domingo, 4 de septiembre de 2011

AGENCIA DE ACOMPAÑANTES - 1

Romina terminó de vestirse y revisó la billetera. No le quedaban más que quince pesos y unas monedas: insuficientes para tomar un taxi y colaborar con la comida que seguramente pedirían en casa de Sandra. Todavía conservaba dos tarjetas de transporte que sumaban cuatro viajes en ómnibus. Una fortuna, se dijo con disgusto. Estuvo tentada de pedirle un préstamo a su hermano, pero rechazó ese impulso porque anticipaba sus palabras: “¿Por qué no aceptás ese puesto en English Time? Tendrías un sueldo mensual fijo”. Sí, lo tendría, pero a un miserable salario la hora y con obligaciones que excedían las cuatro de trabajo ofertadas. Prefería sus alumnos particulares. En cambio él había abrazado la profesión paterna y se había recibido de ingeniero agrónomo con un futuro garantizado: los clientes de papá cuando el viejo se retirara. Por los comentarios de su progenitor estaba al tanto de que Luciano se estaba ganando su lugar a fuerza de competencia y simpatía. Bueno, mejor para él, pensó. Hoy hubiera preferido que Lucho, como lo llamaban familiarmente, estuviera pendiente de alguna novia para que no se concentrara tanto en su hermana menor, es decir, ella. Los veintiocho años del muchacho lo autorizaban, según su criterio, a suplantar al padre en ausencia. Y ella tenía hoy un importante asunto que resolver y no quería darle explicaciones. Bajó la escalera en silencio, una puerilidad porque tendría que pasar delante de él para salir a la calle.

-¿Adónde vas?

-A una reunión con las chicas. ¿Necesitás algo?

Luciano miró a su hermana y después, la hora. Estaba desparramado en el sillón de la sala de estar esperando que comenzara un partido de fútbol.

-Ya está oscureciendo. ¿Pediste un taxi?

-¿Qué te creés, que soy una potentada? Me tomo el ómnibus en la plaza.

-¡Ni loca! A estas horas ya están merodeando los chorros y los faloperos. Llamá un taxi.

-Pagámelo vos, o mejor, llevame -dijo Romina caminando hacia la puerta, segura de que él no se perdería el partido por llevarla.

Luciano rebuscó en el bolsillo de su pantalón y sacó un billete que le tendió:

-Tomá, tramposa, para la ida y la vuelta. Y que no me entere que andás por las calles a cualquier hora.

Romina miró el billete de cincuenta pesos y pensó en darle un empleo más adecuado que el de pagar taxis. Total, él no se movería del sillón para asegurarse de sus pasos. Levantó el teléfono y fingió que llamaba a un servicio a domicilio. Después, se inclinó para darle un beso en la mejilla y se despidió:

-Chau, Lucho. Y gracias…

-Chau, Romi. Cuidate.

Ella salió a la calle, se quedó un momento en la puerta por si él se asomaba y después caminó hacia la plaza. No veía la hora de que regresaran sus padres de las cortas vacaciones porque Luciano se había tomado muy a pecho la recomendación de cuidarla. Y le controlaba horarios y salidas el muy pesado. Vio el cartel luminoso del ómnibus y corrió hacia la parada. Subió a un coche casi vacío, pasó la tarjeta por la lectora y se sentó por la mitad del vehículo. El asiento trasero estaba ocupado por cinco o seis muchachos que escuchaban cumbia a todo volumen y se gritaban entre ellos. Había uno que se entretenía escarneciendo a cuanta persona caminara por las calles o estuviera esperando en las paradas o en las esquinas en que los detenía el semáforo. Romina casi deseó haber obedecido a Lucho cuando uno de los alborotadores se colgó de los pasamanos y se balanceó en el pasillo hacia atrás y hacia adelante coreado por la rechifla de sus compinches. Debía bajarse a cuatro cuadras y no se animaba a dirigirse a la puerta trasera. Se levantó y avanzó hacia delante hasta llegar al asiento del impasible conductor:

-¿Me puedo bajar en Sarmiento? -le preguntó en voz baja.

-Sí. Pero es preferible que te bajes en San Martín. Está más concurrido y hay una garita policial.

-¡Ah! Gracias -le respondió sorprendida por la atención del chofer.

