jueves, 20 de mayo de 2010

LA HERENCIA - XV

El hombre llegó a la carrera y se agachó junto a la desfallecida muchacha.

-¿Te hizo daño?

Mariana hizo un débil gesto de negación. Él, preocupado, intentó levantarla.

-No... -se resistió ella, tratando de recuperar el dominio.

Cuando recobró el foco de la mirada ambos pasaron respectivamente, del susto y la preocupación, a la sorpresa. Olvidados del encuentro en el supermercado, revivieron la primera impresión. El joven reaccionó y le ofreció el brazo:

-¿Te ayudo?

Mariana, descentrada del miedo por la coincidencia, sintió crecer la ira en su interior. Hizo un gesto de rechazo y se levantó vacilante. Él permaneció atento.

-No me mordió... - balbuceó ella conmovida. Miró al hombre y lo increpó:- ¿Es tu perro?

-Sí.

-¡Me parece un desatino dejarlo libre y sin bozal! Podría matar a cualquiera.

Él la miró inexpresivo. No le respondió esperando ver hasta donde llegaba. ¡La muchacha bonita del súper! Casi se infartó cuando vio asomar las piernas debajo de Goliat. Pero el animal no reaccionó de acuerdo al entrenamiento. No ladró para darle la alarma ni parecía inquieto...

-¿Escuchaste lo que dije? -la pregunta de la joven detuvo su digresión- ¡Está prohibido dejar animales sueltos!

-En lugares públicos.

-Y esta cancha, ¿qué es?

-Parte de mi propiedad.

-¿Tu...? -miró confundida a su alrededor.

-Si la vista no me engaña, el portón está cerrado. Por lo tanto, para Goliat sos una intrusa.

La muchacha bajó la vista y se mordió el labio inferior. El hombre trató de romper el hielo:

-Vamos a omitir este inconveniente. ¿Cuál es tu nombre? -le preguntó cortésmente.

-Mariana –murmuró.

-¡Aquí, Goliat! –el perro se acercó y se sentó- te presento a Mariana. Dale la mano.

El mastodonte estiró la pata delantera y la mantuvo levantada. La joven no se animaba a tocarla.

-No rechaces su mano. Goliat es muy susceptible.

Ella se apresuró a tomarla, ganándose un lengüetazo de aceptación. El joven le tendió la mano mientras se presentaba:

-Yo soy Julián. Encantado de conocerte.

Mariana miraba absorta al animal, incapaz de creer que fuera tan manso. Su dueño, después de un momento, bajó la diestra.

-Bueno. Yo soy de ofrecer una segunda oportunidad –declaró sin que la joven le prestara atención.

-¿Por qué no me atacó? –preguntó en cambio.

-Porque tiene buen gusto, como su amo –chanceó él con una sonrisa.

La joven se recuperó rápidamente. El animal la fascinaba. El color arena del pelo contrastaba con la máscara negra de la cara.

-¿De qué raza es?

-Un mastín español.

-¿Cuánto mide?

-Casi un metro. Y pesa más de cien kilos. ¿Te interesaría saber algo de mí?

La extemporánea salida arrancó una risa en Mariana. Dirigió la mirada hacia los ojos de Julián que brillaban divertidos.

-En realidad, no. Tu perro es más interesante.

Él rió mostrando una dentadura impecable. Ella lo encontró más atrayente que la primera vez que lo vio.

-¿Y estas plantas de colores? ¿Cómo se llaman?

-La roja, agracejo púrpura, y la plateada, orgaza. Te invito a recorrer la casa y prometo responder a todas tus preguntas.

El intercambio fluía con naturalidad. La esgrima verbal encubría el arcano juego de la seducción, aún oculto a la razón. Mariana le retrucó:

-Te invito a la mía. Y podés traer a Goliat.

La complacencia se reflejó en la cara del hombre. La joven captó la expresión y esbozó una sonrisa traviesa. ¿Pensará que lo estoy llevando a mi dormitorio? ¡Buena sorpresa tendrá cuando conozca a mamá Emilia!

-Acepto. ¿Adónde vivís?

-Al lado.

Julián dirigió la mirada hacia la única casa que lindaba con la suya. Bajó la barbilla contra el pecho y cuando levantó la cabeza, la gravedad reemplazaba a la sonrisa.

-Allí vivía una mujer un poco... excéntrica. ¿Compraste la propiedad?

-La heredé. Esa mujer era mi tía. Dejé de verla durante mi infancia. ¿Qué me podés contar de ella?

-Las habladurías del barrio a las cuales es muy afecta mi madre.

-¿Vivís con tu mamá?

-Mantenemos una tierna relación a la distancia -contestó ambiguamente.

A Mariana, la expresión de picardía que acompañaba a la respuesta, le provocó otra carcajada. Abandonó la mano sobre la cabeza del perro, y reiteró:

-¿Café y mate a las cinco? Así me hablás de tía Victoria.

-¡Ah...! Sí, sí. Todo lo que recuerde -se volvió hacia Goliat:- Soy un cero a la izquierda, amigo. De no ser por vos y la tía, mi vecina me hubiese ignorado olímpicamente.

-¡No lo tomés así! Que con los animales y los muertos no se puede dialogar... -consideró ella a modo de consuelo. Sin esperar respuesta, agitó la mano y regresó a la cerca.

-¿Adónde vas?

-A la calle.

-¿Vas a volver a saltar el alambrado? Te puedo ofrecer una salida más cómoda -hizo un ademán hacia una puerta de hierro enclavada entre los ligustros.

La risa la atacó inexorablemente. Pasó al terreno de la casa secundada por el mastín y su dueño. Un sendero de ripio descendía suavemente desde la puerta hasta el camino central que llevaba al exterior. Caminaron en silencio en compañía del can. Se despidieron en la calle y titubearon al momento de formalizar la separación. Goliat los sacó del trance tendiéndole la pata a Mariana y arrancándole la postrera carcajada. Todavía risueña, se agachó para levantar la bicicleta. Fue el momento en que vio, detenido frente a la casa, el auto de Luis. Su mamá estudiaba a Julián y al perro sin disimulos. Ella se lanzó a pedalear raudamente y llegó a la verja antes que Luis, quien retrocedía marcha atrás.

2 comentarios:

Maricela dijo...

ah no Carmen, ya encontro al Amor de su vida, no me puedes dejar picada, ah y me encanta qe en todas tus novelas siempre son encantadores los encuentros con el amor, me encanta como escribes pero me dejas en lo mas emocionante en cada capiulo, esperare con ansia que sigue.
saludos,

Carmen dijo...

Gracias Maricela por todos tus comentarios. Es el premio más elocuente que me motiva al escribir. Te mando un fuerte abrazo.