Marcos se acomodó
frente al volante y, antes de partir, le dirigió una sonrisa a Leonora. Ella
suspiró y se apoyó contra el respaldo, ganada por la ansiedad de ver a su
amiga. Silva no perturbó con palabras los pensamientos de la joven. Se apearon
enfrente del sanatorio y, juntos, ascendieron la escalinata que conducía a la
entrada. Al abrirse las puertas, el guardia hizo un gesto de desconcierto al
reconocer a la muchacha.
—Hola, Luis
—saludó Marcos con familiaridad—. Anunciame al doctor Ávila.
—Sí, señor Silva
—el tono denotaba respeto.
—De haber venido
sola, me hubiera puesto de patitas en la calle —observó Leo mientras el
uniformado se alejaba.
—Estás muy
susceptible —arriesgó Marcos.
Ella hizo un
gesto de porfía: —Viste como vaciló al verme. No me paró porque estaba con vos.
Matías avanzaba
por el corredor escoltado por el guardia. Lo esperaron en silencio.
—¡Marcos! ¿A qué
se debe tu inédita visita? —exclamó tendiéndole la mano—. Veo que ya conocés a
Leonora —añadió al saludarla.
—Hola, Matías
—dijo la chica—. Me gustaría ver a Camila.
—Creí que
habíamos llegado a un acuerdo…
—No haré nada que
altere su descanso. Solo quiero verla.
El médico contuvo
su contrariedad. Se preguntaba cómo la joven se había puesto en contacto con
Silva. Él era demasiado poderoso como para desairar a la muchacha que
acompañaba. No obstante, previno: —Su condición no ha variado.
—Solo quiero
verla —repitió Leonora empecinada.
—Síganme —se
sometió a la demanda.
Luis también formó
parte de la comitiva. Matías reprodujo con las llaves el ritual del día
anterior. Abonada por la presencia de Marcos, Leo se arrimó a la cama de su
amiga. Tenía los párpados entornados y le pareció que procuraba abrirlos cuando
ella se inclinó a mirarla. También percibió un suave quejido que atribuyó a un
intento de comunicación. Una mano ruda atenazó su brazo y la arrastró hacia la
salida.
—¡Te pedí que no
te acercaras! —barbotó el médico, alterado, mientras cerraba la puerta.
—¡Un momento,
Matías! No es necesario ser tan descortés —intervino Marcos disgustado por el
trato desconsiderado hacia la muchacha.
—Hablemos abajo
—lo interrumpió.
Silva apretó los
labios y tomó a Leonora del brazo con suavidad para ingresar al ascensor.
Matías rompió el tenso silencio en la planta baja: —Vayamos a mi despacho —dispuso,
despidiendo al guardia con un gesto.
Los precedió
hasta un consultorio ubicado después de la primera puerta que accedía al
pasillo. Se ubicó detrás del escritorio y los invitó a sentarse en los sillones
opuestos.
—Lamento mi
reacción —se dirigió a Leo—, pero creí que quedaba clara la consigna de no
interferir.
—¡Ella trató de
comunicarse conmigo! Intentaba decirme algo cuando me apartaste —exclamó
acusadora.
—Son
figuraciones. Camila no está en condiciones de coordinar y tu intervención
podría retardar su recuperación.
—Sin ánimo de
molestarte —dijo la chica con decisión—, quiero que Cami sea evaluada por otro
médico.
Las facciones de
Matías se demudaron: —No sé que pretendés, pero debo recordarte que Camila es
mi paciente y vos no tenés autoridad para exigir cambios en su tratamiento.
Marcos, que
asistía al diálogo sin intervenir, se inmiscuyó al ver el gesto desalentado de
la joven: —Matías, pienso que la propuesta de Leonora no tiene nada de
agraviante. Como experto en salud mental debieras aportarle la tranquilidad que
requiere. Entiendo que es una práctica común solicitar otras opiniones.
—Te lo voy a
explicar, Marcos —pronunció el médico molesto—. Las consultas se hacen a pedido
de los familiares cuando dudan del diagnóstico profesional, que no es éste el
caso. No sé la relación que has entablado con esta mujer, pero no permitiré que
tu calentura estorbe el proceso terapéutico.
