenía la parrilla a cubierto, rehusando en el camino la ayuda ofrecida por Toni. Leonora se levantó para colaborar con Irma mientras Arturo y Antonio acomodaban la mesa y las sillas sobre el césped. Después de alcanzarle la carne y las achuras a Marcos, la mujer destapó una botella de vino: —¿Querés llevarle una copa al asador? —le preguntó a su huésped—. Cami y yo terminaremos de tender la mesa.
—¡Dale, amiga! ¡Retomar la rutina es parte de mi recuperación! —reclamó Camila.
Leo se sometió a la presión de las conspiradoras con una sonrisa porque también ella disfrutaba de los momentos a solas con Marcos.

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