Para su tranquilidad, la pandilla siguió viaje. Retrocedió una cuadra y poco después estaba tocando timbre en el departamento de Sandra. Su amiga, que se había independizado de la familia hacía cuatro meses, bajó a recibirla:

-¡Hola, Romi! Sos la primera en llegar.

Subieron al segundo piso por la escalera y accedieron a la vivienda de Sandra que constaba de un amplio comedor, dos dormitorios, baño, cocina y lavadero. Había preferido el contrafrente del edificio para beneficiarse con una habitación más. Se sentaron en un sillón grande mientras esperaban a Margarita, Liliana y Abril. La dueña de casa lucía suelta su larga cabellera que constituía la envidia declarada de todas sus amigas. Romina le contó el incidente del ómnibus y el gesto de su hermano. Sandra largó una carcajada:

-¡Codito de oro se muere si se entera de que su dádiva cambió de destino! -conocía cuán cuidadoso era Luciano con sus ingresos por frecuentar por años la casa de Romina.

-No se va a enterar. Espero que mis viejos vuelvan pronto porque ya me subleva su rol de guardaespaldas. Está decidido a velar por mi castidad -dijo Romina con una mueca.

-¿Son tan ingenuos los hermanos mayores? -preguntó Sandra.- Yo no hubiera soportado uno…

Un timbrazo anuló la respuesta de Romina. Sandra bajó a recibir a las invitadas que faltaban. Las jóvenes mujeres se saludaron con alegría y por indicación de la dueña de casa se acomodaron alrededor de la mesa. Ella, por su personalidad y por ser la mayor, abrió el debate:

-Bueno, henos aquí cinco mujeres jóvenes, algunas con título, de buena apariencia, pero ¡sin posibilidades de trabajo! A no ser empleos temporarios de promociones, publicidad, reemplazos y otras yerbas. ¿Me siguen? -miró los rostros de sus cuatro oyentes en busca de consenso.

-Sí -manifestó Margarita.- Ya estoy harta de que me llamen para suplencias de tres meses por un magro sueldo y tener que cubrir el faltazo de los titulares.

-Y yo de hacer guardias interminables en los servicios de emergencia para que me manden a los lugares más riesgosos -dijo Liliana que se había recibido de médica hacía un año.

-Creo que todas tenemos historias similares -intervino Romi.- El asunto es resolver cómo cambiamos esta realidad.

Abril, que en ese momento cubría una vacante en la recepción de un hotel, adujo:

-Un cambio sería conseguir un tipo de mucha guita que te rescate de esta afrenta de mendigar cualquier trabajo. ¿Para qué me recibí de contadora si ahora tengo que estar detrás del mostrador de un hotelucho? Si fuera de cinco estrellas, podría tener la expectativa de cruzarme con un potentado…

-Yo no quiero depender de nadie -protestó Romina.

-No nos reunimos para poner en manos de un macho nuestro destino -se fastidió Sandra- sino para tratar una posibilidad que se nos ocurrió a Romi y a mí. -Hizo un silencio.

-Está bien, chicas -accedió la recepcionista.- Oigamos la propuesta.

-Sabemos que vivimos en un mundo donde el individuo se aísla cada vez más, donde los diferentes son marginados, donde establecer lazos de amistad no es fácil. La necesidad de compañía para realizar distintas actividades es la materia prima de nuestra idea. Así como existen organizaciones de acompañantes con fines sexuales, nosotras pensamos en ofrecer una compañía amistosa. -Se levantó y le habló a un interlocutor imaginario:- ¿Te gusta ir al teatro y no tenés con quien ir? Nosotras te acompañamos. ¿Tenés que rendir tu última materia y no te podés concentrar? Nosotras te ayudamos. ¿Querés ir al cine, a caminar, a tomar un café y no tenés con quién? Aquí estamos nosotras.

-¡Pará, pará, prima donna! Ese rubro ya existe y se denomina acompañante terapéutico -intervino Liliana.

-Error, doctora. Los acompañantes terapéuticos cumplen un rol de contención y se incorporan a la vida cotidiana del enfermo. No es nuestro caso. Nosotras trabajaremos con gente sana, sin necesidad de supervisión sicológica -afirmó Sandra.- ¡Imagínense, amigas! ¡Será una tarea gratificante, elegiremos a nuestros clientes y apuntaremos a la clase alta. Con nuestra preparación tenemos muchos contactos que tocar!

