jueves, 15 de septiembre de 2011

AGENCIA DE ACOMPAÑANTES - 3

Luciano madrugó para realizar el levantamiento topográfico de un campo ubicado a ciento cincuenta kilómetros de Rosario esperando terminarlo en el transcurso de la mañana. Mientras se afeitaba sintonizó un informativo que vomitó accidentes en la ruta, asaltos, caminos cortados por los piqueteros y allanamientos de moradas con fines de robo. Le preocupaba dejar a Romina sola en la espaciosa vivienda pero no podía eludir este compromiso. ¿Cuándo tuvieron que enrejar toda la casa y vivir como reos? Se deslizaron inadvertidamente a medida que crecía la inseguridad en las calles y, faltos de protección, recurrieron a la iniciativa personal que los delincuentes se encargaban de burlar. Nada los detenía, ni alarmas, ni rejas, ni puertas blindadas. Sólo la buena suerte de los desprotegidos. Terminó su aseo personal y se vistió declinando desayunar. Pararía en el camino. Escribió una nota para su hermana y salió de la casa en silencio para no despertarla. A las dos de la tarde estaba de regreso y encontró a Romi a punto de comer un sándwich.

-¡Hola, nena! Estoy famélico así que te invito a almorzar.

-¡Qué suerte! ¿Adónde me vas a llevar? –dijo Romina que gustaba de comer bien amén de la compañía de su hermano.

-Elegí vos.

-¡A la Herradura!

-No sos tonta ¿eh? –rió Lucho.- Pero mi hermanita se merece lo mejor. Vamos.

En el auto la chica barajó la conveniencia de comentarle a su hermano el proyecto que compartía con sus amigas. Decidió que lo haría pero después de comer. No iba a arruinarse un buen asado. La comida transcurrió entre platos y amable charla. Cuando volvieron a la casa Lucho le informó que iba a tomar una siesta. Romina tampoco creyó prudente arruinarle el descanso. Además, a las cuatro recibiría la primera tanda de alumnos y a las seis la última. Se lo diría antes de la cena. Luciano pasó a saludarla a las siete de la tarde y le avisó que cenaría con un amigo.

-¿Por qué no invitás a comer a tus amigas? Así no te quedás sola.

Ella se levantó y lo llevó a un aparte:

-No tengo plata para comprar nada. Recién voy a cobrar este fin de semana.

-¿Cómo no me dijiste antes? No te pregunté porque pensé que papá te había dejado efectivo. –Sacó la billetera y separó tres billetes de cien pesos.- ¿Tirás con esto?

-¡Sos un rey! –exclamó y lo abrazó estampándole un beso en la mejilla.- ¡Te juro que te lo voy a devolver!

-¡Ja…ja...! Para ahorrarte conflictos morales, consideralo un obsequio. Pero no te quedes sola.

-Apenas se vayan los chicos, curso la invitación –aseguró con una sonrisa.- Chau y que te diviertas.

Él le hizo un gesto de saludo y salió de la sala de clases. Cuando se fueron los últimos alumnos, Romina llamó a Sandra. A pesar de que no se veían con frecuencia, había una afinidad entre ellas que no requería alimentarse con la asiduidad. Se hablaban por teléfono cada tanto y desde esa coincidencia se permitieron, aunque hiciera varios meses que no se frecuentaran, planear una estrategia para resolver la crisis económica y convocar a las amigas comunes. Después de confirmar la presencia de su amiga, llamó a la rotisería para encargar la cena. Revisó la bodega paterna y seleccionó un vino Malbec para acompañar la comida. Sandra llegó a las nueve y media junto con el repartidor. Romina le pagó y juntas entraron los paquetes hasta la cocina.

-Tomá –dijo la anfitriona.- Te devuelvo los veinte pesos que me prestaste.

-¡Pero no! Dejalos a cuenta de la comida.

-Agarralos. Esta noche invito yo.

-¿Te pagaron los alumnos?

-No. Mi hermanito se compadeció de mi pobreza y me regaló trescientos pesos.

-¡Ése es un Lucho que desconozco! ¿Desde cuándo tan desprendido? –rió Sandra.

-Desde hace varios años. Es que te queda el recuerdo de cuando empezó a trabajar y ahorraba para comprarse el auto. Ahora tiene auto, departamento… y una hermana indigente –agregó con gesto de desánimo.

-Bueno, no te pongas así. Que si lo nuestro funciona vendrán épocas prósperas. –Se quedó pensando.- ¿Tan poco tiempo le llevó a Luciano hacerse dueño de un auto y un departamento?

