miércoles, 12 de mayo de 2010

LA HERENCIA - XIII

Un calor creciente la descentró de los murmullos. Entre los dedos agarrotados se filtraba un tenue resplandor verdoso. Soltó el medallón. La fosforescencia se expandió y la rodeó como un aura. Intuyó que estaba a salvo antes de que los ruidos se acallaran. La cápsula protectora persistió hasta el llamado apremiante de Luis y Emilia. Cuando el hombre levantó la puerta de madera, encontró a Mariana sumida en la oscuridad.
Los torsos de Luis y Emilia se recortaron contra el enceguecedor cuadrado de la tapa levantada. Se inclinaron hacia abajo intentando penetrar las tinieblas. Las preguntas se superponían:
-¿Estás bien, querida?
-¿Podés subir?
La joven se incorporó deseando estirar la claridad hasta donde se encontraba. La luz sólo iluminaba los primeros escalones.
-¡Estoy bien! Pero necesito luz para ver hasta donde llega la escalera. Me caí porque se rompieron los peldaños.
-¿Los primeros están firmes? –preguntó el hombre.
-¡Sí! Por eso me confié.
-Voy a tratar de arrimarme a vos –dijo Luis disponiéndose a bajar –acercate a la escalera y vamos a ver si te alcanzo.
En tanto descendía no dejaba de hablar para que Mariana lo ubicara. Cuando acabaron los peldaños, le indicó:
-Me voy a tomar del último escalón. Fijate si podés tocar mis pies.
Ella estiró los brazos, avanzó y sus dedos chocaron contra la rodilla de Luis. Largó la carcajada cuando se dio cuenta que sólo había caído dos metros.
-¿Son tan graciosas mis piernas? –preguntó Luis al tiempo que se soltaba del escalón y aterrizaba junto a Mariana.
La muchacha lo abrazó fervorosamente. Él la apretó por un momento y después le comunicó: -te voy a izar hasta la escalera.
-¿Y vos, cómo vas a salir?
-Dando un salto, querida. Vamos, que tu mamá está muda por la impaciencia.
La levantó sin esfuerzo hasta que las manos de Mariana se aferraron al travesaño. La euforia de salir de aquel hueco minimizó las huellas del golpe. Los brazos ansiosos de su madre la estrecharon consoladoramente hasta que las separó la voz de Luis:
-¿Me harán lugar para abandonar este agujero?
Una vez que la puerta estuvo cerrada y acomodada la alfombra, se descargó la tensión de Emilia.
-¡Sos una imprudente! ¿Cómo se te ocurrió bajar a ese lugar sola? ¿Y si te hubieras roto algún hueso? ¿O si no hubiéramos sabido donde encontrarte? ¡Te prohíbo que vuelvas a merodear por cualquier rincón de la casa!
Mariana y Luis escucharon en silencio el estallido de la mujer. La hija se acercó con un gesto de disculpa.
-¡Tenés razón, mami! Te prometo que nunca más me dejaré llevar por un impulso. ¿Me perdonás? –dijo compungida.
La madre no parecía muy permeable al indulto. Mariana no insistió y caminó hacia la puerta. Los mayores la siguieron y se dirigieron hacia la casa de consuno. El regreso fue silencioso, respetando el mutismo de Emilia. Los planes mañaneros habían quedado en el olvido. La muchacha subió a su habitación y se tiró en la cama. Los recuerdos de la experiencia en el sótano afloraron. Se sentó y desprendió la cadena del cuello. Examinó el medallón a conciencia hasta descubrir en el costado un cierre disimulado. Se abrió al oprimirlo revelando una vieja fotografía. Era el retrato de una mujer de cara armoniosa y serena. Si no fuera por el pelo recogido en lo alto y la expresión, se diría que era su tía Victoria. Volvió a reclinarse sosteniendo la fotografía sobre el rostro, intentando encontrar una explicación racional a la anomalía experimentada durante el encierro. No dudaba de la realidad de las voces ni de la manifestación luminosa. Rebuscó en la memoria hasta encontrar un artículo acerca de la materialización de fenómenos ante la inminencia del peligro. “Mi mente calenturienta se proyectó sobre el medallón” -sintetizó. Somnolienta, se abrazó a la almohada y se embarcó hacia el territorio del sueño. La despertó un roce suave sobre la frente. Abrió los ojos y encontró la mirada materna. Emilia estaba reclinada en actitud protectora. Ella le sonrió blandamente a medida que recuperaba la conciencia.
-¡Hola, dormilona! Buen susto me has dado y buen susto te has pegado a juzgar por la siesta -le dijo cariñosamente.
-¿Qué hora es? -bostezó.
-Hora de cenar, señorita. El chef, con mi asistencia, ha preparado una deliciosa fuente de carne al horno con guarniciones. ¿Por qué no te despejás con un baño antes de comer?
-Bueno, mami -y agregó con gesto contrito:- nos perdimos el estreno de la pileta...
-Mañana será, ansiosa -y la instó:- Date una ducha mientras Luis y yo terminamos de acomodar la mesa -se levantó del borde de la cama y salió airosamente.
Mariana observó cuán juvenil lucía. ¿Sería que empezaba a olvidar a su papá? Una punzada de celos la acongojó. No podría compartir con ella el nuevo afecto como compartían la tristeza de la pérdida. Pero a mamá no se le ha terminado la vida. ¡Es tan joven todavía...! No voy a ser yo quien se interponga en su camino. En realidad, YO, YO, debiera buscarme un novio. O una aventurita, para empezar. ¡Pero no me gusta nadie! ¿Serán todos los hombres tan vacíos? Como el idiota de Sandro, incapaz de compartir mi duelo. ¡Chiica! ¿Dos semanas llorando? Mejor me busco una compañía más alegre. No me lo dijo así, pero ERA lo que quería decir. Estaba tan dolida que ni siquiera me importó... Necesito alguien que me abrace, me bese, me diga que soy linda, que me necesita. Y bastante más... Algo mejor que lo que tuve con Sandro y Miguel. Claro que tendré que aflojar mis represiones, pero TIENE que haber un hombre que me excite. La curiosidad por el sexo no es suficiente. Ya me la saqué de encima y no quiero más relaciones así. Asintió enérgicamente con la cabeza y saltó de la cama. Media hora después, relajada por el baño, bajó a la salita. Luis y Emilia departían amigablemente delante de una copa de vino rojo.