El discurso entusiasta de la muchacha encendió la imaginación de las oyentes. ¿Y si la idea no era un disparate y resultaba? Abril miró a Romina con gesto de duda:

-En nuestro caso lo ocultamos por un tiempo y ya está, pero ¿qué pasa con el guardabosque de tu hermano que no te pierde pisada? Él no será fácil de convencer…

-Dejá que yo lo resuelva -dijo la nombrada resueltamente.- Así que si el plan les parece posible, es hora de generar una tormenta de ideas. ¿Quién empieza?

-¡Avisos en los diarios, volantes, tarjetas de presentación! -voceó Margarita.

-Lo haremos -intervino Sandra- pero creo que la primer tarea será confeccionar una lista de todos nuestros conocidos para ponerlos al tanto del emprendimiento y que se vaya originando la difusión boca a boca. Así estaremos seguras de que no se confundirá el sentido de nuestra oferta. En ese momento, le entregaremos las tarjetas para que las ofrezcan a quienes les interese. ¡Debemos ser muy elocuentes para despertar su interés, amigas!

-Aquí tengo un cuaderno -ofreció Margarita.- Empecemos por hacer la lista de cada una. Romina: ¿a quién pensás entrevistar?

Durante una hora estuvieron registrando los posibles candidatos de cada una y después diseñaron la tarjeta de presentación y los afiches. Sandra se ocuparía de llevarlos a una imprenta para tenerlos cuanto antes. Se comprometieron a visitar a sus contactos apenas contaran con el material publicitario. A las nueve y media de la noche Margarita cerró el cuaderno y dijo:

-Me estoy muriendo de hambre.

-¡Encarguemos unas pizzas! -propuso Liliana.

Sandra las pidió por teléfono y a las diez estaban comiendo y barajando con entusiasmo las posibilidades de su emprendimiento. A las once sonó el teléfono. Sandra atendió y contestó con frialdad:

-Ah, sí, ¿cómo estás? Ya te la paso. ¡Romi! -gritó.- Tu hermano.

Romina habló brevemente y colgó con gesto contrariado. Abril, que había prestado atención a la llamada, consideró:

-¿No tiene otra mujer en la que pensar el hombrote de tu hermano?

-Ninguna fija, para mi desgracia. Y porque me lleva cinco años todavía me considera una cría. Podrías hacer un acto de caridad, Abril. ¡Conquistalo!

-Por mí, encantada. Pero me mira como si fuera un mueble. Y eso que me gusta y trato de que trascienda… -señaló con gesto compungido.

-Luciano busca una mujer de la época victoriana -intervino Sandra.- No creo que tu perfil se adapte.

-Si me diera bola -contestó Abril- yo me adaptaría a él. Es un buen partido. Ingeniero agrónomo, atractivo y con futuro.

-¡Aj! - censuró Sandra.- Las mujeres como vos sustentan el perimido machismo. ¿Y para qué tantos años desperdiciados en estudiar una carrera si te vas a regalar al primer descerebrado que te corteje?

-¡Eh, che! Que no soy un convidado de piedra -protestó Romina.- Al fin y al cabo Luciano es mi hermano y no es un descerebrado precisamente.

-¡Perdón, perdón! -aclaró Sandra.- Yo no hablaba de él en particular, sino de cualquiera al que Abril apunte.

-Bueno. Ahora me tengo que ir si quiero que Lucho no sospeche que viajo en colectivo. ¿Nos hablamos mañana?

-Sí -confirmó Sandra.- Pero mejor te llamo un taxi. Es más seguro a esta hora.

-No pienso malgastar los treinta pesos que me quedaron. Mis alumnos recién empiezan a pagar el fin de semana.

-Te presto -insistió su amiga.- Es por el bien de todas. No quisiéramos escucharlo a tu hermano si pasás un mal momento.

-¿Ves? -dijo Romina divertida.- Empezás a razonar como Lucho. ¿Soy una persona tan patética que inspira la conmiseración de todo el mundo?

-No -refutó Sandra.- Pero es mejor prevenir que curar. Cuando cobres me lo devolvés.

La chica se encogió de hombros y aceptó el dinero que le tendía su amiga. Las demás anunciaron que también se retiraban y Sandra solicitó tres móviles por teléfono. Los esperaron en la calle adonde se despidieron llenas de esperanza.

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