viernes, 9 de septiembre de 2011

AGENCIA DE ACOMPAÑANTES - 2

Sandra llevó los bosquejos a la imprenta a primera hora de la mañana. Desplegando su encanto logró comprometer al dueño del taller para tener listas las pruebas para el día siguiente. El plan que había pergeñado con Romina y la adhesión de sus amigas la llenaba de excitación. Estaba convencida de que funcionaría y les procuraría un ingreso que ninguna de sus profesiones les aseguraba. De las cinco, las únicas que no tenían estudios universitarios eran ella y Romina. Su amiga era profesora de inglés y subsistía con alumnos particulares de asistencia fluctuante y ella, con su título terciario de analista de sistemas, colocaba de vez en cuando un desarrollo contable y administrativo siempre que su precio fuera muy inferior a los de sus competidores masculinos. Esta parcialidad la sublevaba porque consideraba que su trabajo era igual o superior al de los hombres, lo que la obligaba a dar clases de computación para mejorar sus ingresos. Harta de la haraganería de los más jóvenes, limitó la enseñanza a gente mayor. Tenía cinco discípulos pertenecientes a la clase alta que la requerían por su carácter sociable y su ilimitada paciencia. Sería a los primeros que les comunicaría el nuevo emprendimiento. Miró su reloj y apuró el paso para no llegar tarde a la casa de Elena. Hacía una semana que tenía el auto en el taller esperando un repuesto que nunca llegaba. Si podía evitar el transporte público, impuntual y deteriorado, lo prefería. A las nueve en punto se asomaba a la pantalla de control de la casa de su alumna. Desde adentro abrieron la verja y caminó por la senda de automovilistas hasta la puerta de la mansión. Elena en persona la recibió:

-¡Sandra! No veía la hora que llegaras. Hoy es el cumpleaños de Danny y no me acuerdo cómo conectarme para verlo.

La joven sonrió. Era lo usual. Sus alumnos no se destacaban por la memoria precisamente. Eran mayores de ochenta años y tendían a olvidar los aprendizajes recientes. Pero ella disfrutaba de la vasta cultura que tenían y de las anécdotas del pasado que estaban grabadas indeleblemente en sus recuerdos. Pensó que su trabajo era un paradigma de la empresa que había concebido con Romina porque sus discípulos perseguían, más allá de adecuarse a un mundo de novedosa tecnología, el contacto humano que les brindaba con su paciente escucha e incansable repetición.

-No te preocupes, Elena. Lo vamos a hacer paso a paso para que puedas ir practicando.

Después de que la mujer habló con su pariente, Sandra la instó a que completara la ejercitación que le había apuntado en un cuaderno. Bajo su guía, la resolvió con un entusiasmo que siempre la emocionaba. ¡Cuánta perseverancia para sobreponerse a la rigidez de un cuerpo acosado por el tiempo! A las diez y media, Elena apagó la computadora y la exhortó a tomar un café en el jardín de invierno. Sandra adoraba ese lugar saturado de verde y de colores, tanto por las flores como por el reflejo de los vitraux que se intercalaban en el techo y las ventanas. Se sentaron en los confortables sillones de hierro almohadillados y una doméstica les alcanzó café y unos dulces.

-Elena -inició la muchacha.- Quería hablarte de un proyecto de trabajo que consideramos con unas amigas. A fin de mejorar nuestros ingresos, hemos decidido montar una agencia para ofrecer compañía amistosa a quien le pudiera interesar -elegía las palabras para no provocar ninguna confusión.- Pensamos que hay muchas personas que podrían resolver necesidades puntuales con la compañía adecuada y nosotras estamos dispuestas a brindársela.

Elena la escuchó en silencio y después la miró con ese brillo de inteligencia que a menudo destellaba en sus ojos y anticipaba algún comentario agudo:

-Supongo que tus amigas deben tener una edad cercana a la tuya -la joven asintió- y que son atractivas y preparadas, -otro gesto de asentimiento- y que deben enfrentar la vida sin compañía…

-Por ahora sí -aceptó Sandra.- Pero no se trata de eso…

-¡Ah, sí, querida niña! Porque si así no fuera, no se expondrían a un ensayo que en esta época conlleva grandes riesgos.

