domingo, 16 de mayo de 2010

LA HERENCIA - XIV

Madrugaron después de una noche de pacífico descanso. Ni bien terminaron de desayunar, Mariana le pidió a Luis:

-Acompañame hasta el galpón. El otro día vi una bicicleta en buen estado.

Salieron dejando a una madre inquieta que se preguntaba a qué otro sobresalto la sometería la hija. Las decisiones de Mariana eran tan intempestivas como las de su padre. A una la sentenciaban al asombro pasivo e irremediable. Si ella creía que la dejaría vagabundear entre ramas y senderos escabrosos montada en dos ruedas, chocaría contra la autoridad materna. Estaba dispuesta a ser inflexible para preservar la integridad de su retoño. La voz de Mariana truncó el soliloquio.

-¡Mamá! ¡Vení a ver!

La muchacha pedaleaba diestramente en una bicicleta plateada de aspecto flamante. A Emilia no la sorprendió. Antes de que Edmundo le ayudara a comprar el auto, Mariana viajó varios años en bici. La hizo vivir sobre ascuas temiendo que sufriera algún accidente, así que fue la principal promotora de la compra del automóvil cuando su hija quiso escalar a la motocicleta. Allí, al menos, no había vehículos que pudieran atropellarla. No pudo evitar reconvenirla cuando, alardeando de su pericia, soltó el manubrio y saludó con ambos brazos levantados.

-¡Mariana! ¡Te vas a caer!

Le respondió la risa al viento de la joven que giró graciosamente y se apeó ante ella.

-¿No sabés mamacita que andar en bicicleta nunca se olvida? ¡Me ha dado tanto gusto encontrar esta belleza! ¿No está en perfectas condiciones?

La mujer asintió. El vehículo no sugería una larga estadía en el cobertizo. Tal vez -pensó- estuvo guardada en la casa. Aunque no imaginaba a Victoria montada en ese artilugio. Le transmitió a su hija los planes de la mañana:

-Tenemos que ir hasta el súper. Anoche escuché ruidos en la cocina y temo que haya ratas. Vamos a comprar cebos para distribuirlos por la casa.

-¡Yo los sigo en la bici!

-¡Ni lo menciones! No vas a ir pedaleando por la ruta.

-Entonces, me quedo pedaleando aquí. Me hace falta un poco de ejercicio.

-Ya hablamos acerca de quedarte sola en cualquier lugar de la casa –dijo Emilia con firmeza.

-Mamá. Una cosa es que te haya prometido no correr riesgos, y otra, que me trates como a una criatura –replicó molesta.

-Mirá, Mariana. Tal vez dentro de unos días se me haya pasado el susto. Pero por ahora, no te quiero sola en este lugar.

La hija reflexionó. No estaba dispuesta a renunciar al paseo tonificante.

-Se me ocurre una idea. Mientras ustedes hacen las compras, doy una vuelta por los alrededores. El barrio es tranquilo, no hay tránsito de vehículos, y de paso tomo nota de los negocios.

Emilia, respondiendo al reflejo adquirido recientemente, interrogó a Luis con la mirada.

-Pienso que son calles seguras si te preocupa el tráfico -respondió él a la pregunta tácita.

-Muy bien. Te llevamos en auto hasta la calle.

-Me van a llevar a la retaguardia y vos podés vigilarme por el espejito retrovisor si te tranquiliza -resolvió la hija.

Emilia se dio por vencida y subió al coche con una sonrisa. Nunca había podido con el genio de padre e hija. No perdía de vista a Mariana quien sorteaba hábilmente los escollos de la senda. En la entrada, le repitió:

-No vayas a entrar sin esperarnos.

-Andá tranquila. Si tengo que usar el baño, me meto detrás de un arbolito -contestó burlona.

La risa de Luis quedó resonando cuando el auto se alejaba. Mariana montó en la bicicleta y se abandonó al placer de pedalear. Agrandó el radio de la incursión registrando mentalmente una panadería, una farmacia, un minimercado, una carnicería y un puesto de diarios y revistas. Al cabo de una hora de ejercicio, regresó a su cuadra y enfiló hasta el final de la calle. Abandonó la bicicleta en el suelo y avanzó hacia una reja cubierta de apretado ligustro. Sobre ella, asomaba una casa moderna de dos plantas. Los pinos y los cipreses la custodiaban pero no la ocultaban. No apreció movimiento de personas y concluyó que debía estar deshabitada. Al costado, cercada por un alambrado, distinguió una cuidada cancha de fútbol. El fondo estaba orlado por arbustos de llamativas hojas color rojo y plata. Obedeciendo a un arranque que su madre reprobaría, trepó la empalizada y cayó del otro lado. Caminó con placer, relajada por el sol y la gimnasia. Examinó el vistoso follaje y arrancó una hoja de cada color. Se dejó tentar por el mullido césped y se tendió boca abajo para inspeccionar las muestras sin que la molestase el resplandor. Cuando el sopor la embargó, se dio vuelta y almohadilló la cabeza entre los brazos. Cerró los ojos y respiró hondo para disfrutar del aire oxigenado. Se sentía en estado de gracia. Su mente, azarosa, deambulaba por atemporales paisajes que fusionaban pasado y futuro. La sustrajo del ensueño un tenue resoplido. Un sol que le hería las pupilas no alcanzó a encubrir al formidable animal que la contemplaba. La crisis de pánico sólo le permitió mover los brazos para taparse el rostro. Sintió el cuerpo paralizado, agarrotadas las cuerdas vocales. Estaba segura de que iba a ser destrozada y devorada. La bestia le olfateó las extremidades tratando de llegar, a juicio de la joven, al punto vulnerable del cuello. Como en el sótano, se sobrepuso al terror y bajó lentamente los brazos. El perrazo no detuvo su reconocimiento. Mientras le olía el torso, ella giró la cabeza buscando algún objeto que le sirviera de defensa. Un agudo silbido, continuado por un grito masculino, alertó al animal.

-¡Goliat! ¡Quieto!

1 comentario:

Anónimo dijo...

hola carmennnnn!!!!!!!!! no me aguanto saber q habia en el sotano...q misterio hay con el padre y la tia......y la casa!!!!!

rapidoooooooooooooooo la sentragasssssss jajajaja
muchos besos y abrazos!!

CRISTINA