domingo, 30 de mayo de 2010

LA HERENCIA - XVIII

Julián se detuvo frente a un árbol corpulento. Las ramas se extendían a los lados incitando a la escalada. Palmeó el grueso tronco y le dijo a Mariana:

-Apuesto que aquí te encaramaste.

-¡Todavía no! La única altura que probé fue la de tu tranquera. En esta casa empecé intimando con el subsuelo -se rió.

-¿Cómo sucedió?

La muchacha no respondió de inmediato. Se preguntaba hasta qué punto era atinado confiarle al vecino su experiencia. ¿Por qué no? Si larga la carcajada o me mira como si fuera una loca, lo desestimaré sin escrúpulos, decidió. Retomó la marcha al tiempo que iniciaba el relato.

-Ayer estuve revisando los muebles de la cabaña adonde vamos. Encontré periódicos viejos, revistas y cajas con carpetas escritas con símbolos ininteligibles. Dentro de una de las cajas había una cadena con un camafeo que me colgué del cuello. Pensaba, tal vez, en no perderlo -lo miró de reojo y vio que estaba pendiente de su relato. Entonces continuó:- iba a seguir con el registro cuando me llamó la atención la alfombra del piso. Me agaché para mirar los dibujos y mientras la despejaba del polvo abajo sonó a hueco. La levanté, vi que había una puerta trampa. La abrí, divisé unos escalones... y no pude con la curiosidad.

-Bajaste -la afirmación sonó contundente.

-Sí. Y no hubiera pasado nada si la puerta no se hubiera desplomado. Porque cuando se acabaron los peldaños yo estaba izándome hacia arriba. El golpe me hizo perder el equilibrio y caí -se quedó callada, como reflexionando.

-Te diste un buen porrazo...

-No tanto, pero... Me asustó la oscuridad y mi mente empezó a divagar. Hasta creer que no estaba sola en el sótano; que seres horribles esperaban para atacarme.

-Es normal tener esas sensaciones, sola y en la oscuridad -dijo el hombre consoladoramente.

-Digamos que sí, pero... Aluciné más que eso. Cuando sentí que el peligro era inminente, me dispuse a defenderme. Aferré el camafeo sin pensarlo... -se interrumpió, ofuscada por el desenlace.

Julián se paró y la tomó del brazo. El roce le provocó un cosquilleo que inhibió suprimiendo el contacto prestamente. La miró de frente y la animó a continuar.

-Creeré lo que me digas, no pensaré que estás desvariando, te ayudaré a descifrar cualquier misterio -la sonrisa era tan alentadora como las palabras.

Mariana sintió que Julián era una fortaleza que podía albergar por un tiempo a sus fantasmas reprimidos. Podrías haber dejado tu mano en mi brazo, pensó decepcionada. Respiró hondo y arrancó de un tirón:

-El medallón se calentó en mi mano y desprendió un resplandor verde que me envolvió por completo. Enseguida cesaron los murmullos, como si esa luz hubiese ahuyentado a... quien quiera que fuese. Se apagó cuando mamá y Luis llegaron.- Calló.

Julián prolongó el silencio. No quería arriesgar un comentario que alejara a la joven de las confidencias. ¿Qué podría decirle para tranquilizarla y que no recelara de sus palabras? ¿Cómo encajar este testimonio dentro de la racionalidad de la vida moderna? Después de todo, arguyó, nos defendemos de las amenazas como podemos.

-¿Sos creyente, Mariana? -la pregunta apuntaba a encaminar su apreciación.

-Ya no -respondió casi molesta.- No puedo creer en un dios que administra castigos impiadosamente, que destruyó la vida de mi padre en plenitud, que nos sumergió en la desesperanza. Si esa es la justicia divina, reniego de ella.

-Está bien -dijo el hombre.- Tu experiencia, si no la atribuimos a un hecho religioso, podría explicarse como una proyección psicosomática desatada por la sensación de peligro o, no es inusual, un fugaz espejismo para preservar tu equilibrio mental.

Mariana meditó la interpretación y la conformó. Coincidía un poco con lo que había pensado y no la sintió como una respuesta de compromiso. No la dejaba como una desequilibrada ni recurría a disquisiciones esotéricas.

-Yo pensé en una explicación parecida -dijo. Abandonó el tema y sugirió:- Vayamos a buscar la carpeta.

Caminaron un poco más aprisa seguidos por Goliat. La cabaña estaba sin cerrojo y dejaron la puerta abierta para que la iluminara la luz solar. Los papeles estaban sobre la mesa al igual que los paquetes que Mariana no tuvo tiempo de revisar. Tomó las fojas e hizo un ademán de salir. Julián, detrás de ella, la detuvo:

-¿Por dónde se ingresa al sótano? -preguntó.

