—¿Puedo interrumpir? —preguntó Leonora a la pareja absorta en su propio
mundo.
Su hermano le dirigió una mirada de perdonavidas y Cami una risa
cantarina.
—Hablé con Marcos y Arturo para que me ayudaran a plasmar una idea que
concebí de manera intuitiva y resultó que era muy viable. Presten atención —los
exhortó, y durante varios minutos les detalló su proyecto.
—¡Es perfecto, Leo! —opinó la heredera—. Nosotras trabajaremos en la
clínica y Toni podrá controlar la explotación de los campos —lo miró zalamera—.
¿Lo harías?
—¡Pará, Cami! Que lo único que puede controlar si arrendás los campos es
el pago del contrato —le informó su potencial cuñada.
Camila se encogió de hombros y declaró optimista: —¡Mejor! Así Toni
adquirirá experiencia trabajando con Marcos y su padre.
Antonio estaba tan flechado por la impetuosa joven que hubiera caminado
sobre ascuas si ella se lo pidiera. Leonora lo miró compasiva y suspiró: —Por
lo visto nada los desalienta. Prepárense para enfrentar mañana la histeria de
Teresa y Matías durante la lectura del testamento. Tendrás que usar toda tu
capacidad de convicción, así que no la malgastes con este sujeto —la previno a
Camila.
El sujeto sonrió como si lo hubiese halagado lo que despertó la hilaridad
de su hermana: —¡Quién los ha visto y quién los ve trastornados…!
—¿Cuál es el chiste? —Marcos depositó una bandeja con cuatro copas, una
botella de champaña y un plato con golosinas sobre la mesa.
Leo le contestó con otra pregunta: —¿Qué festejamos?
—Comienzos, digamos —dijo él con vaguedad.
—¿Por qué en plural? —lo desafió ella.
La desarmó con la sonrisa antes de contestarle: —El nacimiento de una
heredera y el de un nuevo trabajador… Digamos —sus ojos brillaban burlones.
Leonora hizo un mohín de… ¿decepción?
imaginó Marcos jubiloso. Descorchó la botella y llenó las copas. Le tendió la
primera demorando el roce de sus manos.
—¡Faltan Irma y tu papá! —señaló ella para ocultar su turbación.
—Se retiraron a descansar. Olvidé transmitirles sus disculpas —se excusó
ante el grupo. Alcanzó la bebida a Camila y a Toni y levantó su copa en un
brindis: —Por los enigmáticos designios de la providencia que los congregó en
este pueblo. ¡Salud! —el tintineo del fino cristal al rozarse se fusionó con
los latidos de los jóvenes corazones.
—La providencia a veces no muestra su aspecto más benévolo —observó Leo—.
Podría haber conducido a Cami a la locura.
—¡Pero no fue así, amiga! Contaba con tu porfía que obró como un imán
para atraer a tanta gente solidaria —aseguró Camila.
—Y con tu encanto,
preciosa, que me atrapó apenas te ví —se agitó en la mente de Marcos.
—Ratifico la dedicatoria —abogó Toni—. Si no me hubiese conducido hasta
aquí, mi vida carecería de sentido.
—¿Entonces no te motivó el saber qué me pasaba? —su hermana frunció los
labios con desencanto.
—¡Sí, tesoro! —Toni se levantó para abrazar a la huraña muchacha como
deseaba hacerlo su enamorado—. Lo que dice Cami es que fuiste el catalizador de
nuestras reacciones. ¿No es así, jefe? —lo involucró a Marcos.
—Debo confesar que desde que me atropelló fue el centro de mi atención
—dijo el nombrado con seriedad.
—¿Cómo fue eso? —averiguó Camila.
—¡Oh! Nada más que un accidente… ¡Y no con el auto! —se apresuró a
explicar Leo.
Los tres la miraron risueños hasta que ella se aflojó en una carcajada: —Se
interpuso en mi camino cuando me retiraba de la estación de servicios —aclaró
cuando pudo hablar.
—¡Y conste que fue el primer día! —remató Marcos—. No podrías pasarme
desapercibida… —le precisó en tono intimista.
Leonora no pudo desoír la confesión del hombre. Alzó los ojos para
recorrer el rostro atrayente hasta convergir en las pupilas cuyo reclamo la
sofocó. Él se aproximó lentamente y tomó sus manos para acercarlas a sus
labios. Murmuró para que solo ella pudiera escucharlo: —Quiero estar a solas con
vos…
¡Y yo con vos…! pensó Leo estremecida. Soltó sus manos sin brusquedad resignada al
abandono de la Providencia
que pareció olvidarlos en esta aspiración.
—¡Llueve de nuevo! —descubrió Camila. Se desperezó—: Me voy a dormir. Ha
sido un día agotador. ¡Buenas noches a todos! —saludó, y la última mirada fue
para Toni.
Después de tomar otra copa de champaña, Antonio anunció su repliegue:
—Los dejo, mañana debo madrugar para no llegar tarde al trabajo —declaró en
tono zumbón.
Marcos movió la mano como para espantar a una mosca y Toni se alejó con
una sonrisa. Leo recogió las piernas debajo de la falda y observó la fina
cortina de agua que se revelaba bajo los relámpagos. Una ráfaga la dispersó
salpicando el sillón adonde estaba acurrucada. Se abrazó a sí misma estremecida
por un escalofrío al tiempo que Marcos se sentaba a su lado.
—Me parece que yo puedo abrigarte con más holgura —sugirió inclinándose
sobre ella.
No alcanzó a completar la maniobra porque lo impidió el agudo sonido de
su celular. Miró la pantalla antes de atender: —¿Qué pasa, Mario? —preguntó sin
violencia. Escuchó con atención y dijo—: Tranquilo que voy para allá.
Leonora bajó las piernas al piso y lo interrogó con la mirada.
—Asaltaron la gasolinera e hirieron a Antonio. Tengo que ir, querida.
—¡Te acompaño! —formuló la joven con firmeza.
Él no se detuvo a polemizar porque la quería a su lado. Corrieron hacia
la camioneta e hizo un alto en la entrada para avisarle al casero adonde iban
en caso de que preguntara su padre. Leo no interrumpió la concentración del
hombre en el camino castigado por una lluvia cada vez más copiosa. Paró el auto
delante de un edificio pintado de blanco y le abrió la puerta para que bajara.
—Este es el hospital del pueblo —manifestó—. Aquí nos espera Mario.
Encontraron al muchacho en un corredor frente a la puerta de un cuarto.
Su rostro se distendió al verlos: —¡Señor Silva, Leo…! ¡Gracias por venir!
—¿Cómo está tu padre? —preguntó Marcos.
—Le extrajeron la bala. Por suerte no afectó ningún órgano. En cuanto
terminen de vendarlo podré llevarlo a casa, me dijeron.
—¿Vos estás bien? —se interesó la chica.
—Gracias a mi papá —contestó el muchacho con voz quebrada.
Leo lo abrazó hasta que los temblores de Mario se calmaron. Se apartó un
poco avergonzado de su debilidad, que absolvió la cariñosa sonrisa de la
muchacha.
Un médico salió de la habitación una hora más tarde y saludó a Marcos al
reconocerlo: —¡Salud, compañero! ¡Hace más de una semana que te perdiste!
—Hola, pelado. ¿Ya liquidaste a tu paciente? —le contestó al facultativo
que exhibía una abundante cabellera.
—¡Qué va a pensar tu bella compañera! —la tomó del brazo—. Mi nombre es
Jorge y este sujeto no es de fiar. ¿Hace cuánto que estás en el pueblo?
—Más de una semana —dijo Leo riendo.
El doctor miró el semblante burlón de la joven y masculló: —Ahora
entiendo…
—Mario está impaciente por tu informe —arengó Marcos.
—Lo podés llevar a tu casa. Que esté en reposo y pasá por enfermería
adonde te entregarán los antibióticos y calmantes. Mañana al mediodía traelo
para la curación y llamame a casa si se presenta alguna complicación —le
enumeró a Mario en tono profesional. Se volvió hacia Leo—: No escuché tu
nombre.
—No te lo dijo —terció Marcos—. Y aquí termina tu intervención
profesional. Nos ocuparemos de llevar a Antonio a su casa.
—¡Siempre tan expeditivo…! Acordate que tenemos una partida pendiente
desde hace más de una semana —recalcó Jorge.
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