lunes, 19 de septiembre de 2011

AGENCIA DE ACOMPAÑANTES - 4

-No hubo oportunidad -explicó la nombrada internamente mortificada por la infidencia de su amiga.

Sandra captó al vuelo la contrariedad de Romi. ¿Temía la opinión de Luciano? De todos modos ella ya lo había soltado. Su voz tenía un matiz decidido cuando se hizo cargo de la explicación:

-Un grupo de amigas, Romi, y yo, nos asociamos para brindar un servicio de acompañantes amistosas -dijo de un tirón.- Así que contamos con tu colaboración para dar a conocer el emprendimiento. -Lo miró con gesto retador.

Luciano no acusó el desafío. Le devolvió la mirada con parsimonia, se tomó tiempo para asimilar la noticia y después opinó:

-¿Una agencia de acompañantes? No les cuadra a chicas universitarias.

-¡Amistosas, Lucho! -terció su hermana.- Para personas que necesiten compañía para realizar una actividad recreativa, o de estudio, o simplemente tomar un café con un amigo que no tienen.

-¿Contratar un acompañante para tomar un café? -el hombre las miró entre asombrado y divertido.

-¡Es una manera de decir! -se sulfuró su hermana.

-Pará, Romina -pidió Sandra. Se enfrentó con Lucho y le explicó con el talante de una maestrita ante un alumno obtuso:- La idea es reemplazar un vacío por una presencia amistosa. Hay muchas personas que resignan actividades por falta de compañía, por no poner en compromiso a sus familiares o por no encontrar un amigo que comparta sus intereses. Nosotras estamos abiertas a cualquier propuesta -afirmó, sin que su declaración hiciera desaparecer la exasperante mueca del rostro del hombre.

-¿A cualquiera…? -le insinuó.

-¿Viste por qué no le dije? -estalló Romi.- Porque convertiría un inocente proyecto en una absurda aventura.

-¡Ah, no, no, jovencitas! -reaccionó Lucho.- Yo no quiero desanimarlas ni tergiversar sus planes. Pero este emprendimiento puede ser riesgoso si tropiezan con el cliente equivocado.

-Los clientes que tomaremos serán recomendados por gente conocida. No veo qué peligro supone esta elección -dijo Sandra enfurruñada.

Luciano se quedó absorto en el rostro contrariado. Pensó en ofrecerse como único comprador de los servicios de la muchacha. ¿Por qué no? Tenía el perfil adecuado: conocido, recomendado... Controló la sonrisa que pugnaba por asomar a la sombra de la idea. Sandra y Romina se habían encerrado en un silencio antagónico y él no deseaba ganarse la hostilidad de su hermana ni de la mujer que lo había sacudido. Suavizó el timbre de su voz buscando la reconciliación:

-Entiéndanme, por favor. Sólo me preocupa la seguridad de ambas, de que se encuentren frente a una situación que las ponga en apuros. Si me hubieran hablado de instalar una boutique o una perfumería no hubiera puesto reparos…

-¡Sí, claro! -dijo Romina.- Y tampoco si hubiéramos estudiado peluquería o corte y confección. -Se volvió hacia su amiga:- Tenías razón, lo que este energúmeno necesita es una mujer del siglo pasado.

Luciano, además de darse cuenta de que había esgrimido el argumento equivocado, se sorprendió de que Sandra y su hermana hubiesen discutido acerca de sus inclinaciones amatorias. Porque atribuirle un arquetipo de mujer connotaba una presunción amorosa.

-¿No quisieras conocerme mejor antes de resolver qué tipo de mujer me gusta? - moduló bajamente clavando sus ojos en la hacedora de hipótesis.

Sandra desvió la mirada y se preguntó qué jugarreta del destino la colocaba en posición tan desairada delante de ese presuntuoso. ¿Qué se creía? ¿Que porque les llevaba algunos años estaba autorizado a inmiscuirse en sus decisiones? Ella no se lo permitiría ni a su padre. “¡Ay, Romi! ¿Por qué no te callaste la boca?”, pensó. Se mordió el labio inferior y aclaró, por no dejar sin respuesta la pregunta intencionada:

-Fue una chanza.