-¿Algún resabio del golpe? -le preguntó el hombre.
-¡Nada! Sólo la humillación de estar tan cerca de la superficie sin haberme dado cuenta -dijo riendo.
-¿Qué pasó por tu cabeza allí abajo?
La intuitiva pregunta de su madre la sorprendió. Decidió no contarle nada por el momento.
-¡Los personajes que me asustaban cuando era chica! Ya sabés: fantasmas, hombres lobos, vampiros y... ¡alimañas! Ratas sobre todo -terminó con una mueca de repugnancia.
El semblante circunspecto de Emilia le dijo que la respuesta no la persuadía. Entonces decidió cambia el eje de la conversación:
-¡Me muero de hambre! ¿Qué exquisitez comeremos?
-¡Ay, querida, cierto que no comiste nada en todo el día! Pero no quise despertarte...
-Tenés la oportunidad de reivindicarte -sugirió, estirándole el plato.
Luis se había levantado y volvió con una tentadora bandeja de fiambres y quesos. Retiró el plato de la mano de Mariana y le sirvió una generosa ración. La joven le dijo divertida:
-¿Estás insinuando que soy una glotona?
-¡Dios me libre! Sólo trato de evitar que tu madre se quede sin brazo.
La declaración, hecha en tono solemne, despertó la carcajada de las mujeres. Mientras Luis volvía a la cocina en busca del plato principal, Emilia le propuso a su hija:
-¿Qué te parece si mañana madrugamos y me ayudás a desyuyar el jardín y a limpiar los vidrios?
-No me parece, mamá. No voy a perder el tiempo en tareas domésticas teniendo tanto que descubrir en la casa. Y vos no te vas a deslomar preparando la tierra para plantar. ¿Te olvidaste que podemos contratar un jardinero y una empleada que nos ayude?
-Lo que parece es que te han subido los humos de nueva rica a la cabeza –dijo Emilia con sonrisa divertida.
-¡Mamá…! ¿Acaso en vida de papá no la tenías a Norita tres veces por semana para un departamento de tres dormitorios? Además, no va a ser un gasto excesivo. Sólo serán dos meses y quedará la casa en perfectas condiciones para venderla. ¿No es lo que tenés planeado?
La mujer la miró dubitativa. No le sonó demasiado sincero el argumento de Mariana, pero decidió aceptarlo.
-Entonces, mañana llamaré a Norita. Espero que le quede algún día libre. ¿Podrás buscar en la guía algún jardinero? ¡Esos yuyos me enferman!
La charla quedó interrumpida por la aparición del improvisado cocinero portando una fuente de carne y papas y otra de hortalizas crudas. Un clima relajado distinguió la velada. Después de cenar se acomodaron en los sillones para continuar la sobremesa. Evitaron referirse al suceso de la mañana como si temieran romper la armonía del momento. Mariana, al rato, se levantó y enchufó el viejo equipo de música. Seleccionó varios discos de larga duración y los apiló sobre la bandeja. Sincronizó el cuerpo a los compases del twist y se sacudió sola por un rato. Después tomó la mano de su madre y la llevó hasta la pista improvisada. Luis entornó los ojos arrobado por la gracia con que danzaban. En ese momento tomó conciencia de que nada lo separaba de Emilia. Esta vez no cedería sus derechos a nadie. Se preguntó por qué pensaba que tenía derechos sobre la mujer. Por amarla tanto -descubrió. El tornado Mariana lo arrastró al centro de la escena. Se sentía torpe en medio de las diestras bailarinas. El denuedo de la joven, devenida en profesora, le permitió adecuarse al movimiento de las mujeres. Descubrió el placer de abandonarse a la música en compañía y extenuó a las damas con su resistencia física. Mariana, con la cara arrebatada, se tiró en un sillón.
-¡Piedad! Ya no puedo más... -concluyó en un soplo. Después se levantó y avisó:- Voy afuera a tomar un poco de aire.
-¡Sola, no! -la reacción de Emilia fue instantánea.
-Entonces, acompañame -replicó la hija caminando hacia la salida.
La mujer cambió una mirada con Luis y ambos la siguieron hasta el iluminado pórtico. Mariana se ahorcajó en el borde de la escalera y extendió los brazos hacia la cúpula acribillada de estrellas.
-¿No parece que estuviéramos en el planetario? ¿Y que brillan más que en la ciudad?
-Sí -respondió Emilia con melancolía- las luces las apagan y los edificios las ocultan. Cambiamos la belleza por el confort.
La hija la miró sorprendida. Estaba convencida de que su madre era tan adicta a la ciudad como ella a los espacios abiertos.
-¡No es mi mamá la que habla! ¿Desde cuándo cuestionás las ventajas de la civilización?
-¿Y desde cuándo cuestionás vos a tu mamá, sabihonda? -Emilia fingió enojo.
Mariana se incorporó de un salto y la abrazó. Así enlazadas se acercaron a Luis. Los tres, en silencio, compartieron el ancestral espectáculo nocturno.

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