domingo, 21 de julio de 2013

VIAJE INESPERADO - VI



Marcos se acomodó frente al volante y, antes de partir, le dirigió una sonrisa a Leonora. Ella suspiró y se apoyó contra el respaldo, ganada por la ansiedad de ver a su amiga. Silva no perturbó con palabras los pensamientos de la joven. Se apearon enfrente del sanatorio y, juntos, ascendieron la escalinata que conducía a la entrada. Al abrirse las puertas, el guardia hizo un gesto de desconcierto al reconocer a la muchacha.
—Hola, Luis —saludó Marcos con familiaridad—. Anunciame al doctor Ávila.
—Sí, señor Silva —el tono denotaba respeto.
—De haber venido sola, me hubiera puesto de patitas en la calle —observó Leo mientras el uniformado se alejaba.
—Estás muy susceptible —arriesgó Marcos.
Ella hizo un gesto de porfía: —Viste como vaciló al verme. No me paró porque estaba con vos.
Matías avanzaba por el corredor escoltado por el guardia. Lo esperaron en silencio.
—¡Marcos! ¿A qué se debe tu inédita visita? —exclamó tendiéndole la mano—. Veo que ya conocés a Leonora —añadió al saludarla.
—Hola, Matías —dijo la chica—. Me gustaría ver a Camila.
—Creí que habíamos llegado a un acuerdo…
—No haré nada que altere su descanso. Solo quiero verla.
El médico contuvo su contrariedad. Se preguntaba cómo la joven se había puesto en contacto con Silva. Él era demasiado poderoso como para desairar a la muchacha que acompañaba. No obstante, previno: —Su condición no ha variado.
—Solo quiero verla —repitió Leonora empecinada.
—Síganme —se sometió a la demanda.
Luis también formó parte de la comitiva. Matías reprodujo con las llaves el ritual del día anterior. Abonada por la presencia de Marcos, Leo se arrimó a la cama de su amiga. Tenía los párpados entornados y le pareció que procuraba abrirlos cuando ella se inclinó a mirarla. También percibió un suave quejido que atribuyó a un intento de comunicación. Una mano ruda atenazó su brazo y la arrastró hacia la salida.
—¡Te pedí que no te acercaras! —barbotó el médico, alterado, mientras cerraba la puerta.
—¡Un momento, Matías! No es necesario ser tan descortés —intervino Marcos disgustado por el trato desconsiderado hacia la muchacha.
—Hablemos abajo —lo interrumpió.
Silva apretó los labios y tomó a Leonora del brazo con suavidad para ingresar al ascensor. Matías rompió el tenso silencio en la planta baja: —Vayamos a mi despacho —dispuso, despidiendo al guardia con un gesto.
Los precedió hasta un consultorio ubicado después de la primera puerta que accedía al pasillo. Se ubicó detrás del escritorio y los invitó a sentarse en los sillones opuestos.
—Lamento mi reacción —se dirigió a Leo—, pero creí que quedaba clara la consigna de no interferir.
—¡Ella trató de comunicarse conmigo! Intentaba decirme algo cuando me apartaste —exclamó acusadora.
—Son figuraciones. Camila no está en condiciones de coordinar y tu intervención podría retardar su recuperación.
—Sin ánimo de molestarte —dijo la chica con decisión—, quiero que Cami sea evaluada por otro médico.
Las facciones de Matías se demudaron: —No sé que pretendés, pero debo recordarte que Camila es mi paciente y vos no tenés autoridad para exigir cambios en su tratamiento.
Marcos, que asistía al diálogo sin intervenir, se inmiscuyó al ver el gesto desalentado de la joven: —Matías, pienso que la propuesta de Leonora no tiene nada de agraviante. Como experto en salud mental debieras aportarle la tranquilidad que requiere. Entiendo que es una práctica común solicitar otras opiniones.
—Te lo voy a explicar, Marcos —pronunció el médico molesto—. Las consultas se hacen a pedido de los familiares cuando dudan del diagnóstico profesional, que no es éste el caso. No sé la relación que has entablado con esta mujer, pero no permitiré que tu calentura estorbe el proceso terapéutico.
