viernes, 7 de mayo de 2010

LA HERENCIA - XII

En la casona, Mariana hojeaba los periódicos después de sacudirles el polvo. Fue desechando los tradicionales de fechas caducas y separó los que desconocía. Estaban escritos en inglés, francés, alemán, ruso y -supuso- chino. ¿Quién tendría conocimiento de tantas lenguas?, se preguntó maravillada. ¿Su tía? Después bajó las revistas. Aquí no había ninguna escrita en castellano y no eran, precisamente, publicaciones de chismes. El idioma le era extraño, no se parecía a ninguno que pudiera identificar. Las portadas eran oscuras y las ilustraciones, símbolos. Revisó algunas y abandonó por no entender nada. Las devolvió al estante con los periódicos extranjeros. Apoyó las cajas y los bultos sobre la mesa. ¿Por dónde empezar? -se dijo. Decidió abrir las cajas. La primera estaba ocupada por hojas perforadas y unidas por un cordel, atestadas de símbolos semejantes a los de las revistas. El papel era grueso, símil pergamino. Para salir de la duda, bajó una revista y comprobó que coincidían. Recorrió la carpeta cuidadosamente sin encontrar nada que ayudara a desentrañar los signos. Las otras cajas contenían más carpetas escritas en esa oscura grafía. Al separar una página de la que encabezaba la última caja, descubrió unos rasgos escritos en el borde interno de la hoja. Los destapó en su totalidad y quedó aturdida estudiando una letra que le era familiar. Cuanto más la observaba, más se aseguraba de que era la firma de su papá. ¿Cómo no reconocerla si tantas veces la vio al pie de los contratos que ella le tipeaba en la computadora? O papá escribió estos símbolos, o de puro aburrido estampó una rúbrica en el papiro. Pensar en un papiro le causó gracia. Se quedó con la carpeta para enseñársela a Emilia y corroborar la autenticidad de la firma. Al devolver el resto a la caja, sus dedos tropezaron con un objeto encajado en una arista del fondo. Dejó los folios sobre la mesa y levantó el doblez que fortalecía la base. Tirando cuidadosamente, fue recuperando una gruesa cadena plateada de la que colgaba un camafeo labrado. Mariana, sin inspeccionarlo, se lo colgó al cuello. Ya tendría tiempo de estudiarlo cuando volviera a la casa. Antes de abrir el primer paquete descansó la vista sobre la alfombra. Los dibujos estaban opacados por el polvo. Se agachó para sacudir la tierra con las palmas de las manos. La nube de polvo la hizo toser. Desprendió el reloj de su muñeca para preservar el mecanismo y lo dejó sobre la mesa. Gateó sobre el tapizado descubriendo el colorido estampado. Después de los extraños tapices del gran salón, el grabado de flores le pareció ingenuo. A diez centímetros del borde, un eco respondió al golpe. Sorprendida, volvió a palmear el lugar que indudablemente sonó a hueco. Levantó la alfombra y la dobló sobre si misma. Los contornos de una tapa aparecieron debajo. Terminó de enrollarla y dejó al descubierto lo que supuso el acceso a un sótano. Buscó la manija o alguna hendidura para levantarla. En uno de los bordes había dos perforaciones equidistantes de las puntas. Separó los brazos y metió los dedos tironeando hacia arriba. La tapa no se movió a pesar de sus múltiples intentos. Sin desalentarse, revisó todos los rincones del cuarto buscando cualquier elemento que le permitiera abrirla. Recurrió al armario y encontró sobre el piso de madera una barra con dos pivotes que concordaban con los agujeros del cuadrado. Los encajó y elevó la tapa sin dificultad. Complacida por la simplicidad de la operación, examinó la oscura boca considerando la posibilidad de bajar. El resplandor exterior le permitió ver los primeros tramos de una escalera de madera. Seguro que abajo debe haber una llave de luz –pensó con optimismo. Colocó la pila de diarios desechados bajo una de las aristas de la tapa y se arrodilló para tantear con su pie el primer peldaño. Lo encontró resistente y bajó el otro pie aferrándose del borde. Nada le sugería la imprudencia de una aventura sobre terreno desconocido y en total soledad. Descendió cautelosamente probando la resistencia de cada escalón. Los sintió tan firmes que abandonó las precauciones a la