-La entrada está debajo de la alfombra. ¿Por qué preguntás?

-Me gustaría echarle una mirada.

-Se va a hacer tarde... -contestó inquieta.

-Un segundo, nada más -insistió el joven, movido a confrontar el sitio adonde quedó cautiva la muchacha.

Mariana se encogió de hombros y se agachó para levantar la alfombra. Julián alzó la puerta y alumbró el interior con la linterna.

-Yo te doy luz -dijo la chica.

El hombre bajó con agilidad y se dejó caer desde el último escalón. Le pidió a Mariana:

-Alcanzame la linterna. Aquí no se ve nada.

Ella se la alargó y vio que el foco recorría lentamente todos los rincones. Después de un rato, Julián trepó la escalera, bajó la puerta y colocó el tapete en su lugar.

-Ni una araña -comentó.- Es un lugar aséptico a pesar del suelo de tierra.

Mariana asintió, relajada por la tranquila inspección del joven. Se quedaron parados junto a la mesa, mientras Julián examinaba las hojas con curiosidad. Después de un momento, movió la cabeza.

-No entiendo nada. Parecen jeroglíficos. ¿Será alguna escritura religiosa?

-Más bien, por las revistas escritas con los mismos símbolos, la de alguna secta -supuso ella.- Lo que me llamó la atención fue la firma de papá. Tengo la sensación que él entendía estos trazos.

-Es plausible, Mariana, si coleccionaba revistas con la misma grafía -Le preguntó cortésmente:- ¿Lista para volver?

-Sí, vayamos -en compañía de Julián la cabaña se había transformado en un lugar anodino.

Goliat apareció junto a ellos ni bien cerraron la puerta de la casa. Había estado merodeando por los alrededores pero no había olvidado el oficio de guardián. Se acomodó junto al dueño y recibió la caricia de su acompañante con un movimiento de cola. Retornaron en silencio, sumido cada cual en la evaluación del momento compartido. Julián repasó la confesión de Mariana convencido de que había sufrido una alucinación. Cada pensamiento, despojado de la ponderación del conocimiento previo, lo impulsaba hacia la joven. Deseaba envolverla como el resplandor verde y ampararla de la oscuridad entre sus brazos. Estoy prendado de una muchachita trepadora de cercas y de exuberante imaginación -admitió con alegría no exenta de inquietud. ¿Cómo pudo creer que la efímera convivencia con Sonia lo inmunizaría ante una criatura como Mariana? Se casaría de inmediato con ella si fuera condición para llevarla a su casa.

-...no parecía el mismo lugar.

El comentario de la joven lo devolvió a la realidad.

-Perdoname, Mariana, me perdí el principio. ¿Qué cosa no parece el mismo lugar?

-La cabaña. Ayer estaba deslucida a pesar del sol, parecía un animal al acecho. Hoy siento que no mataría ni un mosquito.

Julián no pudo evitar una risotada. La medrosa apreciación de Mariana perdía dramatismo con la acotación final. Ella lo miró y se unió a la risa masculina que penetraba hasta el fondo de sus sensaciones. Caminó tranquila. Percibía el ajuste de las zancadas de Julián para acomodarlas a su paso y eso le agradó; como si él fuera un cuidadoso arquitecto construyendo la morada que la guardaría de cualquier amenaza. Nadie le había transmitido hasta ahora esa impresión de plenitud que le exaltaba los sentidos. La femineidad se abría paso a través de los principios regentes de su vida: ser independiente, conservar el libre albedrío, bastarse a sí misma en todo momento. Intuyó el poderío del hombre y no deseó cuestionarlo. Se dejó llevar por la inédita sensación de vulnerabilidad que le inspiraba la presencia física de Julián. Si él se detuviera en ese momento para abrazarla, no sería capaz de rechazarlo. Un escalofrío la recorrió cuando imaginó el beso. “¡Basta, Mariana!”, se reconvino tratando de escapar del súbito ensueño diurno, “¿Recién lo conocés y ya deponés tus convicciones por una descarga de hormonas? Papá no te reconocería. ¿Adónde está su hijita autónoma y valerosa? Mejor sé prudente... ¿Un beso es una imprudencia?”, cerró la arenga una atrevida vocecilla infiltrada en el súper yo. Una sonrisa secreta le curvaba todavía los labios cuando divisaron la mesa adonde los esperaban Emilia y Luis.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sigue la tensión y por supuesto las ganas de llegar al final. Gracias por un cuento precioso, al ser por entregas le da mas emoción.

Arturo

Carmen dijo...

Gracias, Arturo. Eres siempre bienvenido a este rincón. Un abrazo.