viernes, 16 de abril de 2010

LA HERENCIA - VII

Emilia modificó los planes de Mariana antes de llegar al departamento:

-Luis, quedate a cenar, por favor. Necesitamos un oyente imparcial.

-Será un placer –respondió el hombre.

Entre los tres improvisaron la cena y comieron en un clima relajado. Después de levantar la mesa, y ante las correspondientes tazas de café, Luis mencionó los sucesos del día:

-A Mariana no le voy a preguntar. Basta mirarle la cara para saber cómo le cayó la herencia. Pero vos sos un enigma, Emilia. ¿Hay algo que te incomoda?

La hermosa mujer le dirigió una mirada apreciativa. Estaba descubriendo a un hombre intuitivo detrás del amigo de tantos años. Habló esperando no molestar a Mariana con sus recelos:

-No me voy a quejar de una fortuna en bienes materiales que nunca hubiera soñado, pero siento que toda esta dádiva no es gratuita. Como… -Hizo una pausa- si tuviéramos que devolver de alguna forma este legado.

-¿Qué decís, mamá? –interrumpió la hija- ¡Son todas suposiciones tuyas! ¿Por qué estaríamos en deuda con la tía? Si nosotras no nos interesamos por ella, tampoco ella por nosotras. En todo caso, la decisión fue de papá.

-Tenés razón, Mariana. Pero presiento que sería mejor desprendernos de la casa. ¡Aún vendiéndola a mitad de precio podríamos comprar el mejor departamento de Barrio Martin! –dijo sugerente.

El gesto porfiado de la muchacha le reveló que la moción no tendría apoyo. Miró esperanzada hacia Luis, esperando alguna reflexión que disuadiera a su hija.

-Tal vez no un departamento –aportó el hombre - sino una quinta en Fisherton, con parque y pileta como te gusta. Por lo que ví, vale tanto la casa como el contenido. Les sobraría plata para mantenerse sin apremios. Pensalo. Tendrías la vivienda de tus sueños y una mamá agradecida –remató con una sonrisa.

Mariana controló el disgusto. Después de todo, la culpa es de mamá que lo autorizó a opinar – reconoció. Propuso una solución intermedia:

-No quiero contrariar a mi madre –le habló a Luis- pero no voy a desprenderme de esa casa sin haberla examinado a conciencia –ahora la miró a Emilia:- Ocupémosla un mes y te prometo considerar la posibilidad de venderla –estaba persuadida de que una vez instaladas olvidaría cualquier reparo.

Durante unos minutos nadie habló. La mujer meditó seriamente la oferta filial. ¿Cómo transmitirle esta sensación de rechazo si está deslumbrada por la casa? ¿Por qué Victoria beneficiaría a un hermano que la abandonó? No sé... Tal vez en el que fue su hogar encontremos las explicaciones que nos faltan. Pero un mes, Mariana... ¡Sólo un mes! -decidió.

-Nos instalaremos un mes, hija, y después la venderemos para buscar un lugar más conveniente. ¿Estás de acuerdo?

Mariana la miró sorprendida por el tono autoritario. Después, le contestó en medio de una carcajada:

-¿Quién podría oponerse a ese pedido, mamita querida? Dos meses... ¡Y hecho! -le tendió la mano con cara de pascua.

-Con mudanzas incluidas... -regateó Emilia antes de imitar el gesto.

Mariana asintió con una mueca y después de estrecharse formalmente las diestras la abrazó cariñosamente. Luis asistió al arreglo entre las mujeres lamentando la escasa resistencia que Emilia opuso al planteo de su hija. Tendré que buscarme un reemplazo en el bar para poder estar más tiempo con ellas -resolvió. No quería respaldar los recelos de Emilia para no intranquilizarla más, pero estaba dispuesto a colaborar para acelerar el examen de la propiedad. Confortado por esta decisión, no juzgó arriesgado proponerles la revisión del inventario.

-Ahora que se han puesto de acuerdo, las invito a mi boliche para completar la cena con postre y brindis. ¿Y qué tal echarle una ojeada al inventario? Si tenemos alguna duda, la investigaremos por Internet.

-¡Ay, don Luis...! -se lamentó Mariana:-la idea era agasajarlo por todas sus atenciones y ahora termina invitándonos como siempre.

-¿Si le decís Luis....? -opinó repentinamente Emilia.- Don Luis suena tan arcaico...

La joven y el hombre cruzaron una mirada interrogante.

-Luis... Bueno -concedió, mirando el benévolo rostro masculino. Giró hacia el dormitorio:- ¡Voy a buscar el listado del mobiliario y partimos!

Los adultos la esperaron en confortable silencio. Mariana volvió con la carpeta y se dirigieron hacia el bar.

-¿Qué prefieren? ¿Lemon pie o tarta de ricota?

-Yo, lemon pie. Mami, tarta -contestó la muchacha y lo acompañó para cargar las cosas.

Volvieron con las tortas, las copas y una botella de champaña. Luis la destapó premeditando que el corcho alcanzara a Mariana pero, arbitrariamente, cayó en la falda de Emilia. Entre risas, la madre se lo arrojó a la hija, quien lo sostuvo burlescamente contra el pecho antes de soltarlo sobre la mesa.

-¡Por el comienzo de una nueva vida! -deseó Luis acercándoles su copa.

El brindis fue recibido con sonrisas. Amplia la de Mariana, contenida la de Emilia. El hombre bebió en silencio sin apartar los ojos de la mujer querida. Le inquietaba la reticencia de Emilia cuyo significado se le escapaba. No estaba preocupada por el aislamiento de la casa porque contaban con el auto de Mariana. Si ella se había adaptado a la prosperidad en vida de Edmundo y a la restricción después de su muerte, ¿por qué en esta circunstancia abiertamente favorable se mostraba renuente? Mariana, ajena al pensamiento de Luis, abrió la carpeta.

