domingo, 23 de mayo de 2010

LA HERENCIA - XVI

Los esperó con los brazos cruzados sobre el manubrio. Le divertía pensar en la ansiedad materna por enterarse de la identidad del vecino. Luis bajó del auto y le guiñó un ojo al pasar. Abrió la verja y ella los precedió por la senda que conducía hasta la casa. Dejó la bicicleta apoyada contra la pared porque pensaba que la usaría con frecuencia y -sin hacerlo consciente- porque el galpón no le gustaba. Emilia bajó del auto y abrevió:

-¿Y...?

-Ese hombre al que miraste con descaro vive en la casa de al lado. Se llama Julián. Su perro, Goliat, es un mastín español. La cancha de fútbol le pertenece. Los arbustos rojos y plateados son agracejo y... organza, creo.

-¿Cómo se apellida? ¿Es soltero? ¿Con quién vive?

-Me invitó a recorrer la casa -siguió enumerando.

-¿Fuiste? -interrumpió la madre, alarmada.

-No, mami. Le ofrecí mate o café por la tarde. Así podrás hacerle el identikit.

Luis, atento al diálogo de las mujeres, no disimuló la sonrisa. Le hizo notar a Mariana un hecho que lo sorprendió.

-Te vi apoyar la mano sobre la cabeza del perro. ¿Cómo lograste superar tu fobia?

Ella les relató sin dramatismos el encuentro. Terminó diciendo: -además, se parece más a un pony que a un perro. Y se mostró tan amigable...

Emilia le pidió a Luis que abriera el baúl del auto. Entre los dos acarrearon varios paquetes hasta la cocina. La joven trasladó, en un canasto, la vajilla para tender la mesa al aire libre. La acomodó sobre el mantel y miró pensativa los asientos despojados de los cojines. Se resistía a volver al cobertizo. Respiró aliviada cuando vio venir a su madre y a Luis cargando la comida y la bebida.

-Luis, ¿traerías los almohadones del galpón? Después los guardaré en la casa para que no se ensucien -dijo, tratando de disimular su cobardía.

Siguió con vista inquieta la marcha del hombre y no dejó de observarlo hasta que salió del depósito. El almuerzo fue práctico: sandwiches y tarteletas. A las dos de la tarde Mariana se retiró a descansar porque el ejercicio mañanero y la comida reclamaban su tributo. Antes de subir, Emilia le comunicó que al día siguiente tendrían ayuda para la limpieza de la casa.

-¿Le hablaste a Norita?

-Sí. ¡No podía creer que nos hubiésemos mudado! Se puso muy contenta porque está sin trabajo. Poco después que dejó de venir a casa enfermó y estuvo dos meses en cama reponiéndose de una hepatitis. Sus otras patronas no la esperaron y la reemplazaron. Así que está completamente disponible.

-¡Qué bueno, mamá! Porque con los objetos valiosos que hay en la casa necesitamos una persona de confianza.

¿Te acordaste vos de buscar un jardinero? –preguntó Emilia.

-Ya mismo lo busco, señora –dijo, y giró hacia la sala en busca del teléfono.

Después de consultar a varias empresas, se decidió por una de la zona. Le prometieron enviar un empleado por la mañana. En su dormitorio, decidió tomar un baño de inmersión. Al salir, buscó el camisón que había dejado sobre la almohada. Revisó el ropero, suponiendo que lo hubiera guardado su madre y al fin sacó otro, se lo puso, y se acostó bajo la sábana desparramando el pelo húmedo sobre la almohada. Tomó el camafeo y escrutó los rasgos proporcionados preguntándose en qué circunstancia la habrían fotografiado, quién era, qué pensaba. Por el sesgo del ojo percibió el movimiento de la puerta que se abría como empujada por una corriente. Miró hacia la ventana y la encontró cerrada.

-Mariana...

El llamado provenía del pasillo. Se levantó y se colgó el medallón antes de salir. El corredor estaba vacío.

-Mariana...

La voz fluía desde la puerta entornada del dormitorio de su tía. Caminó lentamente y entró con igual morosidad. El retrato de la mujer del medallón, de medio perfil y párpados semicerrados, dominaba la pared opuesta a la cama. Sobre la mesita de luz, distinguió las fotografías de los hermanos. Levantó la de su padre y pensó que no se parecía a la del último aniversario. Claro, está mucho más joven -se dijo.

-Mariana...

Se dio vuelta. El cuadro adquiría profundidad. En el interior, la dama del retrato estaba cambiando de posición. La muchacha dejó la foto y caminó en trance hasta que su mano extendida chocó contra la superficie de vidrio. El cuerpo giraba lentamente. Los ojos se abrieron sobre el pálido rostro y la boca modeló palabras que resonaron en la cabeza de Mariana.

-Deberás buscar lo que tu tía no pudo encontrar y destruir lo que quería preservar.

La mente de la joven, ajena a la incongruencia racional, quería dialogar con la figura oscilante. Percibió que la transformación apuntaba a transmitirle un mensaje no traducible en palabras. Disparó las preguntas que la inquietaban.

-¿Quién sos? ¿Adónde debo buscar?

-Lo sabrás cuando descubras el ático. Y cuando se revelen los signos a tu entendimiento. Tendrás que acabar con una existencia muy preciada. No deberás vacilar, Mariana. Hay que aniquilar de raíz el mal que corrompe a la familia y liberar mi espíritu condenado a permanecer en esta pintura -los párpados cubrieron los ojos inertes antes de pronunciar la orden postrera.- Es hora que vuelvas a tu habitación.

La muchacha obedeció y dio la espalda a la visión. Llegó al dormitorio y repitió la ceremonia de tenderse. Durmió profundamente hasta las cuatro y media, hora en que la despertó su madre. Algunas imágenes nebulosas pugnaban por hacerse concientes, pero desaparecieron con los últimos vestigios de sueño. Bajó y salió al exterior donde Luis y Emilia se habían instalado para merendar. Una torta de respetable tamaño lucía sobre la mesa. Mariana se inclinó para aspirar el aroma que se desprendía del pastel aún tibio.

-¿Quién es responsable de esta delicia?

-Tu mamá, tarambana. Para no recibir a tu invitado con unas galletitas de agua -aclaró Emilia.

-¡Mamacita! ¡Soy una hija despreciable! –la abrazó por detrás y le besó la cabeza.

La madre rió y acarició las manos de la muchacha. Estaba complacida por la aprobación de su hija que recompensaba la falta de descanso. También por la colaboración de Luis, que volvió a tiempo para picar las nueces. Era una experiencia nueva para ella, porque los viajes de Edmundo la privaban de compartir esos momentos de cooperación doméstica. Apoyó la mirada en el cuello robusto del hombre y se sorprendió de su atractivo. Estaba reparando en el varón que despuntaba detrás del amigo. El ruidoso timbre la sobresaltó. Luis ingresó a la casa para atender la llamada. Salió con una sonrisa manifiesta:

-Es tu vecino, Mariana -y agregó:- Un virtuoso de la puntualidad.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Otra vez que me quedo atras. Estoy liadisimo con el trabajo y si me despisto un poco me encuentro varios capitulos. Felicidades una vez mas, la historia esta cada vez mas interesante.

Arturo

Carmen dijo...

Arturo: es bueno que en medio de tanto trabajo te des un lugar para el esparcimiento. Y si es leyendo, mejor. Salgo gananciosa. Un fuerte abrazo.

Anónimo dijo...

Mi querida Carmen,

es una pena que no podamos seguir la historia de "Las cartas de Sara", pero he de agradecer esta nueva historia, esta buenísima, me tienes cada semana pendiente de cada uno de los capítulos. Un abrazo

Paty

Carmen dijo...

Querida Paty: Gracias por pasar, comentar y ser tan paciente. Las cartas de Sara no quedarán en el olvido. Terminarlas es mi próximo desafío. Un fuerte abrazo.

Maricela dijo...

casi haces que el corazón se me salga del pecho con tanta emoción junta, esta super la novela.
te envio un gran abrazo!

Carmen dijo...

Querida Maricela: gracias, gracias y gracias. No sabés cuánto me alegra tu paso por mi blog. Un abrazo muy grande.