-¡Pero Elena! Trabajaríamos con personas recomendadas por gente de confianza y aclarando los términos de la prestación. Están excluidas de esta propuesta las salidas con hombres solos… -aclaró un poco contrariada por las objeciones de la mujer.

-Entonces, querida, si te recomendara a mi amigo Ignacio que siempre busca compañía para ir al teatro, y de latoso que es nadie quiere acompañarlo, ¿te negarías?

Sandra, que conocía a Ignacio, visualizó al anciano cargado de achaques y pedantería y pensó que sería un buen cliente aunque hubiese que tolerar su petulancia.

-No. Estaría dentro de los estándares requeridos.

-Porque es un viejo que no supone más peligro que su lengua afilada -aprobó Elena.- Pero ¿qué tal si se engañan con alguna persona de intenciones aviesas? Vuestra juventud es muy tentadora -afirmó con seriedad.- Tal vez Ignacio pueda hacer un comentario inocente, alguien lo escuche y planifique un engaño que las tome desprevenidas.

-¡Estás hablando de una conspiración! -exclamó Sandra escandalizada.

-No, no. La gente no vive aislada y un viejo puede ser cómplice involuntario de un abuso.

-¿Sabés? Me arrepiento de que hayas sido mi primera interlocutora. ¿Adónde fue a parar tu mente abierta de las épocas del oscurantismo?

-Yo luché contra un medio hostil a la independencia de las mujeres, pero eso no aparejaba más que la desobediencia a la prohibición de estudiar. Ustedes se enfrentan al peligro de la droga y a la disolución de los mandamientos sociales. Creo que se exponen demasiado, querida.

-Hay recursos para protegernos - refutó Sandra con porfía.

-Después de una vida de enfrentamientos la mejor etapa la viví junto a Victorino, aunque desaproveché los mejores años. Tenía más de cuarenta cuando reparé en que mi fiel amigo podría ser mi amante y tuvimos la fortuna de convivir durante quince años.

-Me alegro por vos, pero no veo cómo se relaciona con nuestro proyecto - replicó la joven.

-En que antes de pensar estrategias tan riesgosas, ¿por qué no se abocan a buscar un compañero que pueda compartir los gastos con ustedes?

Sandra se cruzó de brazos con un gesto obstinado y no contestó. Estaba decepcionada por los argumentos de una mujer que creía liberada de prejuicios y que le proponía una solución inaceptable. Ella debía probarse a sí misma que no necesitaba la tutela de un hombre para sostenerse dignamente. Si mañana conocía a un individuo con el cual compartir su vida, lo haría por amor y no por necesidad. Estaba visto que debería repensar sus motivos antes de volver a plantearlos. Elena respetó su silencio y ella trató de recomponerse. Rompió el mutismo con una pregunta:

-¿Por qué dijiste que desaprovechaste tus mejores años?

-Porque a Victorino lo conocí cuando jovencita, pero estaba tan ensimismada en mi rebeldía que no caí en la cuenta de su devoción. A los veinticinco tenía una matriz sana capaz de procrear. A los cuarenta me invadió un fibroma por lo cual me la extrajeron. Fuimos felices, pero lo privé de tener descendencia.

-Lo siento, Elena. Pero ¿habrías tenido hijos sólo por complacerlo?

-Cuando te enamores comprenderás que la maternidad no es un mandato sino una ofrenda más de amor hacia tu pareja. Pero dejemos de lado mi vida -sugirió con una sonrisa.- La tuya es más interesante. ¿Se puede saber por qué todavía no tenés un novio?

-Porque ninguno de los que conocí reúne los atributos para ostentar ese título -dijo Sandra con humor.

-Se te habrán cruzado hombres inadecuados. Dejame pensar… -se llevó el índice a la barbilla y quedó abstraída.

-Elena -declaró la joven incorporándose.- Me voy, y no se te ocurra presentarme a nadie. ¡Odio las citas concertadas! Ya me las ingeniaré para conocer a mi media naranja. -Riendo, se inclinó para darle un beso en la mejilla.- Hasta la próxima, Elena.

La mujer la vio caminar con la decisión y flexibilidad que la caracterizaban. De la charla que habían tenido sólo le interesaba lo más reciente: que esa jovencita estaba sin pareja.

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