-¡Presten atención! -dijo con aires de maestrita, recorriendo el documento con la vista- ...Blablabla... ¡Cuánto parloteo jurídico...! ¡Ah! Aquí está lo que nos interesa -y se adentró en la descripción del mobiliario y el contenido de la casa.

Muebles de estilo, porcelanas, tapices, cuadros, cristales y platería, libros de ediciones agotadas, orfebrería, requirieron varias consultas por Internet. Al cabo de dos horas coincidieron con la tasación estimada por los curadores: un millón de dólares que, según el apremio por vender, eran fácilmente transformables en medio millón. Los tres procuraron asimilar la información. Hubo un silencio laborioso al terminar la lectura del inventario y Luis fue el primero en romperlo:

-Como suponía, el mobiliario es más valioso que la casa. Si no lo quieren conservar por razones sentimentales, me atrevo a decir que de ahora en más serán verdaderas potentadas.

-Me bastará con estudiarlos y admirarlos mientras estemos en la vivienda -concedió Emilia- pero para una casa moderna resultan un tanto sombríos.

Mariana no opinó. No eran los muebles lo que ella quería conservar sino su recipiente. Notó que algo faltaba entre los espacios inventariados:

-¿Por qué no detallan el contenido del ático?

La madre la miró sorprendida.

-¿A qué ático te referís?

-Al que domina la planta alta, por supuesto.

Luis intentó recuperar la imagen de la casa que se le borraba a la distancia. Se asombró del escueto recuerdo cuando él, por exigencia de su negocio, había hecho un ejercicio de la observación.

-No lo tengo presente... -dijo dudoso- pero es posible que esté lleno de cosas viejas y por eso no las enumeraron.

-Tiene razón -coincidió la joven- para eso están los áticos. ¡Son los mejores lugares para encontrar cosas raras!

Emilia sonrió con indulgencia y se levantó:

-Bueno, inquisidora, será mejor que nos vayamos para que este hombre pueda descansar.

-Las acompaño -ofreció Luis con presteza.

Ambas se negaron simultáneamente. Adujeron que estaban a una cuadra y que eran dos. El barman se quedó en la puerta del negocio hasta que la curva de la esquina las tragó. Apagó las luces y subió a su vivienda agradeciendo tenerla tan cerca. Un cansancio poco común lo invadió. Demoró bajo la ducha mientras relajaba los músculos. Se secó el cuerpo y lo examinó en el espejo como si fuera ajeno. A los cincuenta y ocho años conservaba el pelo y la complexión atlética de la juventud. ¿Si Edmundo no hubiera sido tan atrayente Emilia lo hubiera preferido a él? Sacudió la cabeza apartando esa idea frívola. El recuerdo del rival lo golpeó. Evocó al esposo enamorado, al padre cariñoso y al amigo enigmático que nunca pudo trasponer la sutil frontera entre la confianza y la reserva. Todos tenemos cosas que ocultar, viejo -concedió mientras pensaba en su encubierto amor por Emilia. Cayó sobre la cama y el sueño lo ganó antes de que pudiera ponerse el pijama. Se despertó con la perentoria necesidad de vaciar la vejiga. La luminosa esfera del reloj indicaba las dos y media como en la madrugada que Emilia le comunicó el accidente de su marido. Caminó tambaleante hacia el baño y cuando alivió la tirantez del bajo vientre, reparó en la turbadora sensación de ser observado. Permaneció de espaldas a la puerta impedido de volverse por la creciente seguridad de ser acechado por detrás. Recurrió a un poderoso esfuerzo voluntario y giró para encontrarse frente a frente con Edmundo. Los erizados vellos de su nuca refutaban el pensamiento racional: No es real. Está muerto. La aparición avanzó hacia él, que apartó la mirada de los ojos oscuros donde prosperaban otras sombras cuyo significado se negaba a interpretar. La boca pronunció palabras que sólo capturó el cerebro: No las dejes solas. Recordá. No las dejes solas. Extendió la mano y apoyó el índice sobre el pecho de Luis. Un grito de terror lo rescató de la parálisis y lo devolvió a la conciencia de estar sentado en la cama y con el corazón acelerado por el pánico.

-¡Mierda! -exclamó cuando notó la humedad de las sábanas.

Saltó del lecho consternado por haberse orinado encima. Estos son los famosos restos diurnos de Freud -conjeturó- tanto pensar en Edmundo y acostarme desnudo. Retrocedí a la infancia y di por hecho que estaba en el baño. La conclusión lógica lo tranquilizó y buscó una toalla grande para secar el colchón. Después de darlo vuelta, puso sábanas limpias y tomó otra ducha. Al abrocharse el saco del pijama, notó un hematoma bajo las tetillas. Me debo haber golpeado sin darme cuenta -se dijo. No obstante, murmuró: Lo prometo, Edmundo. Apenas eran las dos cuando volvió a dormirse.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Como ya habre comentado, me encanta. La verdad es que las historias de miedo no me gustan pero esta tiene un ritmo que engancha. Quiero poder seguir leyendo. Enhorabuena.

Arturo

Carmen dijo...

Arturo: tus comentarios son un aliciente, así que espero no decepcionarte. Saludos.
Carmen.

César dijo...

Carmen, mucho realismo en los diálogos entre familiares.
Cuando se habla de la herencia... "cualquier parecido a la realidad es pura casualidad"...
Me gustó
Saludos
César

Carmen dijo...

Gracias, César, por animarte a transitar esta historia. Saludos para vos.