mitad de camino. La excitación del descubrimiento la impregnó. Cuando su mano izquierda soltó el soporte del travesaño para buscar el que seguía, el pie derecho se apoyó en el vacío. Ahogó una exclamación mientras se mantenía suspendida por un brazo. Pateó buscando sustento para su pie, sin animarse a soltar el peldaño, ignorante de la profundidad de la bodega. Se afirmó con el otro brazo y se deslizó hacia abajo suponiendo que encontraría la grada posterior. No había más que maderos a los lados. Entonces intentó elevarse para alcanzar el soporte que había abandonado. A pesar de su agilidad, la inquietud entorpecía el ascenso. Tanteaba la base del escalón cuando la tapa se desplomó sobre los diarios. El sobresalto le soltó los dedos y cayó con un grito que amalgamaba susto y contrariedad. El golpe se produjo antes de lo que calculaba su mente desbordada. Cuando recuperó el aliento, movió cuidadosamente el cuerpo previniendo alguna lesión. Estaba dolorida por el porrazo pero la molestia era soportable. Se incorporó hasta quedar sentada en el piso. Había ingresado al reino de la oscuridad. Levantó los ojos hacia el techo buscando la entrada al sótano. Sólo un filo de resplandor, insuficiente para iluminar más que pocos centímetros, se colaba por la abertura forzada por el hatajo de periódicos. ¡Dios mío! ¡Me quedaré aquí abajo hasta morir! ¡No seas idiota! Cuando mamá y Luis se extrañen de mi demora, vendrán a buscarme. Pero ¿me buscarán aquí? ¿Y si empiezan a recorrer todo el bosque? ¿Y si me buscan primero por todos los alrededores? ¿Y si avisan a la policía? ¿Y la policía les dice que deben esperar cuarenta y ocho horas para considerarme desaparecida? No voy a aguantar tanto tiempo... ¿Qué hice? Y me saqué el reloj... Por lo menos podría saber la hora, cuánto tiempo falta para el mediodía... ¡Bueno! ¡Basta de lamentos! Lo hecho, hecho está. Tranquilizate y esperá que te socorran. No se ve nada... Si me muevo de aquí no sé que podría encontrar... ¿Y qué vas a encontrar, tonta? Nada. ¿Nada? Por algo habrán construido este sótano... ¿Qué guardarán? ¿Por qué no pensé un poco antes de bajar? Papi se hubiera enojado. ¡Ay, papá...! Este fue tu territorio... Hacé que no me pase nada... ¿Faltará mucho para el mediodía? ¿Eh? Ese ruido... ¡Ratas! ¡En todos los sótanos hay ratas! ¡Algo se movió! ¡Por favor, por favor, por favor...! QUE NO SEAN RATAS ¡Mariana! Te desconozco. Sabés que para soportar la espera tenés que conservar el dominio. Si pudiste afrontar la muerte de papi y salir de ese edificio, bien podés aguardar hasta que te encuentren... El diálogo consigo misma quedó interrumpido por el inequívoco sonido de una respiración procedente de la izquierda. Sintió la turbulencia de su torrente sanguíneo en disonancia con la parálisis de los miembros. Quien sea tendría que acercarse a ella para atacarla. Y juró que no iba a llevárselas de arriba. Giró lentamente hacia el origen del ruido y tensó el cuerpo dispuesta a repeler cualquier agresión. La adrenalina la inundó. El resuello se multiplicó y fue mutando a un escalofriante cuchicheo intercalado de risitas. ¿De qué aviesas risitas tendría que defenderse? Elevó la mano derecha hasta el cuello para contener el estridente latido de su corazón y la deslizó instintivamente por la cadena. Cerró el puño sobre el colgante y lo apretó contra el pecho tumultuoso.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Como no salga pronto el proximo capitulo me va a dar algo mas fuerte que a la protagonista. Felicidades por la espectación que generas con este cuento.

Arturo

Anónimo dijo...

hola carmen..esto esta espectacularrrr...no me aguanto!!!!! q llegue pronto el domingo...asi vemos q pasa!! muy buena......besos...soy cristina!

Maricela dijo...

Buen dia Carmen!
a mi me va a dar un colapso, esta genial la novela aunque casi me meto debajo de mi escritorio de miedo. por fis no te tardes en el sig. capitulo ansio por leer que pasa con Mariana!
que estes muy bien cuidate mucho, saludos!

Carmen dijo...

Arturo, Cristina y Maricela: gracias por los comentarios y por seguir las peripecias de la protagonista. Reciban un fuerte abrazo.