Lucho no quiso ir más lejos. Percibió el malestar de la muchacha y se reprochó por haber malogrado el primer acercamiento. Debía atenuar la irritación de las chicas aunque tuviera que deponer momentáneamente sus reservas. Se escuchó decir:

-Romina. Sandra. Soy un desubicado. Es que la sola idea de que puedan ponerse en peligro me trastorna. ¿Podrán perdonarme si las invito con el postre? -ofreció con una sonrisa de disculpa.

Su hermana se le quedó mirando. No era propio de Lucho abandonar una discusión hasta agotar el tema. Era obvio que la presencia de su amiga operaba como freno. Resolvió explotar la ventaja para que declarara ante ella su adhesión al proyecto:

-¿De modo que si tomamos todos los recaudos te parece viable? -le preguntó con tonito mordaz.

Luciano sonrió ante la treta de Romi. No podría desdecirse si expresaba su conformidad públicamente, pero aún tenía algo que manifestar:

-Uno de los recaudos será registrar los pormenores de cada salida para tranquilidad de todos, ¿vale?

-¿Pensás supervisarlos? -averiguó Sandra.- Porque te aclaro que no vamos a contratar empleados por ahora.

-Lo haré ad honorem -manifestó Lucho riendo francamente.- Ahora, ¿quieren que vayamos por el postre?

-No hace falta -dijo Romina.- Tenemos helado y nosotras te vamos a convidar. -Lo sacó del freezer y trajo copas y cucharas.- ¿Qué gusto preferís?

-Chocolate y frutilla -indicó Lucho.

-Frutilla no hay. ¿Otro?

-Vainilla.

-No hay. ¿Otro?

-El que haya. Se va a derretir si me seguís preguntando -dijo con paciencia.

Su hermana rió y completó la copa con sabayón.

-Te estaba cargando. No hay más que estos dos gustos. Yo elegí el chocolate y Sandra el sabayón. -rellenó las otras copas y le entregó una a su amiga.

Los tres comieron en silencio. Los ojos de Luciano no se apartaban de Sandra que degustaba su helado despaciosamente, y los de Romina fluctuaban entre el rostro concentrado de su amiga y el abstraído de su hermano. ¿Habría asistido a un flechazo? Apostaba que sí para Lucho, pero no estaba tan segura con Sandra. El atrevimiento de su hermano la había fastidiado y probablemente conspiraba contra cualquier acercamiento. Suspiró, porque le habría encantado que formaran pareja. El anuncio de su amiga, que había terminado con el helado, la apartó de sus pensamientos:

-Bueno, me voy. Mañana temprano tengo que pasar por las tarjetas y los folletos. ¿Me pedís un taxi?

-Yo te llevo -ofreció Lucho.

-No. Gracias. -denegó la joven con firmeza.- Por favor, Romi, pedime un taxi.

-¿Todavía estás enojada? -indagó el hombre.

-¿Debería? –expresó ella.- Es que no quiero molestarte -agregó.

Él hizo un gesto de aceptación y Romina solicitó un móvil. Cuando sonó el timbre la acompañó hasta la puerta y se despidieron con un beso. Su hermano la esperaba en la cocina.

-Linda y cascarrabias tu amiga -dijo.- ¿Cuánto pensás que le durará la bronca?

-Conociéndola, un buen rato. Empezaste con el pie izquierdo, si entendés lo que quiero decir.

-¿A qué viene esa advertencia?

-Te gustó, tarado. Y vas a tener que hacer mérito para que se olvide de tu desplante machista. Por cierto que nunca te ví tan cautivado por una mujer. ¿Encontraste la horma de tu zapato, don Juan?

Sólo chispearon los ojos de Luciano en el tranquilo rostro. Le pasó un brazo por los hombros y la condujo hacia la escalera que llevaba a los dormitorios.

-Hora de dormir, chiquita. Y sosegá esa prolífica imaginación.

-Como digas. Pero estoy segura de que si te esforzás, podrás reivindicarte. Siempre pensé que no hay mujer que pueda resistir el encanto de mi hermano -afirmó dándole un beso de despedida.

-¿Ni Sandra? -dijo él con un matiz de ansiedad.

-¡Ni Sandra! -confirmó Romi alegremente.

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