jueves, 23 de enero de 2014

VIAJE INESPERADO - XXVIII



—¿Puedo interrumpir? —preguntó Leonora a la pareja absorta en su propio mundo.
Su hermano le dirigió una mirada de perdonavidas y Cami una risa cantarina.
—Hablé con Marcos y Arturo para que me ayudaran a plasmar una idea que concebí de manera intuitiva y resultó que era muy viable. Presten atención —los exhortó, y durante varios minutos les detalló su proyecto.
—¡Es perfecto, Leo! —opinó la heredera—. Nosotras trabajaremos en la clínica y Toni podrá controlar la explotación de los campos —lo miró zalamera—. ¿Lo harías?
—¡Pará, Cami! Que lo único que puede controlar si arrendás los campos es el pago del contrato —le informó su potencial cuñada.
Camila se encogió de hombros y declaró optimista: —¡Mejor! Así Toni adquirirá experiencia trabajando con Marcos y su padre.
Antonio estaba tan flechado por la impetuosa joven que hubiera caminado sobre ascuas si ella se lo pidiera. Leonora lo miró compasiva y suspiró: —Por lo visto nada los desalienta. Prepárense para enfrentar mañana la histeria de Teresa y Matías durante la lectura del testamento. Tendrás que usar toda tu capacidad de convicción, así que no la malgastes con este sujeto —la previno a Camila.
El sujeto sonrió como si lo hubiese halagado lo que despertó la hilaridad de su hermana: —¡Quién los ha visto y quién los ve trastornados…!
—¿Cuál es el chiste? —Marcos depositó una bandeja con cuatro copas, una botella de champaña y un plato con golosinas sobre la mesa.
Leo le contestó con otra pregunta: —¿Qué festejamos?
—Comienzos, digamos —dijo él con vaguedad.
—¿Por qué en plural? —lo desafió ella.
La desarmó con la sonrisa antes de contestarle: —El nacimiento de una heredera y el de un nuevo trabajador… Digamos —sus ojos brillaban burlones.
Leonora hizo un mohín de… ¿decepción? imaginó Marcos jubiloso. Descorchó la botella y llenó las copas. Le tendió la primera demorando el roce de sus manos.
—¡Faltan Irma y tu papá! —señaló ella para ocultar su turbación.
—Se retiraron a descansar. Olvidé transmitirles sus disculpas —se excusó ante el grupo. Alcanzó la bebida a Camila y a Toni y levantó su copa en un brindis: —Por los enigmáticos designios de la providencia que los congregó en este pueblo. ¡Salud! —el tintineo del fino cristal al rozarse se fusionó con los latidos de los jóvenes corazones.
—La providencia a veces no muestra su aspecto más benévolo —observó Leo—. Podría haber conducido a Cami a la locura.
—¡Pero no fue así, amiga! Contaba con tu porfía que obró como un imán para atraer a tanta gente solidaria —aseguró Camila.
—Y con tu encanto, preciosa, que me atrapó apenas te ví  se agitó en la mente de Marcos.
—Ratifico la dedicatoria —abogó Toni—. Si no me hubiese conducido hasta aquí, mi vida carecería de sentido.
—¿Entonces no te motivó el saber qué me pasaba? —su hermana frunció los labios con desencanto.
—¡Sí, tesoro! —Toni se levantó para abrazar a la huraña muchacha como deseaba hacerlo su enamorado—. Lo que dice Cami es que fuiste el catalizador de nuestras reacciones. ¿No es así, jefe? —lo involucró a Marcos.
—Debo confesar que desde que me atropelló fue el centro de mi atención —dijo el nombrado con seriedad.
—¿Cómo fue eso? —averiguó Camila.
—¡Oh! Nada más que un accidente… ¡Y no con el auto! —se apresuró a explicar Leo.
Los tres la miraron risueños hasta que ella se aflojó en una carcajada: —Se interpuso en mi camino cuando me retiraba de la estación de servicios —aclaró cuando pudo hablar.
—¡Y conste que fue el primer día! —remató Marcos—. No podrías pasarme desapercibida… —le precisó en tono intimista.
