viernes, 28 de mayo de 2010

LA HERENCIA - XVII

La joven ocultó su ansiedad echándose sobre la reposera que Luis había rescatado del galpón. Los mayores se sonrieron con gesto cómplice y se adelantaron para recibir a Julián. Mientras se presentaban hombre y perro, Mariana esperaba. Tengo taquicardia. Por el perro ha de ser. Los perros me asustan. Notó la mirada de Julián que, sin tapujo, se disparaba continuamente hacia ella. Un instante después los tres caminaban rumbo a la mesa con Goliat pegado a la pierna izquierda de su amo. A Julián no le sorprendió la actitud distante de la muchacha. Mejor, pensó. Las chicas bien dispuestas no lo estimulaban para una relación estable. Este pensamiento superficial lo divirtió. No le disgustaría explorar ese aspecto inmaduro de su personalidad mancomunado con esta jovencita.

-Buenas tardes, equilibrista. Como ves, nos hemos acercado para visitarte -se plantó delante de ella sonriendo, sin hacer otro ademán de acercamiento.

Mariana lo miró y le devolvió la sonrisa desviando el gesto de bienvenida hacia el perro. Alargó la mano para acariciarlo, provocando un imperceptible estremecimiento en su amo.

-¡No veía la hora de que llegaran! Para probar la torta de mamá... -remató con una mueca burlona.

Julián aceptó el juego tácito propuesto por la muchacha.

-¿Será mi destino convertirme en tu paladín? Te adelanto que aparte de socorrer damas en apuros y asegurarme que se deleiten con una torta casera, puedo cubrir cualquier necesidad que las desvele -ofreció con una seriedad que desmentía el brillo intencionado de los ojos.

La risa de Mariana se conjugó con el canto de las aves que alborotaban sobre el césped esperando conseguir su ración de merienda.

-Lo tendré en cuenta, caballero -deslizó con una compostura que a Julián le aflojó las rodillas de sólo imaginar qué servicios le podría prestar.

-Sentémonos -indicó Emilia.

Los cuatro se acomodaron alrededor de la mesa. Goliat, indiferente a los bullangueros pájaros, se echó al lado de su dueño. La madre cortó la torta y sirvió el café, mientras la hija arremetía con el interrogatorio.

-Julián, muero de impaciencia porque me cuentes algo de mi tía.

-¡Mariana...! -reprobó Emilia.

-Es que Julián la conoció, mami. ¿No es cierto? -lo miró esperando consenso.

-Un poco -declaró el interpelado.- Lo que sé de ella no es más que un puñado de chismes que comentan las mujeres a la hora del té.

-¡Justo! -exclamó la chica- Además no hay que olvidar que toda habladuría tiene un trasfondo de verdad -apoyó los codos sobre la mesa, enmarcó la cara entre las manos, y arengó a Julián:- ¡Te escuchamos!

El joven apenas pudo atrapar la sonrisa que se le descolgaba. En la pausa, tomó conciencia de que sus palabras no eran sólo esperadas por Mariana. Una especie de tensión se traslucía en los rostros de los dueños de casa.

-Empezando porque yo no me crié en esta casa y sólo la habito desde hace tres años, época en que se la compré a mi madre cuando decidió mudarse al centro, tuve escaso contacto con mi vecina. Por cierto -se dirigió a Mariana- ella y Goliat no simpatizaron. Apenas si pude contenerlo cuando la vio por primera vez. La relación terminó al solucionarse el problema de las conexiones de agua. Era una mujer de mediana edad y me impresionó hermosa y altanera.

-¿Por qué le compraste la casa a tu mamá? -interrumpió la muchacha- ¿No hubiera sido tuya por herencia?

-Sí. Pero mi madre quería desprenderse de la propiedad porque no dudaba de las historias que se contaban. Tuve que desplegar toda mi persuasión para que accediera al trato y traer a Goliat, arreglo del cual no me arrepiento -miró al animal con afecto.- En resumen, se dice que la bella Victoria era una hechicera, que tenía tratos con el diablo, que recibía extrañas visitas nocturnas, que la custodiaban dos demonios y que sacrificaba animales para sus ritos. Dio la casualidad que varios perros de la vecindad desaparecieron sin dejar rastro, de tal forma que a los nuevos guardianes los mantienen dentro de lo límites de las fincas.

-Por suerte... -murmuró Mariana- Pero ¿una hechicera en esta época...?

-Es lo que se cuenta, jovencita. Yo sólo soy el cronista.

Emilia había escuchado a Julián y su relato no le sonaba tan disparatado. No consideraba el cargo de brujería, sino las inquietantes sensaciones que le despertara su cuñada. Se le antojó extraña y reservada, hasta un poquito inmoral. Se preguntó el por qué de ese calificativo ya que tan pocas veces la había visto. Porque fue capaz de ignorar a la única familia que le quedaba. Si a Julián le impresionó como altanera, a mí, como fría.

-Victoria tuvo poco trato con nosotras –confesó.- Es posible que su hermetismo alimentara los rumores. Hasta ahora, si bien es cierto que hace poco estamos instaladas, no hemos experimentado más fenómeno sobrenatural que un accidente que tuvo mi atolondrada hija.

-¿Un accidente? -repitió Julián, alarmado.

-¡Bah! Me caí de una escalera -minimizó Mariana. Por un momento quedó absorta; luego, volviéndose hacia su madre, se preguntó en voz alta:- ¿Qué hice con la carpeta que tenía que mostrarte?

Emilia la miró interrogante. La hija aclaró:

-Una carpeta escrita con símbolos incomprensibles. Pero en una hoja tiene la firma de papá. Quería que la vieras para estar segura.

-¿Cuándo la tuviste por última vez? -preguntó Luis.

-En la cabaña, antes de bajar al sótano. A lo mejor quedó sobre la mesa. ¡La voy a buscar! -se levantó impulsiva.

-¡Sola, no! -exclamó Emilia.

-Yo la acompaño -ofreció Julián.

-Será mejor que lleven una lámpara por si la carpeta se cayó en el agujero -Luis se dirigió hacia el auto, sacó una linterna y se la tendió al otro hombre.

Así provistos y en compañía de Goliat, fueron en busca de los pliegos. Emilia se quedó tan tranquila como si Mariana fuera escoltada por Luis. Julián le había caído muy bien y creía que a su hija no le disgustaba. Él era un libro abierto para la madre; un libro que prometía ser una historia de amor. Creía que tampoco a Luis se le había escapado la forma con que miraba a Mariana y la implícita aceptación de los juegos verbales a los que su niña era tan afecta. Los perdió de vista cuando doblaban la curva. Sólo entonces salió del enajenamiento y recuperó la conciencia de que estaba acompañada. Luis, relajado en el sillón, la observaba con una concentración que la perturbó.

-Lo siento -se disculpó ella- estaba divagando sobre Mariana y Julián.

Él asintió con un gesto comprensivo. Después de un rato, deslizó una reflexión que la hizo sentir completamente viva:

-Querida mía, ¿no es Mariana lo suficientemente adulta para divagar por sí misma? Y de Emilia, ¿qué hay? Podría delirar, digamos... Conmigo. Tal vez se sorprenda de lo mucho que le queda por brindar y recibir.

-Lo sé -respondió ella sin fingimiento.- Pero todavía necesita tiempo para dar tanto como reciba. Eso -terminó con suavidad- si mi asistente está dispuesto a esperar.

-Te espero desde que te conocí -reconoció Luis con llaneza. Sintió que su reclamo había sido escuchado y la esperanza restituida. Ahora debo cuidar esta delicada ventaja, pensó. Se levantó del asiento y anunció:- Voy a traer algo fresco. Los chicos volverán acalorados de la caminata.

La sonrisa ingrávida de Emilia se adhirió a la figura que se internaba en la casa.

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