Marcos se
comunicó con Irma a las diez de la mañana. Ambos acordaron en no perturbar el
sueño de Leonora y en reunirse al mediodía para almorzar. La joven apareció en
la cocina a las once y media.
—¡Me quedé
dormida! Quería visitar a Cami por la mañana —se lamentó.
—Te hacía falta
un buen descanso —dijo Irma ofreciéndole una taza de café con leche.
—Tengo que informar
la cancelación del viaje a la agencia de turismo —recordó Leonora; manipuló el
celular y envió el mensaje. Después le confió a la mujer—: Ahora que vuelve a
funcionar mi cabeza planeo pedir una consulta con otros médicos. ¿Creés que su
familia se opondrá?
—Me temo que sí.
Supondría una ofensa para el doctor Ávila.
—¡Es que no puedo
aceptar que la haya afectado la muerte de su tío! Algo más debió ocurrir. Ella
misma me dijo que venía por una cuestión de urbanidad y yo le creo —insistió.
—¿Por qué no lo
hablás con Marcos? Él conoce a Matías y podrá orientarte mejor que yo.
—A propósito de
Marcos… —observó con un mohín de decepción— se olvidó de que me alcanzaría
hasta mi auto.
—Llamó a las diez
y pensamos que era mejor dejarte reposar. Es hombre de palabra, Leonora
—acentuó la mujer.
La joven murmuró
una disculpa: —Perdoname… y me podés decir Leo si te gustan los nombres cortos
—ofreció a modo de desagravio.
Irma lamentó su
exabrupto: —Perdoname vos, Leo. Es que soy una quisquillosa cuando se trata de
mi muchacho.
—Ya me dí cuenta
—rió Leonora—. ¿Hay manera de ubicarlo?
—En una hora
viene a comer con nosotras. Voy a terminar de preparar el almuerzo. Si querés
entretenerte, en la sala hay un televisor.
—¡De ninguna
manera! Te ayudo —manifestó.
—Bueno. Podrías
preparar una ensalada —sugirió Irma—. En la heladera hay verduras limpias y la
combinación la dejo a tu criterio.
—¡A mi juego me
llamaron! —exclamó Leo animada—. Lo que quiera, ¿eh?
—¡Sí! —ratificó
la mujer, risueña.
La muchacha
acomodó sobre una tabla verduras, frutas, queso, nueces y aceitunas. Cortó,
combinó sobre una fuente y eligió los ingredientes para aderezarla antes de
servir. Miró su creación satisfecha.
—Me dejé llevar
por la inspiración —le dijo a Irma que se acercó a curiosear—. Espero que les
guste el entrevero.
—Se ve tentador,
aunque mi conocimiento de las ensaladas sea más tradicional —opinó la mujer.
Leonora asintió
con una inclinación de cabeza. Después encaró el asunto de su alojamiento:
—Todavía no conversamos el costo de mi estadía —señaló.
—¡Ni se te
ocurra! Sería como si le quisiera cobrar a Marquito.
—Tu Marquito
tiene todo el derecho, pero yo hasta ayer ni siquiera lo conocía —protestó la
muchacha.
—A quienquiera
que traiga, es como si fuera él —dijo Irma concluyente.
—¿Y te suele
traer muchas invitadas? —inquirió la joven burlona.
—Para que sepas…
—el timbre abortó la respuesta de la mujer—. ¿Atenderías la puerta? —mudó con
gesto travieso.
Leonora se alejó
riendo. Le duraba la sonrisa cuando se encaró con Silva. Él la evaluó con una
expresión de tanto deleite que la hizo sonrojar. Recuperada de la impresión
sufrida por los sucesos del día anterior, tomó conciencia de la presencia
masculina y se dejó llevar por las emociones que le provocaba. La intensidad
del momento los arrojó a una dimensión habitada sólo por ellos. Leo no se
resistió a la primitiva atracción que el hombre le despertaba, extrañamente
asociada a una sensación de seguridad. Marcos se dejó impregnar por la renovada
imagen de la joven. Si ayer le había estimulado el instinto protector, hoy lo
abatió una ola de profunda sensualidad. La imaginó en sus brazos y deseó besar
esos labios curvados en una sonrisa inefable. Ella se inquietó como si hubiera
captado su anhelo y emergió de su inmovilidad.
—Hola —saludó con
un hilo de voz.
—Hola —repitió él
en tono grave—. Se te ve recuperada —agregó más distendido.
—Así me siento.
Gracias —se hizo a un lado para que pasara y cerró la puerta.
Lo siguió hasta
la cocina adonde él saludó a Irma y metió en el freezer el paquete que llevaba.
—Helado —aclaró
con una sonrisa.
Lo degustaron en
la salita después del almuerzo, en cuyo transcurso la ensalada de Leo fue
elogiada y consumida. Irma se complacía observando la interacción entre los
jóvenes, que evidenciaba el innegable interés de Marcos y la cauta aceptación
de Leonora. En medio de la charla amena, la realidad irrumpió ante la mención
de la muerte de Nicanor. El semblante de la muchacha se opacó al evocar a
Camila y se reprochó haber olvidado, por una personal atracción, la crítica
situación de su amiga.
—Marcos —su voz
denotaba urgencia—, tengo que ver a Cami y proponerle a Matías una inter
consulta.
Silva demoró en
responder. Irma se intranquilizó, pensando que el pedido de Leo lo había
contrariado.
—Leonora —dijo él
al cabo—, no me queda claro la razón de otras consultas.
—Porque su primo
da por sentado que el estado de Camila se debe a la muerte del tío y la trata
bajo ese diagnóstico. Yo digo que la crisis se desató por otra causa.
—Sabés que ese
pedido podría molestarlo…
—Sí —asintió la
chica con gravedad—. Por eso necesito tu intermediación.
Él escrutó los
ojos femeninos que sostuvieron su mirada en franco reclamo de auxilio. La
ansiedad le entreabría los labios, particularidad que desarticuló cualquier
intento de negativa por parte del hombre que alucinaba con besarla. Moderó su
excitación y transigió: —Vayamos a la clínica.
El rostro de
Leonora se iluminó. Aferró el brazo de Marcos y le expresó su reconocimiento:
—¡Gracias! ¡No sabés cómo me alivia tu ayuda!
—Lo que vos debés
saber —dijo él con voz contenida— es que si me seguís tocando te voy a cobrar
la ayuda con un beso.
Leo emitió una
risita sorprendida. Sin soltarle el brazo levantó la cabeza y rozó con sus
labios la mejilla masculina fingiendo ignorar la vibración que lo sacudió.
—¡Te lo merecés!
—afirmó al varón apabullado—. ¿Vamos? —se volvió para saludar a Irma y salió a
la calle.
—¿Vas a quedarte
toda la tarde con la boca abierta? —lo regañó la mujer.
—Si esta noche no
la traigo, no te alarmes —le advirtió amagando la retirada.
—¡Quito…! —moduló
escandalizada.
—¡Era una broma,
nana…! —la abrazó—. Seré todo un caballero. Aunque ganas no me faltan de
llevármela conmigo… —le susurró antes de cerrar la puerta tras él.
Irma se cruzó de
brazos. Conociendo el temperamento del hombre no estaba muy segura de su
moderación. “Bueno, la chica es una adulta. El desenlace depende de ella”, se
dijo.
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