Leonora no pudo desoír la confesión del hombre. Alzó los ojos para recorrer el rostro atrayente hasta convergir en las pupilas cuyo reclamo la sofocó. Él se aproximó lentamente y tomó sus manos para acercarlas a sus labios. Murmuró para que solo ella pudiera escucharlo: —Quiero estar a solas con vos…
¡Y yo con vos…! pensó Leo estremecida. Soltó sus manos sin brusquedad resignada al abandono de la Providencia que pareció olvidarlos en esta aspiración.
—¡Llueve de nuevo! —descubrió Camila. Se desperezó—: Me voy a dormir. Ha sido un día agotador. ¡Buenas noches a todos! —saludó, y la última mirada fue para Toni.
Después de tomar otra copa de champaña, Antonio anunció su repliegue: —Los dejo, mañana debo madrugar para no llegar tarde al trabajo —declaró en tono zumbón.
Marcos movió la mano como para espantar a una mosca y Toni se alejó con una sonrisa. Leo recogió las piernas debajo de la falda y observó la fina cortina de agua que se revelaba bajo los relámpagos. Una ráfaga la dispersó salpicando el sillón adonde estaba acurrucada. Se abrazó a sí misma estremecida por un escalofrío al tiempo que Marcos se sentaba a su lado.
—Me parece que yo puedo abrigarte con más holgura —sugirió inclinándose sobre ella.
No alcanzó a completar la maniobra porque lo impidió el agudo sonido de su celular. Miró la pantalla antes de atender: —¿Qué pasa, Mario? —preguntó sin violencia. Escuchó con atención y dijo—: Tranquilo que voy para allá.
Leonora bajó las piernas al piso y lo interrogó con la mirada.
—Asaltaron la gasolinera e hirieron a Antonio. Tengo que ir, querida.
—¡Te acompaño! —formuló la joven con firmeza.
Él no se detuvo a polemizar porque la quería a su lado. Corrieron hacia la camioneta e hizo un alto en la entrada para avisarle al casero adonde iban en caso de que preguntara su padre. Leo no interrumpió la concentración del hombre en el camino castigado por una lluvia cada vez más copiosa. Paró el auto delante de un edificio pintado de blanco y le abrió la puerta para que bajara.
—Este es el hospital del pueblo —manifestó—. Aquí nos espera Mario.
Encontraron al muchacho en un corredor frente a la puerta de un cuarto. Su rostro se distendió al verlos: —¡Señor Silva, Leo…! ¡Gracias por venir!
—¿Cómo está tu padre? —preguntó Marcos.
—Le extrajeron la bala. Por suerte no afectó ningún órgano. En cuanto terminen de vendarlo podré llevarlo a casa, me dijeron.
—¿Vos estás bien? —se interesó la chica.
—Gracias a mi papá —contestó el muchacho con voz quebrada.
Leo lo abrazó hasta que los temblores de Mario se calmaron. Se apartó un poco avergonzado de su debilidad, que absolvió la cariñosa sonrisa de la muchacha.
Un médico salió de la habitación una hora más tarde y saludó a Marcos al reconocerlo: —¡Salud, compañero! ¡Hace más de una semana que te perdiste!
—Hola, pelado. ¿Ya liquidaste a tu paciente? —le contestó al facultativo que exhibía una abundante cabellera.
—¡Qué va a pensar tu bella compañera! —la tomó del brazo—. Mi nombre es Jorge y este sujeto no es de fiar. ¿Hace cuánto que estás en el pueblo?
—Más de una semana —dijo Leo riendo.
El doctor miró el semblante burlón de la joven y masculló: —Ahora entiendo…
—Mario está impaciente por tu informe —arengó Marcos.
—Lo podés llevar a tu casa. Que esté en reposo y pasá por enfermería adonde te entregarán los antibióticos y calmantes. Mañana al mediodía traelo para la curación y llamame a casa si se presenta alguna complicación —le enumeró a Mario en tono profesional. Se volvió hacia Leo—: No escuché tu nombre.
—No te lo dijo —terció Marcos—. Y aquí termina tu intervención profesional. Nos ocuparemos de llevar a Antonio a su casa.
—¡Siempre tan expeditivo…! Acordate que tenemos una partida pendiente desde hace más de una semana —recalcó Jorge.

No hay comentarios: