domingo, 2 de mayo de 2010

LA HERENCIA - XI

Mariana despertó con un delicioso aroma de café y tostadas recién hechas. Abrió la valija y acomodó las prendas en el ropero. Se puso la malla bajo la ropa deportiva y bajó, deleitándose con los colores que el sol pintaba sobre el piso con la paleta de los cristales. Luis y su madre, muy descansados, desayunaban en la sala de estar.

-¡Buen día! -los saludó con una sonrisa y les repartió un beso.

-¡Hola, mi amor! ¿Dormiste bien? -pregunto Emilia mientras le servía café.

-Más o menos... -respondió, enmantecando una tostada.- Si no fuera por la pícara o el pícaro que dejó la tele encendida y me despertó a medianoche.

-No es mi caso. Vos sabés que con los aparatos yo no me meto. Es más, me quedé dormida inmediatamente. -Lo miró a Luis interrogante.

-Yo tampoco lo toqué, Mariana. ¿No habrá sido un cortocircuito?

-Pero yo lo desconecté... -alegó. Luego, ensayando una interpretación:- Es posible que no lo haya desenchufado y que de tanto toquetearlo entrara en contacto tardío... Sí, eso debe ser.- Asintió con la cabeza, satisfecha con su explicación.

Los mayores no la contradijeron porque pensaban que el relato pertenecía al territorio onírico de una muchacha enardecida por el cambio. Mariana salió al exterior y comprobó que la mañana estaba muy fresca para un chapuzón. Volvió a la casa con el informe.

-Dejemos el baño para el mediodía. Ahora podríamos revisar la cabaña de las enredaderas.

-Vayan ustedes dos -les dijo Emilia- porque me avisaron al celular que vienen a conectar la línea telefónica durante la mañana.

A Mariana no se le escapó el gesto, inmediatamente reprimido, de Luis. Estaba claro que prefería permanecer con su madre y le pareció absolutamente lógico. Soltó con despreocupación:

-Háganse compañía que yo conozco bien el camino. Eso sí -agregó mirando a Luis- antes del almuerzo los vengo a buscar para estrenar la pileta.

-Esperá, Mariana -la voz del hombre la detuvo.- Te acompaño –Se inclinó hacia Emilia y dijo en voz baja:- Quiero dejarla en lugar seguro. Después vuelvo.

La mujer asintió, agradecida. No le gustaba que su hija incursionara sola entre los árboles y la tranquilizaba que fuera con Luis. Pensó cuán diferente era este hombre de Edmundo. En él no había misterios ni reservas. Se recostó sobre el respaldo del sillón mientras la charla del dúo se amortiguaba a la distancia.

-Te hubieras quedado. A lo mejor los técnicos necesitan alguna sugerencia masculina.

Luis se rió de la consideración de Mariana. Le hizo un gesto para que se detuviera y abrió el baúl del auto. Sacó la caja de herramientas:

-Seamos previsores. La intemperie puede haber arruinado el mecanismo de la cerradura.

Reanudaron la marcha a paso vivo por un camino que se había vuelto familiar. Un firmamento de azul impecable y un sol esplendoroso auguraban un día sumamente cálido. Ante la puerta de la cabaña, Mariana introdujo la llave en el hueco de la cerradura invadido por telarañas. Respondió como todos los mecanismos probados hasta el momento: se destrabó suavemente como recién lubricado. Le echó una mirada satisfecha a Luis y empujó la hoja de madera. La claridad del exterior penetró con ellos descubriendo el austero mobiliario que equipaba la habitación. El hombre lidió con la ventana y la abrió hacia fuera desprendiendo las guías vegetales que la retenían contra la piedra. La luz matinal descubrió los detalles del ambiente. Una mesa de madera, una silla, y una alfombra entre el camastro apoyado contra la pared y el antiguo ropero que lo enfrentaba.

-¿Esto es todo? -el desencanto opacó la voz de Mariana.

-Me parece que estás enviciada -contestó Luis- ¿Aspirabas encontrar el cofre de un tesoro?

La joven se encogió de hombros y después dejó escapar una cristalina carcajada.

-¡Tenés razón! ¿Qué otra cosa se podía esperar de una choza perdida en medio de la espesura? Pero esperá -dijo caminando hacia el armario- si hay cosas en el ropero, me quedo a fisgonear.

Abrió una de las puertas y descubrió varios estantes ocupados por periódicos y revistas polvorientas, prendas amontonadas con descuido, cajas y envoltorios. -Podés volver con mamá. Preparen un refrigerio para irnos de picnic a la pileta -le dirigió una sonrisa graciosa- si no es mucho pedir...

-Sus órdenes serán cumplidas, princesa -declaró Luis con una reverencia. Después agregó:- ¿Tenés reloj? Porque si te dejás llevar por la curiosidad, no te veremos hasta la noche.

-Tengo, tengo. Nos encontramos al mediodía -dijo bajando ya la pila de papel.

El hombre meneó la cabeza con resignación. Volvió presuroso con su amada, tranquilo por dejar a Mariana en un lugar que no ofrecía más riesgo que algún descubrimiento entre la profusión de objetos. Cerca de la casa, vio a Emilia parada en la entrada escudriñando los alrededores. Cuando lo descubrió, vaciló antes de hacerle un gesto de saludo.

-¿Impaciente? -preguntó él.

-No -respondió frunciendo el entrecejo- salí porque escuché tres golpes fuertes a la puerta. Creí que eras vos.

-Recién llego. Te habrá parecido.

-¡No! Fueron tres golpes claros.

Luis abrió los brazos y giró ciento ochenta grados. La miró sonriendo.

-No hay nadie. ¿Lo habrás soñado?

-Para ser un sueño me provocó un buen sobresalto -dijo perpleja- No pensé en los de la telefonía porque yo tengo que abrirles el portón. Creí que eras vos... -reiteró- Y me asustó la urgencia de los toques. Bueno -reaccionó- contame lo de la cabaña.

-No hay demasiado que contar. Es un lugar con escaso mobiliario y dejé a tu hija husmeando el contenido de un viejo ropero.

Un timbrazo interrumpió el coloquio. Emilia entró en la casa y al salir le anunció que venían a instalar el teléfono. Ambos se quedaron esperando en la entrada. Poco después apareció la camioneta de la empresa y deliberaron con los empleados los puntos más adecuados para ubicar el aparato principal y las extensiones.

6 comentarios:

Arturo dijo...

Bueno, dejo de pasar una semana por tener un periodo vacacional y ya hay varios capitulos. La historia esta muy bien llevada y la intriga hace querer leerla entera. Una vez mas enhorabuena Carmen. Decir que para mi desde españa leer este cuento me acerca mucho a la forma que teneis en argentina de cominicaros.

Anónimo dijo...

Me puse al dia y mas encantada que nunca. Saludos MÓNICA

Carmen dijo...

Hola, Arturo. Un placer verte por aquí. En cuanto a la forma de comunicarnos que tenemos los argentinos, ésta es sólo un recorte de la multiplicidad; pero podría encuadrarla dentro de la clase media. Un abrazo.

Carmen dijo...

Mónica: gracias por tu comentario y por tu visita. Un saludo afectuoso.

Anónimo dijo...

Carmen, no me equivoqué,cuando te lo comenté hace un tiempo, sos una avezada escritora

Carmen dijo...

Gracias, compañero de letras. Me complace mucho tu opinión.