domingo, 14 de julio de 2013

VIAJE INESPERADO - V



Marcos se comunicó con Irma a las diez de la mañana. Ambos acordaron en no perturbar el sueño de Leonora y en reunirse al mediodía para almorzar. La joven apareció en la cocina a las once y media.
—¡Me quedé dormida! Quería visitar a Cami por la mañana —se lamentó.
—Te hacía falta un buen descanso —dijo Irma ofreciéndole una taza de café con leche.
—Tengo que informar la cancelación del viaje a la agencia de turismo —recordó Leonora; manipuló el celular y envió el mensaje. Después le confió a la mujer—: Ahora que vuelve a funcionar mi cabeza planeo pedir una consulta con otros médicos. ¿Creés que su familia se opondrá?
—Me temo que sí. Supondría una ofensa para el doctor Ávila.
—¡Es que no puedo aceptar que la haya afectado la muerte de su tío! Algo más debió ocurrir. Ella misma me dijo que venía por una cuestión de urbanidad y yo le creo —insistió.
—¿Por qué no lo hablás con Marcos? Él conoce a Matías y podrá orientarte mejor que yo.
—A propósito de Marcos… —observó con un mohín de decepción— se olvidó de que me alcanzaría hasta mi auto.
—Llamó a las diez y pensamos que era mejor dejarte reposar. Es hombre de palabra, Leonora —acentuó la mujer.
La joven murmuró una disculpa: —Perdoname… y me podés decir Leo si te gustan los nombres cortos —ofreció a modo de desagravio.
Irma lamentó su exabrupto: —Perdoname vos, Leo. Es que soy una quisquillosa cuando se trata de mi muchacho.
—Ya me dí cuenta —rió Leonora—. ¿Hay manera de ubicarlo?
—En una hora viene a comer con nosotras. Voy a terminar de preparar el almuerzo. Si querés entretenerte, en la sala hay un televisor.
—¡De ninguna manera! Te ayudo —manifestó.
—Bueno. Podrías preparar una ensalada —sugirió Irma—. En la heladera hay verduras limpias y la combinación la dejo a tu criterio.
—¡A mi juego me llamaron! —exclamó Leo animada—. Lo que quiera, ¿eh?
—¡Sí! —ratificó la mujer, risueña.
La muchacha acomodó sobre una tabla verduras, frutas, queso, nueces y aceitunas. Cortó, combinó sobre una fuente y eligió los ingredientes para aderezarla antes de servir. Miró su creación satisfecha.
—Me dejé llevar por la inspiración —le dijo a Irma que se acercó a curiosear—. Espero que les guste el entrevero.
—Se ve tentador, aunque mi conocimiento de las ensaladas sea más tradicional —opinó la mujer.
Leonora asintió con una inclinación de cabeza. Después encaró el asunto de su alojamiento: —Todavía no conversamos el costo de mi estadía —señaló.
—¡Ni se te ocurra! Sería como si le quisiera cobrar a Marquito.
—Tu Marquito tiene todo el derecho, pero yo hasta ayer ni siquiera lo conocía —protestó la muchacha.
—A quienquiera que traiga, es como si fuera él —dijo Irma concluyente.
—¿Y te suele traer muchas invitadas? —inquirió la joven burlona.
—Para que sepas… —el timbre abortó la respuesta de la mujer—. ¿Atenderías la puerta? —mudó con gesto travieso.
Leonora se alejó riendo. Le duraba la sonrisa cuando se encaró con Silva. Él la evaluó con una expresión de tanto deleite que la hizo sonrojar. Recuperada de la impresión sufrida por los sucesos del día anterior, tomó conciencia de la presencia masculina y se dejó llevar por las emociones que le provocaba. La intensidad del momento los arrojó a una dimensión habitada sólo por ellos. Leo no se resistió a la primitiva atracción que el hombre le despertaba, extrañamente asociada a una sensación de seguridad. Marcos se dejó impregnar por la renovada imagen de la joven. Si ayer le había estimulado el instinto protector, hoy lo abatió una ola de profunda sensualidad. La imaginó en sus brazos y deseó besar esos labios curvados en una sonrisa inefable. Ella se inquietó como si hubiera captado su anhelo y emergió de su inmovilidad.
—Hola —saludó con un hilo de voz.
—Hola —repitió él en tono grave—. Se te ve recuperada —agregó más distendido.
—Así me siento. Gracias —se hizo a un lado para que pasara y cerró la puerta.
Lo siguió hasta la cocina adonde él saludó a Irma y metió en el freezer el paquete que llevaba.
—Helado —aclaró con una sonrisa.
Lo degustaron en la salita después del almuerzo, en cuyo transcurso la ensalada de Leo fue elogiada y consumida. Irma se complacía observando la interacción entre los jóvenes, que evidenciaba el innegable interés de Marcos y la cauta aceptación de Leonora. En medio de la charla amena, la realidad irrumpió ante la mención de la muerte de Nicanor. El semblante de la muchacha se opacó al evocar a Camila y se reprochó haber olvidado, por una personal atracción, la crítica situación de su amiga.
—Marcos —su voz denotaba urgencia—, tengo que ver a Cami y proponerle a Matías una inter consulta.
Silva demoró en responder. Irma se intranquilizó, pensando que el pedido de Leo lo había contrariado.
—Leonora —dijo él al cabo—, no me queda claro la razón de otras consultas.
—Porque su primo da por sentado que el estado de Camila se debe a la muerte del tío y la trata bajo ese diagnóstico. Yo digo que la crisis se desató por otra causa.
—Sabés que ese pedido podría molestarlo…
—Sí —asintió la chica con gravedad—. Por eso necesito tu intermediación.
Él escrutó los ojos femeninos que sostuvieron su mirada en franco reclamo de auxilio. La ansiedad le entreabría los labios, particularidad que desarticuló cualquier intento de negativa por parte del hombre que alucinaba con besarla. Moderó su excitación y transigió: —Vayamos a la clínica.
El rostro de Leonora se iluminó. Aferró el brazo de Marcos y le expresó su reconocimiento: —¡Gracias! ¡No sabés cómo me alivia tu ayuda!
—Lo que vos debés saber —dijo él con voz contenida— es que si me seguís tocando te voy a cobrar la ayuda con un beso.
Leo emitió una risita sorprendida. Sin soltarle el brazo levantó la cabeza y rozó con sus labios la mejilla masculina fingiendo ignorar la vibración que lo sacudió.
—¡Te lo merecés! —afirmó al varón apabullado—. ¿Vamos? —se volvió para saludar a Irma y salió a la calle.
—¿Vas a quedarte toda la tarde con la boca abierta? —lo regañó la mujer.
—Si esta noche no la traigo, no te alarmes —le advirtió amagando la retirada.
—¡Quito…! —moduló escandalizada.
—¡Era una broma, nana…! —la abrazó—. Seré todo un caballero. Aunque ganas no me faltan de llevármela conmigo… —le susurró antes de cerrar la puerta tras él.
Irma se cruzó de brazos. Conociendo el temperamento del hombre no estaba muy segura de su moderación. “Bueno, la chica es una adulta. El desenlace depende de ella”, se dijo.

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