-Años, nena. ¿Cuándo lo viste por última vez?

-Dejame pensar… ¿Cuando terminamos el secundario? ¿Hace cinco años? –se quedó perpleja.

-Hace más –aportó Romi.- Cuando estábamos en cuarto él empezó a trabajar con papá, así que no venía a casa en todo el día entre las visitas a los campos y las clases en la Facu. Me acuerdo que mami renegaba para que cenara antes de que se tirara en la cama porque lo único que quería, cuando llegaba a la noche, era dormir.

-Sí. Me acuerdo lo flacucho que era. Alto y puro hueso.

-Épocas pasadas –dijo Romina risueña.- Ganó en peso y en algunas canitas que le quedan muy bien. Así que sacando cuentas, hace seis años que no lo ves, porque cuando nos graduamos estaba enfermo y no vino a la entrega de diplomas ni a la fiesta. Después cada una siguió por su lado… -agregó con nostalgia.

-Como dijiste: épocas pasadas –citó Sandra terminante.- La realidad es que permanecimos en contacto aunque no nos viéramos tan seguido y por eso estamos embarcadas en una empresa común. Hice un sondeo con una de mis alumnas y si no te conociera, no te contaría la charla que tuve porque te desalentaría…

-Entonces –resolvió Romina- contámelo mientras comemos y delante de un vaso de vino.

Se acomodaron en la mesa de la cocina, calentaron la comida y cuando degustaban las supremas a la napolitana, Sandra le relató el diálogo con Elena.

-Estoy decepcionada. Yo, que la consideraba una adelantada y que iba a ser nuestra mejor promotora… -dijo con pesadumbre.

-Tenés que comprenderla, -alegó Romina- Elena te aprecia y ve con preocupación un proyecto que relaciona con el riesgo y la inseguridad.

-Ahí está el meollo -atajó Sandra.- Que el único argumento que esgrima para corregir nuestras finanzas esté atravesado por la presencia de un hombre.

-No de cualquiera -connotó su amiga.- Sino de un compañero de vida como el que tuvo ella. ¿Qué ves de censurable en su razonamiento? El amor y la realización personal no son incompatibles sino complementarios.

-En tanto no encontremos a nuestro peor es nada, niña romántica, tenemos que subsistir por nuestra cuenta -entonó Sandra. La miró con suspicacia y le preguntó:- ¿Acaso estás arrepentida?

-¡Qué va! Sólo resaltaba el aspecto más positivo de la contradicción. Pero esto me lleva a pensar en por qué, con tantos tipos dando vuelta, estemos más solas que una ameba.

La carcajada de Sandra desencadenó la risa de Romina e hizo preguntarse a Lucho, que estaba entrando en la casa, qué era lo que divertía tanto a las chicas. La socia de Romi, enfrentada a la puerta, fue la primera en verlo. La hilaridad dejó paso a la huella de una sonrisa al contemplar al recién llegado. Ese hombre que la observaba con callada seriedad distaba años luz del recuerdo que tenía de Luciano. Su mirada la descentró de la familiar reunión que compartía con su amiga y la arrojó a una espiral de sensaciones inquietantes. Romina fue testigo de cómo la amplia sonrisa de su hermano se transfiguraba en una solemne gravedad que suspendió el tiempo en una muda interrogación. ¿No reconocía a Sandra en la mujer que parecía haberlo conmocionado? Lucho reaccionó y entró a la cocina:

-¡Hola a las dos! -dijo- ¿Vos sos…? -dejó la pregunta en suspenso.

-Sandra -respondió la chica, recuperada.- Y vos Lucho, si no me equivoco.

-La última vez que te ví tenías un aparato en los dientes y… ¿algunos kilitos de más? -arriesgó con una sonrisa que intentaba disculpar una probable ofensa.

La muchacha no se alteró. Una límpida carcajada acompañó su declaración:

-Y parece que los kilos te los endosé a vos. En cuanto al aparato -aclaró recuperando la seriedad- ya no lo tenía cuando acabé la secundaria.

-¿Cómo es que volviste tan temprano? -interrumpió Romina que trataba de ubicarse en el nuevo paisaje que había configurado la aparición de su hermano.

-Porque a Gonzalo lo llamaron del hospital. Lo requería un bebé que asomaba a este mundo. ¿Y ustedes en qué andaban?

-Madurando nuestro proyecto -reveló Sandra. Y al ver el gesto de extrañeza de Lucho:- ¿No te contó Romina?

No hay comentarios: