Lena atendió el
teléfono cerca de las doce y le transmitió al grupo que Diego y Julio César se
quedaban a pasar la noche en Roldán. Su gesto de inquietud motivó la reacción
de Gael:
—Si te deja más
tranquila me quedo a dormir como en los viejos tiempos, ¿querés?
—¡Sos un ángel!
—exclamó Lena—. No me hubiera atrevido a pedírtelo. Ocupá el dormitorio de los
chicos. —Les propuso—: ¿Vamos a acostarnos? Estoy molida.
—Vamos, mami
—asintió Ivana apagando el equipo de música.
En tanto las
mujeres terminaban de ordenar la cocina, Jordi y Gael subieron a la planta
alta. Cuando ellas lo hicieron, ambos se habían acostado. Ivi se despidió de
Lena y entró a su cuarto. Frunció el ceño y volvió a salir para golpear
suavemente la puerta del dormitorio de sus hermanos mayores.
—¡Adelante!
—autorizó su amigo.
Abrió la puerta y
lo encontró acostado en la cama de Diego. Se había incorporado y mostraba el
torso desnudo. Por un momento lo calibró como mujer y admiró la musculatura que
exhibía el hombre. Él la miró sin pronunciar palabra hasta que ella reaccionó:
—Gael —dijo
acercándose al lecho—, no voy a poder dormir si no me aclarás cómo llegaron tan
oportunamente Jordi y vos.
Su amigo palmeó
el borde de la cama invitándola a sentarse. Ella experimentó, por primera vez,
un confuso nerviosismo al estar en situación tan intimista con el joven. ¡Pero si dormimos mil veces juntos cuando
íbamos de campamento! ¡Y yo siempre me arrimaba a él para evitar las bromas
pesadas de mis hermanos! Dominó su emoción y le dirigió una mirada interrogante.
—Estaba tratando
de interpretar el encefalograma que le practicaba a Jordi, cuando sus ondas
cerebrales entraron en estado de paroxismo. Se arrancó los electrodos y gritó
que estabas en peligro. A pesar de su alteración me explicó con claridad adonde
estabas y me pidió que fuéramos a buscarte.
—¿Adónde estaba…?
–interrumpió ella—. ¿Cómo podía saberlo?
—Sé paciente
–pidió el médico.— Bajamos corriendo y me fue guiando hacia el parque Urquiza.
En el camino vimos un patrullero estacionado y a los policías que lo ocupaban, charlando.
Me hizo detener y de pronto, así como te cuento, los agentes subieron al auto,
pusieron la sirena y salieron como alma que lleva el diablo. –Calló un instante
como si quisiera ordenar su pensamiento—. Cuando arranqué, los había perdido de
vista. Hubiéramos llegado antes si un camión de los que transportan volquetes
para obras no se hubiera puesto a maniobrar media cuadra adelante parando la
circulación. Estaba por bajar para obligar al conductor que se apartara, cuando
Jordi me dijo que ya había llegado la policía. Mientras esperábamos que se
reanudara el tránsito recibí tu llamado.
—Estoy asustada,
Gael. ¿Jordi tiene poderes sobrehumanos? —articuló con voz temblorosa.
—Digamos que
tiene un patrón mental distinto al de una persona común. Presenta una actividad
de onda cerebral atípica que le permite captar la energía de otros cerebros. Aparenta una especie de sinestesia
cerebral desconocida hasta ahora.
—¿Puede leer
nuestro pensamiento?
—Por medio de
imágenes reconocidas por él. Es un muchacho superdotado, Ivi. Una verdadera
mutación de la especie.
Ella se
estremeció y, como si tuviera frío, se abrazó a sí misma. Gael estiró el brazo
para acariciarle la cabeza.
—Ivi, lo de Jordi
no debe preocuparte. Si confiás en mí, estaré a su lado para ayudarle a
comprender las características de su talento. Él aprende rápido y está
consustanciado con su capacidad. Lo positivo es que no le causó ningún trauma
porque siempre lo asumió espontáneamente.
—Es que no quiero
que lo vean como un fenómeno… —se lamentó la hermana.
—¡No será así!
–afirmó el médico—. Después que termine de evaluarlo quiero que venga conmigo a
Inglaterra. Allí hay una organización que se especializa en jóvenes que tienen
un cociente intelectual relevante. El director es amigo mío y completará con
tests los estudios que le estoy haciendo.
—¿Llevarte a
Jordi? ¡Ni loco! —reaccionó Ivana irguiéndose.
—Por eso —sonrió
Gael —pensé en que podrías acompañarnos.
—Vos te vas el
mes que viene y, aunque tuviera los medios, tengo que rendir tres parciales —alegó
la joven.
—Pero después
tenés el receso de invierno, y tal vez en lugar de dos semanas podés tomarte
tres. Pensalo. Los pasajes corren por mi cuenta y la estadía será en casa de
mis padres, de modo que no tendrás ningún gasto.
—¿Estás seguro de
que será en beneficio de Jordi? —preguntó ella después de un momento.
—Absolutamente.
Debe integrarse a un medio que le facilite el manejo de sus habilidades. Si él
puede hacerlo a conciencia, su vida será tan normal como la de cualquiera.
—No sé… —dudó
Ivana.— Debería coordinar tantas cosas…
—Yo sé que podrás
—aseveró Gael— así que poné a trabajar esa cabecita y dejá lo demás a mi cargo.
Ella hizo ademán
de levantarse y se volvió a sentar porque aún le quedaban varios interrogantes:
—Los policías
hablaron de una alarma, pero yo no escuché ninguna. Además, la dueña del local
declaró que la iban a instalar. —Lo miró perpleja.
—Fue una
elaboración de Jordi. Lo charlamos mientras esperábamos que se despejara la
calle. Se dio cuenta de que no íbamos a llegar a tiempo y proyectó la imagen
sonora de la alarma hacia los agentes además de la ubicación del lugar —explicó
el hombre con naturalidad.
—Y me lo decís
tan tranquilo… —reprochó ella.
—Vas a tener que
acostumbrarte a esto y mucho más, mi querida —declaró Gael con ternura.
—Lo vas a cuidar,
¿verdad? —su reclamo estaba henchido de inquietud.
—Como si fuera de
mi sangre —garantizó, y su mirada no dejaba espacio para la duda.
Ivana se
incorporó. Antes de irse formuló la última pregunta:
—El viaje a
Temaikén, ¿está relacionado con la valoración de Jordi?
—Sí. Estará en
contacto con animales insertos en su hábitat natural. Ambos queremos investigar
el grado de acción que pueda ejercer sobre ellos.
—Bueno. Menos mal
que viene mamá, porque ustedes me iban a marginar como siempre —dijo con aire
de fastidio.
—¿Viene Lena?
¡Fantástico! —declaró su amigo.— Me preocupaba dejarte deambular sola por el
parque mientras Jordi y yo nos dedicábamos a indagar este proceso.
—¿Y quién los
necesita? —observó con altanería—. Me las hubiera arreglado muy bien sola.
Gael le prodigó
una mirada que la turbó. Se volvió hacia la puerta y escuchó su voz burlona:
—¿Te vas sin
darme el beso de las buenas noches?
—Ya te lo va a
dar tu mamá cuando vayas a Inglaterra —le contestó sin dar la vuelta—. ¡Qué
duermas bien!
Él, acodado sobre
la cama, la vio desaparecer al cerrarse la puerta. Sonrió cada vez más seguro
de lo que sentía por la díscola muchacha. Por lo pronto, no desaprovecharía
ninguna oportunidad de frecuentarla. Y cuando estuvieran en su país natal,
confiaba en conquistarla. Se durmió deseándola entre sus brazos.
2 comentarios:
Hola Carmen, tus escritos son muy amenos de leer y tienen mucho merito, yo no me atrevo a escribir más allá de un folio seguido, aunque he de decirte que no me resulta nada fácil empezar un cuento y acabarlo en tan poco tiempo.
Un abrazo desde Malgrat de Mar.
Querida amiga a la distancia: gracias por deambular por aquí y por tus palabras. También yo disfruto mucho de tus escritos. Un fuerte abrazo.
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