Leonora quedó
muda por la indignación y Marcos saltó del asiento con una expresión de
amenaza.
—¡No te voy a
permitir esa grosería! —garantizó, inclinándose sobre el rostro sobresaltado del
siquiatra.
Como si hubiera
sido invocado, el guardia entró al consultorio. Silva se enderezó al escuchar
que se abría la puerta. Luis, confundido, deambulaba los ojos entre la cara de
su jefe y la del estanciero. Marcos le dijo con calma: —Podés irte. El doctor
Ávila no sufrirá ningún menoscabo.
El empleado
desapareció. Silva le notificó a Matías: —La próxima vez que la ofendas, te
quedás sin dientes.
El medico se
levantó y pronunció con voz temblorosa: —Es mejor que no vuelvan por acá. No
serán bien recibidos.
Leo detuvo el
avance de Marcos sobre Matías: —¡Vamos! ¡Por favor, Marcos…! —rogó.
Él salió con
brusquedad. Ella lo siguió hasta la calle adonde lo tomó del brazo. Marcos se
plantó y le dijo relajado: —Quería mandarle un paciente a Horacio.
—Supongo que será
el dentista —arriesgó Leonora.
—Linda y avispada
—reconoció el hombre con una sonrisa. Recuperó la seriedad e indicó—: Me parece
que tenemos mucho que charlar.
—Sí. ¿Adónde
vamos?
—A la estación.
Saludaron a Mario
y ocuparon una mesa arrinconada contra una esquina. El muchacho les alcanzó
café y se alejó.
—Me apena que te
hayas enfrentado con Matías por mi culpa —principió Leo.
—No debió zafarse
—declaró Marcos—. Quiero que me cuentes qué te conmovió al acercarte a tu
amiga.
—¡Me reconoció,
Marcos! Y trató de hablarme. Estoy segura de que si me dejaran cuidarla
volvería a la realidad.
—No vamos a poder
entrar sin una orden judicial —adelantó él—. Voy a llamar a mi abogado para que
vea qué puede hacer.
—No hace falta.
Soy abogada y me pondré en contacto con el estudio adonde trabajo. Como
conviviente, puedo solicitar un habeas corpus para verla. No sé si puedo pasar
sobre los parientes para requerir una junta médica. ¿Por qué esa hostilidad por
parte de su familia? —dijo dolorida.
Marcos se moría
por consolarla. Quería concentrarse en el problema de Leonora y solo imaginaba
tenerla en sus brazos para borrarle a fuerza de besos y caricias su pesadumbre.
A fin de cuentas Matías resumió bien mi
participación. La calentura me nubla el raciocinio. No puedo pensar más que en
tenerla. Y ella necesita una mano que no sea para acariciarla. Despacio,
Marcos, o saldrá de estampida.
—Allá hay una
cabina telefónica. Voy a comunicarme con el estudio —avisó la chica
interrumpiendo su controversia interna.
Regresó quince
minutos después y le resumió la conversación: —Mis colegas me aconsejan usar
los servicios de un mediador, creen que será más efectivo que un enfrentamiento
judicial. El lunes estaría viajando el doctor Sánchez, muy reconocido en el
ambiente por sus intervenciones exitosas.
—Voy a tener que
contenerte la ansiedad —consideró el hombre con una sonrisa.
—Tarea ímproba
—expresó Leo melancólica.
Chiquita, si me dejaras, te olvidarías del mundo.
—Contame que
hacés —solicitó Leonora—. Por tu tiempo libre, diría que sos un desocupado.
Él soltó una
carcajada. Después contestó: —Exploto algunos terrenos y los controlamos entre
mi padre y yo. Esta semana le toca al viejo. Pero más me interesa saber de tu
vida en la ciudad. Aquí todo es muy rutinario.
Cuando se
levantaron para volver a casa de Irma, aún persistía la magia del momento en
que se recrearon el uno para el otro. Leonora aquietó su mente angustiada y
Marcos la atesoró, definitivamente, en el profundo abismo de su deseo.
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