Leonora quedó muda por la indignación y Marcos saltó del asiento con una expresión de amenaza.
—¡No te voy a permitir esa grosería! —garantizó, inclinándose sobre el rostro sobresaltado del siquiatra.
Como si hubiera sido invocado, el guardia entró al consultorio. Silva se enderezó al escuchar que se abría la puerta. Luis, confundido, deambulaba los ojos entre la cara de su jefe y la del estanciero. Marcos le dijo con calma: —Podés irte. El doctor Ávila no sufrirá ningún menoscabo.
El empleado desapareció. Silva le notificó a Matías: —La próxima vez que la ofendas, te quedás sin dientes.
El medico se levantó y pronunció con voz temblorosa: —Es mejor que no vuelvan por acá. No serán bien recibidos.
Leo detuvo el avance de Marcos sobre Matías: —¡Vamos! ¡Por favor, Marcos…! —rogó.
Él salió con brusquedad. Ella lo siguió hasta la calle adonde lo tomó del brazo. Marcos se plantó y le dijo relajado: —Quería mandarle un paciente a Horacio.
—Supongo que será el dentista —arriesgó Leonora.
—Linda y avispada —reconoció el hombre con una sonrisa. Recuperó la seriedad e indicó—: Me parece que tenemos mucho que charlar.
—Sí. ¿Adónde vamos?
—A la estación.
Saludaron a Mario y ocuparon una mesa arrinconada contra una esquina. El muchacho les alcanzó café y se alejó.
—Me apena que te hayas enfrentado con Matías por mi culpa —principió Leo.
—No debió zafarse —declaró Marcos—. Quiero que me cuentes qué te conmovió al acercarte a tu amiga.
—¡Me reconoció, Marcos! Y trató de hablarme. Estoy segura de que si me dejaran cuidarla volvería a la realidad.
—No vamos a poder entrar sin una orden judicial —adelantó él—. Voy a llamar a mi abogado para que vea qué puede hacer.
—No hace falta. Soy abogada y me pondré en contacto con el estudio adonde trabajo. Como conviviente, puedo solicitar un habeas corpus para verla. No sé si puedo pasar sobre los parientes para requerir una junta médica. ¿Por qué esa hostilidad por parte de su familia? —dijo dolorida.
Marcos se moría por consolarla. Quería concentrarse en el problema de Leonora y solo imaginaba tenerla en sus brazos para borrarle a fuerza de besos y caricias su pesadumbre. A fin de cuentas Matías resumió bien mi participación. La calentura me nubla el raciocinio. No puedo pensar más que en tenerla. Y ella necesita una mano que no sea para acariciarla. Despacio, Marcos, o saldrá de estampida.
—Allá hay una cabina telefónica. Voy a comunicarme con el estudio —avisó la chica interrumpiendo su controversia interna.
Regresó quince minutos después y le resumió la conversación: —Mis colegas me aconsejan usar los servicios de un mediador, creen que será más efectivo que un enfrentamiento judicial. El lunes estaría viajando el doctor Sánchez, muy reconocido en el ambiente por sus intervenciones exitosas.
—Voy a tener que contenerte la ansiedad —consideró el hombre con una sonrisa.
—Tarea ímproba —expresó Leo melancólica.
Chiquita, si me dejaras, te olvidarías del mundo.
—Contame que hacés —solicitó Leonora—. Por tu tiempo libre, diría que sos un desocupado.
Él soltó una carcajada. Después contestó: —Exploto algunos terrenos y los controlamos entre mi padre y yo. Esta semana le toca al viejo. Pero más me interesa saber de tu vida en la ciudad. Aquí todo es muy rutinario.
Cuando se levantaron para volver a casa de Irma, aún persistía la magia del momento en que se recrearon el uno para el otro. Leonora aquietó su mente angustiada y Marcos la atesoró, definitivamente, en el profundo abismo de su deseo.

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